lunes, 14 de junio de 2010
Nervios a flor de piel
Ayer los paseé durante todo el día y, antes de acostarme, los dejé sobre la mesita de noche. Me he levantado temprano y me acompañaron al cuarto de baño. Ahora los tengo delante de la mesa y vuelvo a releerlos una y otra vez. De atrás para adelante y de delante para atrás. Pero no me los sé de memoria. Nunca he podido aprenderme nada “de carrerilla”. Tengo memoria fotográfica y “veo” dónde se ubica cada cosa en ese mapa mental de la materia, pero no recuerdo su literalidad. Para aprender, tengo que comprender. Ello me lleva a darle muchas vueltas, a hacer resúmenes y más resúmenes. A buscar alguna ampliación en otros sitios, lo que aumenta mi certidumbre en la escasa formación que poseo. El desánimo revolotea constantemente. Intento distraerme leyendo otras cosas, tomando un café, para luego retornar al asunto. Me pongo a expurgar aquí y allá. Ya no leo de un tirón, sino trocitos sueltos, desperdigados. El manoseo que les hago es lascivo, tengo que palparlos, cargarlos de un lugar a otro. Sin embargo, nunca he llegado a lo que hacía mi padre: los grababa y se quedaba dormido escuchándolos. Aprendía durmiendo. Él sabía cantar y le gustaba. Yo nunca he podido. Quizá por eso no me atrae la idea. Prefiero lo físico, el papel. A lo mejor es que soy materialista hasta para estudiar. Son los apuntes y estoy de exámenes. Esa es mi obsesión durante estos días. Pasear los apuntes con los nervios a flor de piel.
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