sábado, 3 de noviembre de 2018

Llueve sobre mojado en el PP


De un tiempo a esta parte, por señalar un plazo temporal impreciso, al Partido Popular le llueven los problemas, unos problemas que él mismo se ha buscado. Son de la especie que lo han conducido a perder el Gobierno cuando, en otras circunstancias, podría estar en disposición de retenerlo de manera indefinida, dado la ola de conservadurismo extremista que recorre gran parte de países de Occidente, sin distingos entre democracias asentadas o naciones inestables que acaban de superar regímenes poco respetuosos con esa forma de gobierno. Este bandazo hacia el autoritarismo conservador no parece favorecer al partido que en España ha representado en la historia reciente a toda la ideología de derecha, en su más amplia y completa extensión, es decir, desde la liberal y democristiana hasta la extrema derecha y el fascismo: toda se aglutinaba bajo el Partido Popular, sin competencia.
Los ciudadanos, incluso los votantes tradicionales del PP, se muestran actualmente reacios a volver a depositar su confianza en unas siglas que no dejan de protagonizar los escándalos por los casos de corrupción más descarados que se han conocido en nuestro país desde que se restauró la democracia. Una corrupción política sistémica -partidaria e institucional-, con descarado menosprecio de la legalidad y la moralidad, que determina que en el PP, cuando aparecen nuevas revelaciones del proceder indigno de algunos de sus dirigentes más relevantes llueva sobre mojado. A nadie le sorprende, a estas alturas, lo que desvelan las últimas grabaciones del corrupto comisario Villarejo, un personaje que está presente en todas las salsas escandalosas que huelen a cloaca y que por méritos propios se halla en la cárcel, en prisión incondicional a la espera de juicio.
Villarejo, Cospedal y su marido.
En estas últimas, las grabadoras dan conocer reuniones y comentarios entre la secretaria general del partido, María Dolores de Cospedal, acompañada de su marido, y el comisario en cuestión, en las que, en la sede nacional del PP, tratan sobre las investigaciones que la policía lleva a cabo sobre la trama Gürtel y que señalan al tesorero de la formación, Luis Bárcenas. Los que hablan apuntan a la intención de destruir pruebas y limitar las implicaciones en el tesorero, que acabaría siendo el cabeza de turco del escándalo. Eran los tiempos, cuando se grabaron esas conversaciones, en que el PP se rasgaba las vestiduras cada vez que se le acusaba de incubar la corrupción en su seno sin hacer nada y estos altos dirigentes salían en tropel a denunciar supuestas campañas de desprestigio e infamias de las que eran objeto. La misma Cospedal no dudaba, ofendísima, en contraatacar a la oposición con “y tú más”, asegurando, junto a Mariano Rajoy –presidente de la formación y del Gobierno-, que no existía corrupción en el PP, sino contra el PP.
Desde entonces, la Justicia ya ha demostrado todo un sistema de financiación ilegal en el partido y la utilización de las instituciones para, a cambio de adjudicaciones públicas, conseguir comisiones que servían para “engrasar” toda la maquinaria clientelar y que permitía a sus cabecillas y dirigentes clave enriquecerse a costa del erario público. Y no fueron uno o dos casos aislados, como al principio se intentó hacer ver, sino una conducta de actuación que ha caracterizado al Partido Popular allí donde ha gobernado. Tan generalizada era esa conducta que, al fallarse la sentencia que condenaba este proceder, la oposición fragmentada del Parlamento olvidó por un instante sus diferencias y desalojó al PP del Gobierno con la primera moción de censura exitosa en la historia democrática reciente de este país.

Es por eso que, estos nuevos documentos sonoros que revelan detalles escabrosos e inmorales sobre cómo se cocían los hechos, más que aportar alguna novedad, lo que hacen es llover sobre mojado: confirman lo que desde el principio se sospechaba y que ya, desde la condena del PP, había quedado demostrado. Revelaciones que asquean al personal y lo distancian aún más de unas siglas que quienes debían salvaguardarlas se han dedicado a ensuciarlas con todo tipo de indignidades y manoseos delictivos.

Y todo ello confluye en unos momentos en que el PP se enfrenta con un competidor en su nicho ideológico, cual es Ciudadanos, que podría, si no comete ninguna torpeza ni se impacienta sobreactuando, arrebatarle la confianza del electorado conservador. De ahí, el nerviosismo que muestra el PP y la deriva hacia el radicalismo extremista con el que se pronuncia su nuevo presidente, en un intento desesperado de no sólo retener a sus seguidores, sino de aprovechar esa ola conservadora que parece dominar la política en la actualidad. Pero lo tiene difícil porque su credibilidad es mínima.

Lo peor de estas revelaciones, siempre interesadas, no es que lo que delatan de los personajes, que es mucho, sino la creencia de esos interlocutores de actuar amparados por una impunidad debida a sus cargos y la consideración que le merecen a su principal protagonista, la señora Cospedal, quien afirma haber cumplido con su obligación. Tal justificación me recuerda el argumento de los oficiales nazis cuando fueron juzgados: actuaron gaseando judíos obligados por la obediencia que implica el cargo. Ni estos ni Cospedal tuvieron en cuenta las responsabilidades morales y legales de actos criminales.

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