De un tiempo a esta parte, por señalar un plazo temporal
impreciso, al Partido Popular le llueven los problemas, unos problemas que él
mismo se ha buscado. Son de la especie que lo han conducido a perder el
Gobierno cuando, en otras circunstancias, podría estar en disposición de
retenerlo de manera indefinida, dado la ola de conservadurismo extremista que recorre
gran parte de países de Occidente, sin distingos entre democracias asentadas o naciones
inestables que acaban de superar regímenes poco respetuosos con esa forma de
gobierno. Este bandazo hacia el autoritarismo conservador no parece favorecer
al partido que en España ha representado en la historia reciente a toda la
ideología de derecha, en su más amplia y completa extensión, es decir, desde la
liberal y democristiana hasta la extrema derecha y el fascismo: toda se
aglutinaba bajo el Partido Popular, sin competencia.
Los ciudadanos, incluso los votantes tradicionales del PP,
se muestran actualmente reacios a volver a depositar su confianza en unas
siglas que no dejan de protagonizar los escándalos por los casos de corrupción
más descarados que se han conocido en nuestro país desde que se restauró la
democracia. Una corrupción política sistémica -partidaria e institucional-, con
descarado menosprecio de la legalidad y la moralidad, que determina que en el
PP, cuando aparecen nuevas revelaciones del proceder indigno de algunos de sus
dirigentes más relevantes llueva sobre mojado. A nadie le sorprende, a estas
alturas, lo que desvelan las últimas grabaciones del corrupto comisario
Villarejo, un personaje que está presente en todas las salsas escandalosas que
huelen a cloaca y que por méritos propios se halla en la cárcel, en prisión
incondicional a la espera de juicio.
Villarejo, Cospedal y su marido. |
En estas últimas, las grabadoras dan conocer reuniones y
comentarios entre la secretaria general del partido, María Dolores de Cospedal,
acompañada de su marido, y el comisario en cuestión, en las que, en la sede
nacional del PP, tratan sobre las investigaciones que la policía lleva a cabo
sobre la trama Gürtel y que señalan al tesorero de la formación, Luis Bárcenas.
Los que hablan apuntan a la intención de destruir pruebas y limitar las
implicaciones en el tesorero, que acabaría siendo el cabeza de turco del escándalo.
Eran los tiempos, cuando se grabaron esas conversaciones, en que el PP se
rasgaba las vestiduras cada vez que se le acusaba de incubar la corrupción en
su seno sin hacer nada y estos altos dirigentes salían en tropel a denunciar
supuestas campañas de desprestigio e infamias de las que eran objeto. La misma
Cospedal no dudaba, ofendísima, en contraatacar a la oposición con “y tú más”,
asegurando, junto a Mariano Rajoy –presidente de la formación y del Gobierno-,
que no existía corrupción en el PP, sino contra el PP.
Desde entonces, la Justicia ya ha demostrado todo un sistema
de financiación ilegal en el partido y la utilización de las instituciones
para, a cambio de adjudicaciones públicas, conseguir comisiones que servían
para “engrasar” toda la maquinaria clientelar y que permitía a sus cabecillas y
dirigentes clave enriquecerse a costa del erario público. Y no fueron uno o dos casos
aislados, como al principio se intentó hacer ver, sino una conducta de
actuación que ha caracterizado al Partido Popular allí donde ha gobernado. Tan
generalizada era esa conducta que, al fallarse la sentencia que condenaba este
proceder, la oposición fragmentada del Parlamento olvidó por un instante sus
diferencias y desalojó al PP del Gobierno con la primera moción de censura
exitosa en la historia democrática reciente de este país.
Es por eso que, estos nuevos documentos sonoros que revelan
detalles escabrosos e inmorales sobre cómo se cocían los hechos, más que
aportar alguna novedad, lo que hacen es llover sobre mojado: confirman lo que
desde el principio se sospechaba y que ya, desde la condena del PP, había
quedado demostrado. Revelaciones que asquean al personal y lo distancian aún
más de unas siglas que quienes debían salvaguardarlas se han dedicado a ensuciarlas
con todo tipo de indignidades y manoseos delictivos.
Y todo ello confluye en unos momentos en que el PP se
enfrenta con un competidor en su nicho ideológico, cual es Ciudadanos, que
podría, si no comete ninguna torpeza ni se impacienta sobreactuando, arrebatarle
la confianza del electorado conservador. De ahí, el nerviosismo que muestra el
PP y la deriva hacia el radicalismo extremista con el que se pronuncia su nuevo
presidente, en un intento desesperado de no sólo retener a sus seguidores, sino
de aprovechar esa ola conservadora que parece dominar la política en la
actualidad. Pero lo tiene difícil porque su credibilidad es mínima.
Lo peor de estas revelaciones, siempre interesadas, no es
que lo que delatan de los personajes, que es mucho, sino la creencia de esos
interlocutores de actuar amparados por una impunidad debida a sus cargos y la
consideración que le merecen a su principal protagonista, la señora Cospedal,
quien afirma haber cumplido con su obligación. Tal justificación me recuerda el
argumento de los oficiales nazis cuando fueron juzgados: actuaron gaseando judíos
obligados por la obediencia que implica el cargo. Ni estos ni Cospedal tuvieron
en cuenta las responsabilidades morales y legales de actos criminales.
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