Las cuestiones históricas, religiosas o morales, para seguir
con algunos de los ejemplos señalados por el crítico español, no se dirimen ni
en Parlamentos ni por los Gobiernos, pero ellos están capacitados para promover
iniciativas que intenten ser coherentes con la realidad histórica, la libertad
de credos o la ética cívica, corrigiendo en lo posible las versiones
interesadas o las costumbres impuestas por los poderes dominantes durante
determinado tiempo. Porque no es imponer por la fuerza una verdad, sino
facilitar que esa verdad pueda ser alcanzada por la razón, sin obstáculos
mantenidos por mor de las tradiciones o las versiones acuñadas por los vencedores
y las élites dominantes. Tampoco es “reformar las mentes de los ciudadanos”
eliminar del callejero los nombres de personajes que se distinguieron por usar
la violencia extrema contra la legalidad, coartar la libertad de los ciudadanos,
violar los derechos humanos, constituir y formar parte de gobiernos
reaccionarios y perseguir y criminalizar a sus compatriotas por motivos
políticos, religiosos o hallarse, simplemente, en el lado equivocado de la
contienda. Del mismo modo que permitir que la dignidad de los inocentes
vencidos, humillados además con la doble losa del olvido y el desinterés
político, no es en absoluto una patología propia de gobernantes totalitarios,
sino una actitud loable y necesaria de justicia histórica y moral. Es, en definitiva, facilitar
que la razón alcance también la verdad por vías cotidianas (la nomenclatura de
un callejero, las estatuas y símbolos en las ciudades, los museos y sitios
históricos) y no sólo a través de las académicas, asequibles a una minoría con formación.
“Religión política” es, además de imponer como dogma lo que
convenga al poder de turno, impedir a toda costa que la verdad pueda ser
conocida por la ciudadanía, al no intentar erradicar la “soberanía sobre los
hechos del pasado” que otros impusieron y mantuvieron durante décadas, mientras
detentaron el poder de forma legítima o por la violencia. Por eso, aunque
comparto las cautelas expresadas por el pensador francés y el español ante el
peligro que representa para la libertad toda “religión política”, me temo que
es participar del mismo dogmatismo mostrar rechazo visceral a la iniciativa del
Gobierno y el Parlamento por promover una Ley de Memoria Histórica en España,
donde todavía permanecen en fosas comunes por descubrir, en todo el territorio
nacional, víctimas inocentes del odio y la irracionalidad de una guerra
fratricida y el fascismo de nuestro pasado reciente.
Es bastante probable que
la verdad ya esté inscrita en los libros de historia, pero todavía tiene que
transitar, sin miedo ni obstáculos, por la calle para que los ciudadanos tengan
posibilidad de vislumbrarla y alcanzarla por medio de la razón. Esa razón que
nos permite distinguir la libertad y tomar partido por ella, sin que nos la
concedan caritativamente ni tengamos que mendigarla penosamente, ya que la
libertad, según la cita de don Quijote que reproduce el filósofo español, es
aquello por lo que merece la pena arriesgar la vida.
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