El verano avanza inquieto y las vacaciones quedan prendidas del
último atardecer que la nostalgia hace revivir entre recuerdos de días azules y
horas tiernas. La luz tenue de las farolas alumbra un horizonte infinito
salpicado de nubes suspendidas en la memoria del que sueña despierto con un mar
y un cielo que disputan el mismo color esperanza del mañana. El tiempo no se
detiene en la arena ni en las canas a las que peinan los vientos con traviesa
intención desaliñada. Solo el amor, como la luz, alimenta el ánimo insatisfecho
de quien aguarda otra oportunidad para esa felicidad que se escabulle siempre en
el ocaso de lo breve, pero deseado. Cada año buscamos una añoranza de lo que
fuimos para tomar impulso hacia lo que seremos, sin dejar de ser nunca lo
que en realidad somos. Soñadores de recuerdos perdidos en el devenir de una existencia consciente, sabedora de que la vida es un suspiro que hay que aprovechar. Como estos días de atardeceres narcóticos.
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