No podía faltar, para completar el catálogo de “cualidades” que adornan la personalidad de Donald Trump, objeto del artículo anterior, su tendencia maníaco-obsesiva, focalizada
en Barack Obama, a quien relevó en la presidencia de EE UU., tras las últimas
elecciones. Movido por esa tendencia, desde que accedió a la Casa Blanca, Trump
no ha cejado en intentar eliminar todo rastro de su antecesor, minusvalorando
su impronta y revocando cualquier ley, acuerdo, reforma o iniciativa que hubiera
promovido el expresidente, por beneficiosas que fuesen para el país o los
ciudadanos. Ni tratados comerciales, ni acuerdos para frenar la proliferación
de armas nucleares, ni leyes favorables a los más desfavorecidos son mantenidos
por Trump si fueron elaborados por la anterior Administración.
Esa actitud
claramente psiquiátrica le distancia y enfrenta a correligionarios del Partido Republicano,
como el recién fallecido John McCain, un senador que era un referente del republicanismo
estadounidense, pero una persona íntegra y educada, coherente con su ideología
pero incapaz de atentar contra la dignidad de las personas, aun sean
adversarios políticos. Es conocida, al efecto, la anécdota en la que, durante
una charla con sus seguidores, no dudó en defender a Obama de las críticas de
una asistente, a la que hizo callar diciéndole: “No, señora, es un decente
hombre de familia, un ciudadano con el que resulta que tengo desacuerdos en
asuntos fundamentales, y en eso consiste esta campaña”. Esa es la diferencia
entre Trump y McCain, entre el maleducado fanatismo patológico y el adversario
respetuoso y ecuánime. Tanta es la diferencia, aun perteneciendo al mismo
partido, que el héroe de guerra recién fallecido ha dejado saber su voluntad
de que no quería que Donald Trump asistiera a su entierro. No en balde se había convertido en un
enconado obstáculo para Trump, al no estar de acuerdo con las medidas más
controvertidas de su presidencia, como la reforma sanitaria o sus iniciativas
contra la inmigración. Una diferencia moral y educativa que deja en mal lugar al actual
inquilino de la Casa Blanca.
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