Hagamos un trato. Se trata de una oferta de acuerdo tácito
que inconscientemente ya hemos establecido: yo hago como que escribo para usted,
amigo lector, y usted hace como que lee algo destinado sólo para usted. Es
decir, que nuestra relación aleatoria sea única y personal. ¿Qué ganamos con
ello? Simplemente, motivos para que los dos sigamos unidos por este vínculo inmaterial
del autor con el lector, pero sumamente sólido como para obligarnos a ambos. A
mí me obliga a escribir y a usted, leer. Es un trato inofensivo que da sentido
a la dedicación de escribir y de leer. Un convenio de intenciones, tanto auctoris
como lectoris, que dota de significados a todo texto difundido, como describiera
la Semiología. Intenciones diversas -y, a veces, no coincidentes- que derivan
del texto a la hora de interpretarlo, en un ejercicio de intertextualidad realmente
sugerente y enriquecedor. Ello es lo que empuja algunas personas a ser
escritoras o, cuando menos, pretenderlo, y a otras, leer lo que otros escriben.
Sin esa especie de consenso, no existiría la literatura ni toda la industria
del libro. Ni siquiera sería viable el invento de los blogs, como este sobre el
que ahora reposa su vista, tal vez sin proponérselo.
El trato que le propongo, en realidad, es falso. Porque la
verdad es que la escritura es un arcano que, las más de las veces, nos lleva a escribir
para uno mismo y a leer para reforzar las propias opiniones con argumentos de una
supuesta autoridad: la que el lector concede al autor de un texto que le atrapa
o con el que se identifica. Ni yo escribo para usted, ni usted lee porque crea
que escribo para usted, ni siquiera por afinidad a sus gustos o expectativas. Mas
bien son actitudes, escribir y leer, que no tienen más finalidad que satisfacer
un deseo o, a lo sumo, un mero capricho: el de escribir por no saber hacer otra
cosa, y leer por no tener otra cosa mejor que hacer. O no. Pero desde que apareció
la escritura como forma de comunicación, no existe vínculo más firme que el del
autor y el lector. Entre otros motivos, porque escribir para nadie es un
sinsentido si no media un lector que lee para comprender lo que le comunican, a
pesar de la discrepancia inevitable entre lo que se pretende decir y lo que se pueda
interpretar, máxime si las palabras apenas pueden mostrar fielmente lo uno y lo
otro. Por tal razón, le formulo este trato: yo hago que escribo para usted y
usted hace que lee como si lo escrito estuviera destinado exclusivamente para
usted, tanto si lo asume como si lo rechaza o discrepa. Sin más condiciones. ¿Está
de acuerdo?
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