Tuvo que aguardar dos meses para que el especialista le
informara del resultado de la prueba. Dos meses de un terror secreto que se
alimentaba de la espera y la incertidumbre del diagnóstico. Y como todas las
personas que se ven atormentadas por una enfermedad repentina, buscaba razones
para esa mala suerte que arbitrariamente pudiera golpearlo en la peor de las alternativas,
confirmando las sospechas del médico y los augurios que no podía ignorar. Aquel
optimismo innato con que afrontaba hasta entonces los contratiempos parecía
haber sido doblegado por la inevitable probabilidad de la fatalidad, justamente
cuando más lo necesitaba. Ninguna distracción lograba aliviar una pesadumbre
que lo devoraba por dentro sin borrarle la sonrisa de los labios. Era su manera
de ser: fuerte por fuera y débil por dentro, una careta de valentía que disfrazaba
a un tímido acobardado.
Por eso, cuando llegó el día de enfrentarse a la verdad, le
sudaban las manos y el corazón aporreaba su pecho. Llevaba el periódico
arrugado de amortiguar una intranquilidad que sólo él percibía y un móvil
cómplice en el bolsillo por si tenía que implorar esa ayuda que hasta entonces
creía innecesaria. Se sentó en el borde de la silla con la despavorida sensación
de un condenado que aguarda el castigo. Durante los minutos, que le parecieron eternos,
en los que el facultativo consultó en el ordenador su historial médico y el informe
de la prueba, él se entretuvo en observar el frío y desangelado habitáculo de
la consulta y la cara inexpresiva de la enfermera, indiferente a las angustias
de los pacientes que diariamente pasaban por allí.
Y en el preciso instante en que el médico le comunicó que
nada maligno se había detectado en la prueba, él recobró su tenaz optimismo.
Abandonó aquella habitación blanca e impersonal con la ligereza de quien ha
sido liberado de un peso enorme y con la impaciencia del que no quiere malgastar
más tiempo en temores inútiles que nada resuelven. Envió a su mujer un mensaje que
ella estaba acostumbrada a recibir: “no problem”. Y respiró tranquilo. Todo
había un susto. Un susto que él se había tomado demasiado en serio.
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