Hay que reconocer humildemente que nuestra ignorancia, en cualquier campo del conocimiento, es mucho mayor que lo sabido o descubierto. Es más, el volumen de lo que ignoramos o desconocemos se ensancha con cada misterio resuelto o revelado. Y eso es así porque cada respuesta plantea nuevas interrogantes, sobretodo si procedemos con método científico a desentrañar los mecanismos de la vida y la existencia. Avanzamos en sabiduría expandiendo el vasto territorio de lo ignoto. De ahí, aquella máxima de Sócrates de “sólo sé que no sé nada”. Porque mientras más sabemos, mayor es la comprensión de lo que no alcanzamos a desescudriñar. Y es que hay tantos misterios por descubrir, tantas incógnitas por desvelar, que nunca se acaba de conocer nada completamente, aunque aparentemente nuestro conocimiento, en algunas materias, sea ingente.
Esto viene a cuento por la concesión del Premio Nobel de
Medicina de este año a varios científicos estadounidenses gracias a “sus
descubrimientos de los mecanismos moleculares que controlan el ritmo
circadiano”. Al parecer, han hallado el patrón genético que regula que por las
noches tengamos sueño y por el día rebosemos vitalidad. Se trata de un gen que
sincroniza las funciones de nuestro cuerpo al ciclo rotatorio de 24 horas del
planeta. Se buscaba desde antiguo dónde y cómo ese reloj interno podía
controlar nuestra biología puesto que ya se sabía que hasta las plantas disponen
de tal “reloj” para abrir sus hojas de día hacia la luz del Sol y cerrarlas al
atardecer, reproduciendo el ciclo de este comportamiento incluso cuando eran
metidas en un cuarto oscuro, lo que sugería algún mecanismo interno de
regulación y no un simple heliotropismo, como el que muestran los girasoles
jóvenes.
Los investigadores galardonados este año con el Nobel,
basándose en experimentos realizados con moscas a las que sometían a mutaciones
genéticas, han logrado aislar los genes que controlan el ritmo biológico y, lo
que resulta más sorprendente, descubrir la capacidad de estos genes para
autorregularse y generar oscilaciones en estos ciclos de 24 horas. ¿Cómo lo
hacen? Es una nueva pregunta cuya respuesta está todavía por descubrir. ¿Por
qué lo hacen? Parece evidente: para adaptar nuestro organismo a las diferentes
exigencias de cada fase del día, predisponiéndonos a dormir cuando se acerca la
noche, y estimulando la generación de energía requerida para la actividad
muscular cuando amanece.
Resulta que estos ritmos circadianos (de circa, alrededor, y dies, día) existen en todos los seres vivos -sean unicelulares o
complejos, animales o plantas-, y que hasta cada célula dispone de un reloj
interno autorregulado que controla su funcionamiento. Son fruto de la evolución
y de nuestra dependencia del medio ambiente, al que todo organismo ha de
adaptarse para sobrevivir y perdurar como especie.
Pero “comprender” someramente el mecanismo y hallar su base
molecular no resuelve el misterio, sino que lo aumenta al generar nuevas
incertidumbres y nuevas vías de investigación. Es decir, el conocimiento del
soporte biológico del reloj interno que controla las funciones de los seres
vivos no hace más que señalar la magnitud de lo que aún desconocemos y la
inmensidad de lo que siquiera sospechamos exista, tanto a escala microscópica
(células, moléculas, etc.) como macroscópica (planetas, galaxias, etc.). Y es que definir, incluso, el ser es motivo de interpretaciones para las corrientes filosóficas, que no se ponen de acuerdo. De modo
que, reconozcámoslo, somos unos ignorantes con ínfulas ilustradas que sólo
hemos conseguido arañar la superficie de la realidad con nuestra capacidad
racional. Lo que no es poco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario