lunes, 21 de junio de 2010
Queda el futuro
Cuando envejecemos, el corazón se resiste a admitir el paso de los años. Volvemos la vista atrás y descubrimos la cantidad de cosas que nos han quedado por hacer. Queremos entonces recuperar el tiempo perdido y fracasamos en el intento. Nuestras ilusiones y nuestras esperanzas quieren mantener vivo el brillo de una mirada que las arrugas de los párpados comienzan ya a disipar. Perdemos el resuello en una inútil carrera contrarreloj, rechazando la incuestionable realidad de lo evidente. Disfrazamos nuestra torpeza y nuestra pesadez con la falsa prudencia del que es incapaz de alcanzar nada. El otoño cubre de frío la piel cuando aún pretendemos retener una primavera ya ida. Y nos duele comprobar cómo hemos desperdiciado el tiempo, cual gotas de rocío que se escurren entre las manos. Apáticos, buscamos cobijo en la nostalgia para que nos vuelva más liviana la pesadumbre que nos acecha. Y no nos damos cuenta de que lo mejor es dejar de mirar hacia atrás, sino adelante, al futuro. Un futuro que, sin importar cuánto sea, es todavía proyecto. Proyecto de vida que nos pertenece, aún sin definir, aún por alcanzar. Un horizonte abierto a la esperanza y en el que quizás sea posible hallar todavía la felicidad.
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