martes, 6 de noviembre de 2018

Martes de reválida

La democracia norteamericana ofrece contrapesos que equilibran el poder político para evitar toda tentación absolutista de su sistema presidencialista. Por muy grande que sea la mayoría que consiga un presidente, justo a la mitad de su mandato se renuevan más de la mitad las cámaras del poder legislativo, lo que equivale a una especie de reválida que podría acarrear la pérdida de los apoyos parlamentarios con que contaba el presidente en su labor ejecutiva. De ahí que las elecciones legislativas que se celebran hoy en Estados Unidos supongan una especie de examen a la presidencia de Donald Trump y el motivo por el que se involucra directa y activamente en unos comicios en los que, formalmente, no está en juego su sillón en la Casa Blanca. Pero sí su capacidad de llevar a cabo, contando con el beneplácito del Congreso y el Senado, su programa de Gobierno,  por lo demás altamente controvertido. Se comprende, por tanto, la ferocidad incendiaria de una campaña electoral, tanto por parte republicana como de los demócratas, que convierten a estas elecciones en un plebiscito del mandato de Trump. Ambos partidos se juegan mucho: conservar la iniciativa legislativa del Presidente o arrebatarle la mayoría parlamentaria en una o ambas cámaras, lo que permitiría a la oposición de los demócratas influir en sus políticas.

Tradicionalmente, estas elecciones suponen un duro revés, salvo contadas ocasiones, para el ganador de las presidenciales de sólo dos años antes. Y justamente con tal fin fueron pensadas por los padres constitucionalistas. Aquellos fundadores de la democracia de Estados Unidos estaban escarmentados de los poderes casi omnímodos de la monarquía inglesa y diseñaron todo un sistema de gobierno basado en contrapesos que equilibran el enorme poder que asume el titular de la presidencia. Esta reválida a mitad de mandato tiene ese objetivo: cuestionar el mandato presidencial, refrendando o castigando la gestión del partido del presidente, y condicionar, al heredar la composición de las Cámaras, la de su sucesor en el Despacho Oval. Por ello se eligen separadamente ambos componentes del poder, tanto del legislativo como del ejecutivo, para que se equilibren mutuamente.
 
Hasta hoy, los Republicanos tienen mayoría en ambas cámaras del Congreso, en la de Representantes y en el Senado, y dos terceras partes de los gobernadores estatales que han de renovar su mandato también pertenecen a este partido. Este es el poder que permite a Donald Trump impulsar medidas que causan asombro y sonrojo en otras latitudes, por estar motivadas más en la xenofobia que por la seguridad, por la preservación de privilegios de los ricos antes que por una política fiscal equilibrada o por el proteccionismo económico más que por un intercambio comercial equitativo y justo con el resto del mundo.

Es difícil hacer conjeturas sobre estos comicios en unos momentos y en una sociedad caracterizados por la crispación y la división. Máxime si la campaña que ha ejercido el presidente Trump ha pivotado sobre las obsesiones que polarizan su mandato: el peligro que achaca a la inmigración y los supuestos beneficios económicos que dice deparan su desregulación medioambiental, el desmantelamiento de la protección sanitaria y su proteccionismo comercial. Asume Trump, pues, estas elecciones como una reválida a su gestión y en defensa de la misma desarrolla una campaña de marcado carácter personal, lo que le permite desviar la atención de las cuestiones y los perfiles de los candidatos que en verdad están en juego: 35 de los 100 miembros del Senado, los 435 escaños de la Cámara de Representantes y 36 gobernadores y otros cargos estatales.

Aunque los resultados sólo pueden arrojar dos posibilidades, que los republicanos conserven la mayoría del Congreso o que los demócratas arrebaten esa mayoría en una o ambas Cámaras, lo cierto es que el presidente más polémico de la historia de EE UU se juega esa confortable mayoría que le permitía gobernar a su antojo, porque, si la perdiera, su capacidad legislativa quedaría limitada, aunque no anulada, y sus políticas irreflexivas y radicales serían discutidas y hasta rechazadas por los legisladores. Mañana lo sabremos.

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