Ayer llegó octubre, en sábado para no romper inercias ni modificar hábitos y ropajes, con cuidado de no alterar calendarios laborales y respetando el calor de un verano interminable. La gente lo celebró en las calles aprovechando el espejismo remunerativo del primero de mes para tirar de cartera antes de que los bancos la expriman. Un juego contrarreloj con comercios que, previsores y prepotentes, giran el 31 del mes anterior los débitos que deben cobrar el día 1 del mes siguiente, adelantándose por un día a tu ufana e inútil falacia pecuniaria, pero posibilitando unas ganancias extras por un descubierto a bocajarro, por imperativo unilateral y abusivo, que impone el poderoso caballero, don mercado. Octubre, octubre, suena a lamento melancólico del perdedor que se lame las heridas en soledad antes de emprender otra derrota, como las tardes claudicantes del Otoño de George Winston.
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