Lleva vaticinándose con reiteración apocalíptica el fin de la época de la información impresa, en soporte papel -libros y periódicos fundamentalmente-, desde que las nuevas tecnologías hicieron su ya lejana aparición en las últimas décadas del siglo pasado. Cada poco tiempo, nuevas profecías anuncian la próxima desaparición de la edición literaria tal y como la conocíamos, para dar paso al progreso digital que, de forma instantánea y participativa, iba a democratizar y extender la capacidad del ser humano para comunicarse con sus semejantes y conservar o transmitir su legado cultural. No seré yo, de ninguna manera, quien niegue el potencial transformador que la informática e internet han propiciado con sus redes sociales y la interconexión global y simultánea para la asunción de los nuevos paradigmas de la comunicación. Incluso reconozco que son muchos los que han adaptados sus hábitos para adecuarlos a estos nuevos soportes on line. Negar este avance sería negar la evolución de las herramientas que nos permiten conocer la realidad, haciéndonosla más cercana y comprensible.
Del mismo modo que el vehículo a motor sustituyó al animal para el transporte, por ser más rápido, seguro y económico, las nuevas tecnologías digitales parecen destinadas a desplazar a la imprenta como forma de transmisión del conocimiento. Son más rápidas, en algunos aspectos más asequibles, pero distan de ser muy seguras. Su auge e imparable aceptación anuncian el próximo funeral de la fecunda era de Gutenberg que, junto al lenguaje y la escritura, ha posibilitado el desarrollo de la humanidad y la civilización.
Pero reniego de unos sepelios tantas veces predichos pero que no acaban de producirse. El empuje formidable de lo digital conquista cada vez más espacios ocupados con anterioridad por el papel y la imprenta, pero no acaba de enterrarlos completamente. Es posible que todo sea cuestión de tiempo para ver su final, aunque yo sea de los ingenuos que confían en que ambos sistemas coexistirán de forma complementaria. La rapidez y la capacidad de lo digital reservará, a mi entender, el papel y la tinta para la reflexión ensimismada que degusta de la lectura pausada y del contacto físico de unas páginas que agradecen el subrayado y la anotación de comentarios. Es innegable que existe el libro electrónico con capacidad para almacenar centenares de obras dispuestas a ser leídas con sólo pulsar el botón del menú, pero la lectura requiere tiempo y disposición para la asimilación. La individualidad de cada libro, con su diseño tipográfico diferenciado y su portada única, es lo que personaliza en el lector cada obra hasta constituirse en elementos que ayudan a recordarla cuando la memoria lo desea. Toda mi biblioteca podría reducirse a una simple tableta electrónica, pero perdería el encanto fetichista de unas estanterías a las que se asoman los lomos asimétricos y polícromos de unas piezas que registran en el amarilleo y deterioro del papel mi propia experiencia temporal y formativa. Extraer uno de ellos no es sólo realizar una relectura, sino recuperar un tiempo compartido con una obra que te ha ayudado a vivirlo en cierta medida.
También con la prensa existen preferencias. Personalmente acudo a las ediciones digitales de diversos medios, pero soy fiel a mi periódico habitual en papel. Prensa y revistas buscan afanosamente mantener o ampliar su número de lectores a través de páginas digitales, en las que invierten recursos que no logran compensar con la publicidad ni con el pago de cuotas de suscripción. Es una tendencia que probablemente en el futuro sea rentable, pero sin el respaldo de una edición tradicional en rotativas ninguna empresa la acometería como inicio de su negocio. Los grandes medios de comunicación abarcan también la edición on line de la información, más como apoyo de la edición impresa que como unidad independiente. Son útiles para la consulta veloz e instantánea de lo que sucede, pero a la hora del análisis y la valoración se prefiere lo que puede constituir un documento físico de consulta y catalogación, susceptible de convertirse en testigo de los acontecimientos y su contexto. Para los amantes de lo tradicional, ni siquiera las ventajas que ofrece la informática relegan el atractivo del diseño y la maquetación del papel, donde puede distinguirse y destacarse el espacio y la estructura tipográfica que caracteriza cada sección o apartado.
Quiere decirse que, aunque es inevitable el predominio imparable de la tecnología digital, ello no supone necesariamente la muerte y desaparición de lo impreso. Porque al igual que la televisión no acabó con la radio, como auguraron los enterradores oficiales, sino que se repartieron la audiencia y los momentos o expectativas para atenderlos, internet y los medios digitales no orillarán a los medios de soporte papel. Cada modalidad ocupará el lugar que corresponda en función de las demandas de un público que valorará las ventajas e inconvenientes que le ofrezca cada uno. Distinta es la intención de los grandes operadores a los que atrae sólo la rentabilidad, pero mientras haya personas que se inclinen por la trasnochada lectura en papel en vez de una pantalla, las exequias de Gutenberg tardarán aún en materializarse. El muerto, a pesar de la llantina, sigue vivo y coleando.
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