Adelantadas escasos tres meses de su mandato cuatrienal, las
elecciones andaluzas han sido forzadas por la ruptura del acuerdo de investidura,
alcanzado entre el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) -eterno ganador en
Andalucía- y Ciudadanos (Cs) -la nueva formación conservadora de España-, que posibilitó
al PSOE, pilotado por Susana Díaz, formar el gobierno de la Junta de Andalucía.
Es evidente que estas elecciones han sido decididas cuando convenían a los dos
partidos que, durante toda la legislatura, han dado estabilidad al Gobierno
andaluz, aunque de cara a la galería quieran ahora exteriorizar diferencias teatrales
por supuestos incumplimientos en el programa pactado. La realidad es que gran
parte del pacto, un porcentaje superior al 80 por ciento de aquellas 70 medidas
que figuraban en el mismo, se ha materializado en iniciativas legislativas de
gran calado, como elevar el importe exento, hasta el millón de euros, del
impuesto de sucesiones, entre otras.
Pero próximas, en todo caso, las citas electorales previstas
para 2019 (autonómicas, municipales, europeas y, probablemente, generales),
ambos partidos han considerado oportuno diferenciarse de cara al electorado e
identificar sus respectivas propuestas, sin correr el riesgo de que se
confundan por su íntima colaboración gubernamental, siempre monopolizada a
favor del partido que gobierna. Tanto PSOE como Ciudadanos, en Andalucía,
comparten interés en aprovechar una coyuntura nacional que creen propicia para
sus objetivos, puesto que estiman
favorable el acceso al Gobierno Central del Partido Socialista y la
preponderancia que ello ofrece de dictar la agenda política del país, y la
debilidad y el rechazo que muestra el Partido Popular, tras ser derrotado por
una moción de censura, que instala en Ciudadanos el convencimiento de poder captar
el voto conservador desilusionado con los populares.
Era, por tanto, el momento idóneo en ambos partidos para
convocar a urnas en Andalucía: uno, para retener el timón de la Junta de
Andalucía; y otro, para convertirse en la segunda fuerza política de la región,
dando sorpasso al PP y acariciando la
posibilidad de liderar una coalición conservadora que pueda, incluso, propiciar
el relevo de los socialistas, tras casi cuarenta años, en los gobiernos de
Andalucía durante todo el período democrático. Y ambos objetivos, que ofrecen
una lectura nacional, tienen una enorme trascendencia de cara a las próximas citas
electorales, ya que de los resultados de estos comicios se podrá conocer, no
sólo las preferencias y expectativas de los andaluces, sino también las
tendencias políticas determinantes en el futuro inmediato del país.
Representan, en tal sentido, un test “in vivo” de la realidad política
nacional.
Candidatos del PSOE, PP, Adelante Andalucía y Ciudadanos |
Para el Partido Socialista en primer lugar. Tanto Pedro
Sánchez (secretario general del PSOE federal y presidente del Gobierno de la
Nación) como Susana Díaz (secretaria general del PSOE andaluz y presidenta de
la Junta de Andalucía) encarnan actitudes y enfoques divergentes en la
formación en la que ambos militan. De hecho, fueron contrincantes en las primarias
para la elección del líder de la formación, que finalmente consiguió el
primero. Los dos se repelen, pero se necesitan. Con Sánchez en La Moncloa y sus
políticas de recuperación de derechos sociales y las medidas de alivio contra
la severa austeridad impulsadas por su gobierno, en Andalucía pueden presumir
de rescatar inversiones públicas, darle la vuelta a los recortes en Sanidad,
Educación y Dependencia, y favorecer la creación de empleo con estímulos
fiscales y legales. Los dos PSOE y sus dos almas (la pragmática y la utópica)
convergen en una ambición común: gobernar. Y al ser Andalucía la comunidad autónoma
más grande de España por número de habitantes, el granero andaluz, por votos y
diputados que sienta en las Cortes, se convierte en indispensable para
cualquier expectativa de gobierno en España. Y ello ha sido así desde aquellas
primeras elecciones autonómicas, de mayo de 1982, en las que el PSOE ganó 66
escaños en el Parlamento andaluz (mayoría absoluta), posibilitando, sin duda alguna,
el triunfo histórico del primer gobierno socialista de la democracia, en
octubre de ese mismo año. Por ello, Pedro no puede dejar caer a Susana y ésta recurre
a él como garantía del compromiso del Gobierno con Andalucía. Esta es una de
las claves del test de las elecciones andaluzas.
Sin embargo, aunque el PSOE andaluz gane las elecciones, no
lo hará en cuantía suficiente para gobernar en solitario. Incluso se estima que
Susana Díaz, aun siendo la candidata más votada, no podrá impedir ser la que
peores resultados obtenga de todos los que la precedieron en el cargo, según
las encuestas. Conseguirá una victoria complicada, con todos los demás partidos
en contra, deseando desalojarla de la Junta. Toda la campaña de su exsocio de
gobierno, Ciudadanos, ha girado en torno a poder relevar a los socialistas del
Gobierno andaluz, contando con el apoyo del Partido Popular (que será el gran
derrotado), si la aritmética parlamentaria se lo permite. Y la formación “afín”
(es un decir) en el espectro de la izquierda, Podemos (en Andalucía, Adelante Andalucía,
en coalición con los comunistas de Izquierda Unida), nunca ha sido un
interlocutor “amistoso” dispuesto a entenderse con los socialistas andaluces,
aunque sí lo haga en Madrid, apoyando a Pedro Sánchez. No se sabe si, llegada
la tesitura, preferiría un gobierno de la derecha en vez de izquierdas. Antecedentes
de “pinza” entre comunistas y conservadores para obstaculizar un gobierno
socialista se han dado, pero con consecuencias desastrosas para la pata
izquierda de la pinza, y ventajosas para la pata derecha. A pesar de todo, Andalucía
ha contado con gobiernos de coalición, formados por PSOE y PA (ocho años) y PSOE
e IU (tres años). Todas las alternativas que se abren tras los resultados de
las elecciones andaluzas forman parte del test en clave nacional.
En cuanto a la derecha, la extrapolación de los resultados
servirá también para medir, por un lado, el deterioro real del Partido Popular,
y, por otro, la cuantificación del crecimiento de Ciudadanos. Ambos partidos
luchan encarnizadamente en la región por ganarse la confianza del electorado
conservador, imprescindible no sólo para obtener posibilidades de gobernar en
Andalucía -lo que obliga a tener implantación también en el área rural del
interior-, sino para ganar músculo con vistas al ring estatal, donde la cuestión
catalana y la tirria hacia Pedro Sánchez dominan el debate. Tal es la razón por
la que los líderes nacionales de los dos partidos conservadores acompañen
continuamente a sus candidatos en la campaña andaluza. Pablo Casado, presidente
del PP tras la dimisión de Rajoy, se juega su liderazgo en Andalucía, donde pone
a prueba el giro ultranacionalista y radical que ha implementado en su
formación, con intención de atraer los votos fugados a Cs y disputar el espacio
que le roba VOX, un grupo de extrema derecha que aprovecha los vientos del
nacionalismo xenófobo que soplan en Europa, Estados Unidos y Brasil, por citar
algunos lugares. Por su parte, Albert Rivera, el líder de Cs, consciente de que
su partido experimenta un auge gracias a los votantes descontentos del PP y, en
menor medida, de los socialistas, pretende catapultarlo como la segunda fuerza
en Andalucía y convertirlo en líder de la oposición en el Parlamento andaluz, arrebatándole
ese puesto y “privilegio” al PP.
Parece que, con mucha probabilidad, Cs será el único partido
que consiga un incremento manifiesto, en votos y diputados, con respecto a las
elecciones de 2015. Y tantas resultan sus expectativas de crecimiento que no
descartan la posibilidad de gobernar en Andalucía si la bancada parlamentaria
de la derecha logra superar la de la izquierda. Ya son primera fuerza en
Cataluña, aunque continúan en la oposición, borrando casi totalmente la representación
del PP de aquella comunidad. En Andalucía, donde el PP se hunde pero no
desaparece, podría producirse una situación de bloqueo que impediría la
investidura de Susana Díaz y obligaría repetir las elecciones, si no logra más
síes que noes. Y la voluntad de Cs es intentarlo como sea, coincidiendo con los
objetivos del PP. Si lo consigue, podría alargarse la convocatoria de nuevas
elecciones hasta los primeros meses del año próximo, cuando se sospecha que se
celebrarían elecciones generales a las que estaría abocado el Gobierno de Pedro
Sánchez al no poder aprobar los Presupuestos Generales del Estado. Todos los líderes
andaluces, aparte de la gobernabilidad de la Comunidad Autónoma, tienen en cuenta
este horizonte y barajan sus posibilidades en función del mismo. Lo que suceda
en Andalucía va influir, en mucha medida, en el futuro inmediato de España. De
ahí que estas elecciones constituyan un auténtico test para la política
nacional. Lo que creo desafortunado porque nos distrae de los verdaderos problemas
que preocupan a los andaluces y que deberían ser el centro primordial del
debate, con son el paro, la falta de oportunidades, la delgadez de un sector
industrial potente, las limitaciones de una economía basada sólo en la
agricultura y los servicios, el abandono escolar y el oscuro futuro de los
universitarios recién graduados, la inmigración y emigración que llega y sale
de la región, las drogas y la delincuencia que atrapan a nuestros jóvenes, lo
violencia machista y la desigualdad social, la cohesión territorial y la corrupción
que anida en la política y las instituciones. ¿Servirán estas elecciones para intentar
resolver algunos de estos asuntos?
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