Foto: Loli Martín |
Retornamos a la normalidad de la rutina. Volvemos a los
horarios que fijan nuestra conducta y determinan nuestras actividades. Recuperamos
los hábitos que nos hacen confiar en un orden y unos objetivos en nuestras
vidas y afanes. Y rescatamos el espacio y el tiempo que nos dominan como si fuéramos
nosotros los que dispusiéramos de ellos para afianzar nuestra voluntad y
alcanzar nuestros fines. Por eso, regresar al trabajo tras un paréntesis
festivo resulta incluso apetecible por cuanto significa de “normalidad”, de
hacer lo que siempre has hecho sin más sobresaltos que los que aparecen en rojo
en el calendario o agujerean imprevisiblemente tu salud y la de tu familia. Nunca
antes había observado la cúpula iluminada de mi lugar de trabajo como si fuese
un símbolo: la normalidad que organiza mi vida. Afortunadamente.
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