Hoy hacemos que el año dure un día más y sume 366 días en
los últimos doce meses. Es lo que se conoce como año bisiesto, circunstancia
que se produce cada cuatro años. El motivo astronómico es conocido y remite al
movimiento de traslación de la Tierra, que no es tan exacto como para ser
medido con la precisión que anhela la ciencia. El planeta tarda algo más de 365
días en completar un giro en torno al Sol, y ese pico de más suma un día extra cada
cuatro años, que se añade al mes más corto, que es febrero. Tal anomalía métrica
del tiempo no influye ni en el movimiento de los astros ni en el comportamiento
de la naturaleza, incluyendo a todos sus seres vivos, todo lo cual es indiferente
a nuestros intentos por racionalizar con leyes y normas la realidad, aunque a
veces tengamos que corregir nuestros cálculos.
Los únicos que sufren alguna perturbación son los que nacen un
día bisiesto, porque no pueden celebrar su cumpleaños con la regularidad anual acostumbrada,
puesto que el 29 de febrero sólo aparece en los calendarios cada cuatro años. Cualquier
registro humano que se base en este día, deberá hacer constar su
excepcionalidad temporal para que sea tenida en cuenta en el futuro. Y es que
disponer de un día extra, aunque sea cada cuatro años, trastorna nuestras
rutinas y convenciones. Porque nacer o morir un 29 de febrero se convierte en
una complicación, cuando no una extravagancia.
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