Santa Cruz de la
Salceda es uno de esos pueblos perdidos entre los surcos de
España, en el que uno puede sumergirse en el paisaje austero y silencioso de la
vieja Castilla, como la describiera Miguel Delibes en sus obras, con esa
palabra precisa que le caracterizaba y su respeto insobornable a la naturaleza
y a los seres humanos. Este pueblo es un simple bosquejo de localidad, con su
cruz de piedra vigilando desde lo alto de una loma, donde uno puede
entregarse a la seducción contemplativa de lo rural y, por ello mismo, de lo
auténtico no contaminado con la artificialidad superflua de lo destinado al
consumo inmediato. A un tiro de piedra de Aranda de Duero, Santa Cruz de la Salceda se recuesta sobre
la falda de una de las colinas por donde discurre suavemente el río Duero,
rodeado de pequeñas plantaciones de viñedos y de algunos chopos que se elevan
esparcidos por el paisaje. Forma parte de una comarca con Denominación de
Origen en la que, desde Valladolid a Soria y de Segovia a Burgos, más de 100
pueblos, repartidos en una franja de unos 115 kilómetros , siguen
empeñados en sacar provecho de unas condiciones medioambientales excepcionales
para el cultivo de la vid y obtener de su zumo un vino igualmente excepcional.
Vale la pena, pues, desviarse de la autopista y acercarse a pueblos
como Santa Cruz de la Salceda ,
aunque sólo sea para descubrir los placeres de una tierra de vinos míticos y
platos insuperables de la cocina castellana. Es una experiencia para los
sentidos que nos reconcilia con la humildad –y la hermosura- de lo sencillo y
puro.
(Fotos: D.G.Bonet)
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