La vida, como expresó Dante, es un camino a mitad del cual el
poeta florentino emprendió la elaboración de La Divina Comedia, una joya de la
literatura universal que dejó boquiabiertos por su belleza a cuantos vinieron
detrás de él. No aclaró que ese camino era cuesta arriba en su mayor parte,
pero que superados dos tercios largos de su recorrido se produce un cambio de
rasante que nos hace descender, ir cuesta abajo. Tan ingrata es, para algunos,
esa bajada final del camino que, alterando el orden de los tramos versificados
por el poeta, los trechos a transitar nos conducen por el Paraíso, el Purgatorio
y el Infierno descritos por Dante, pero en orden inverso. Porque a partir del
último recodo nos despeñamos por una espiral de obsolescencia que nos hace sentir,
por la mengua de capacidades y la irrupción de molestias y complicaciones de todo tipo, un infierno aborrecible e indigno de una vida que apura el final
del trayecto con ansias de liberación y descanso. Y aunque cada caminante afronta
ese reto de distinta manera, serán la experiencia individual y las
expectativas de futuro las que determinen el orden de esos trayectos y las
vivencias que nos deparen. En cualquier caso, es inevitable pero conveniente que
la senectud sea la acompañante fiel en esas últimas vueltas y, con ella, los
obstáculos o las facilidades con que las abordaremos. Pero para muchas
personas, por no decir casi todas, esa compañía parecerá una pesada carga
que lastra la marcha con torpezas, olores y flaccideces que tanta repugnancia
nos provocaron en otros, aun familiares, restándole ilusión y fuerzas al empeño. Y es en tales
casos cuando apurar las vueltas finales del sendero supondrá una caída por el
despeñadero de la obsolescencia, del que Dante no nos previno en ninguno de sus
cantos. Algo así como tropezar con el infierno al final del camino.
Sin embargo, no podemos caer en el engaño. Sabíamos que la obsolescencia biológica es insoslayable
pero indeterminada en todo ser viviente. Que aparecerá sin anunciar cuándo ni
cómo. Y que a veces su presencia es imperceptible y discreta; y otras, violenta
y traicionera. En ocasiones, tardía, aunque también temprana. Que lo único
cierto es, en definitiva, que llega y nos envilece, arrebatándonos fuerzas y motivos
para ser leales a la vida y no traicionarnos a nosotros mismos ni a nuestra
propia memoria. Y que por mucho que aleteemos en la vida con insensata avidez de
mortales, lo hacemos a ras de suelo, al que acabaremos cayendo*. Es el destino
que nos tiene reservado la obsolescencia. Un despeñadero por el que podemos caer con la
elegancia de quien asume el precio de su existencia o con el patetismo del desagradecido
contrariado. Admitámoslo.
______________
*¡Oh insensata avidez de los mortales,/débiles
son los silogismos esos/que os hacen aletear a ras de tierra! Canto XI,
versos 1-3 del Paraíso de La Divina
Comedia. Dante Alighieri.
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