Tradicionalmente, estas elecciones suponen un duro
revés, salvo contadas ocasiones, para el ganador de las presidenciales de sólo
dos años antes. Y justamente con tal fin fueron pensadas por los padres constitucionalistas.
Aquellos fundadores de la democracia de Estados Unidos estaban escarmentados de
los poderes casi omnímodos de la monarquía inglesa y diseñaron todo un sistema
de gobierno basado en contrapesos que equilibran el enorme poder que asume el
titular de la presidencia. Esta reválida a mitad de mandato tiene ese objetivo:
cuestionar el mandato presidencial, refrendando o castigando la gestión del
partido del presidente, y condicionar, al heredar la composición de las
Cámaras, la de su sucesor en el Despacho Oval. Por ello se eligen separadamente
ambos componentes del poder, tanto del legislativo como del ejecutivo, para que
se equilibren mutuamente.
Es difícil hacer conjeturas sobre estos comicios en unos momentos y en una sociedad caracterizados por la crispación y la división. Máxime si la campaña que ha ejercido el presidente Trump ha pivotado sobre las obsesiones que polarizan su mandato: el peligro que achaca a la inmigración y los supuestos beneficios económicos que dice deparan su desregulación medioambiental, el desmantelamiento de la protección sanitaria y su proteccionismo comercial. Asume Trump, pues, estas elecciones como una reválida a su gestión y en defensa de la misma desarrolla una campaña de marcado carácter personal, lo que le permite desviar la atención de las cuestiones y los perfiles de los candidatos que en verdad están en juego: 35 de los 100 miembros del Senado, los 435 escaños de la Cámara de Representantes y 36 gobernadores y otros cargos estatales.
Aunque los resultados sólo pueden arrojar dos posibilidades, que los republicanos conserven la mayoría del Congreso o que los demócratas arrebaten esa mayoría en una o ambas Cámaras, lo cierto es que el presidente más polémico de la historia de EE UU se juega esa confortable mayoría que le permitía gobernar a su antojo, porque, si la perdiera, su capacidad legislativa quedaría limitada, aunque no anulada, y sus políticas irreflexivas y radicales serían discutidas y hasta rechazadas por los legisladores. Mañana lo sabremos.
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