Julio empezó bien. Y no me refiero ni al clima ni a los inmigrantes rescatados, hace 45 días, por el barco Aquarius en aguas internacionales al sur de Italia y desembarcados en España ante la negativa de otros países de acogerlos y preferir abandonarlos a su suerte en medio del mar. El tiempo agradable, tarde o temprano, dejará paso al calor y el drama de la migración continuará provocando que el mar vomite cadáveres en las playas europeas, cobrándose, así, el precio de vidas humanas que los que huyen y se aventuran a cruzar el Mediterráneo, desde la orilla africana y de Oriente Próximo, están dispuestos a pagar con tal de dejar atrás el hambre, la miseria y la muerte. No.
Me refiero, en primer lugar, a la declaración que hizo la
UNESCO, el primer día del mes, para reconocer como Patrimonio Mundial de la
Humanidad a Medina Azahara, el yacimiento arqueológico cordobés, ejemplo del
arte y la cultura omeya en Occidente. La ciudad que mandó construir el califa
Abderramán III a los pies de Sierra Morena, en 936, se incorpora desde ahora al
rico legado histórico que atesora Córdoba, ciudad que cuenta también con la
Mezquita, el Casco Histórico y los Patios, catalogados como lugares del
Patrimonio Mundial. Se trata, pues, de un excelente y merecido reconocimiento
que subraya el singular valor arqueológico, histórico y paisajístico de un
yacimiento del que sólo un 10 por ciento ha sido excavado y que, por tanto,
continuará desvelando nuevos hallazgos, datos e información en el futuro, para
deleite de cordobeses, andaluces y españoles amantes de la historia y las culturas
que, como un crisol, conforman nuestra identidad como pueblo. Mejor no podía
arrancar julio.
Al otro lado del océano, julio también trajo nuevos
propósitos a México con un cambio histórico en el poder, encarnado en la
persona de Andrés Manuel López Obrador, elegido presidente de la República en
las elecciones celebradas en aquel país el día uno del mes. El partido que
lidera, Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), de ideología más
socialdemócrata que de izquierda radical, se impuso holgadamente a las viejas y
desprestigiadas formaciones de la derecha (PRI y PAN), que ya no atraen a un
electorado hastiado con la corrupción, la violencia y el tráfico de drogas que
empañan la imagen de un país de enorme peso económico y cultural en América
Latina. El próximo día uno de diciembre tomará posesión el nuevo presidente
mexicano, tras una larga transición de cinco meses, al que aguardan retos de
enorme envergadura. Tal vez, el más complejo de ellos sea el de las relaciones
con el vecino del Norte, donde Donald Trump, empecinado con sus políticas
antimexicanas, muros fronterizos, separación de familias en la frontera y la
renegociación del Tratado de Libre Comercio con Canadá y México, ocupará su
inmediata atención. Confiemos en que López Obrador consiga satisfacer con su
Gobierno las expectativas que ha generado no sólo entre los mexicanos, sino
también en muchas cancillerías extranjeras que miran al nuevo presidente con
optimismo y esperanza. Incluida España, especialmente desde que Pedro Sánchez
ocupa el despacho de La Moncloa, donde se concibe una intensificación de las
relaciones y la confluencia en una forma de gobernar más centrada en los
ciudadanos que en los mercados, de tal manera que consiga frenar los abusos de
una economía sin regulación y las embestidas del populismo xenófobo,
aislacionista y sectario que aflora a un lado y otro del Atlántico. Otra
magnífica noticia que depara julio.
El mes también proporcionó una gran alegría con el emotivo
rescate de los doce niños y su entrenador, miembros de un equipo de fútbol
infantil tailandés, atrapados en el interior de una cueva en el norte del país
que las lluvias monzónicas inundaron repentinamente, bloqueándoles la salida.
Habían acudido a la gruta de excursión, tras celebrar un partido, con tan mala
fortuna que permanecieron aislados, sin alimentos y en total oscuridad desde el
23 de junio hasta el 2 de julio, en que fueron rescatados. Los preparativos y
las valoraciones sobre la manera más rápida y segura de sacar de allí a los
niños, localizados después de diez días de rastreos por intrincadas galerías
kilométricas, mantuvieron en vilo a las familias, a los equipos de rescate y a cuantos
siguieron la operación, en la que murió un buzo profesional, a través de los
medios de comunicación. Afortunadamente, todos fueron extraídos sanos y salvos,
dando lugar al rescate más mediático de los últimos tiempos.
Rompiendo la racha de acontecimientos felices, llegó Trump,
bramó como suele y obtuvo lo que se proponía: conseguir el compromiso de los 29
países europeos de elevar el gasto militar
hasta el 2 por ciento del PIB de cada uno de ellos. Aterrizó en la
cumbre de la OTAN con la amenaza de abandonar la organización y se fue, tras lograr
el acuerdo financiero, asegurando que ya “no era necesario” salirse del Tratado,
puesto que la OTAN era ahora una máquina puesta a punto en la que los socios
pagan más que nunca. Hasta el presidente de Gobierno español se vio obligado asumir
tal compromiso de gasto después de haber asegurado que España, aunque invirtiese
menos de ese porcentaje en Defensa, lo compensa con creces con su participación
activa en las misiones que la organización militar le encomienda, y eso debería
tenerse en cuenta. Pero Trump no acepta excusas. Vino a lo que vino. El resto
de asuntos abordados en la cumbre no le interesaban al mandatario norteamericano,
quien no tuvo empacho en alardear ante la prensa de su triunfo, advirtiendo, además,
de que “el 4 por ciento sería la cifra correcta”. Ni Angela Merkel ni Macron
pudieron disuadirlo de su obcecación económica, con la que contempla las
relaciones con los aliados europeos sólo en términos comerciales. Es por ello
que, dispuesto a desbaratar la diplomacia convencional, tilda a Europa de
enemiga de EE UU, “por lo que nos hacen en el comercio”, sin importarle
insultar a países que comparten riesgos en la defensa de los valores y la
democracia ocidentales, y de menospreciar a la “premier” británica Theresa May,
durante su visita al Reino Unido para jugar al golf, aconsejándole demandar a
la UE en lugar de negociar las condiciones del Brexit.
No obstante, las muestras de admiración hacia Putin son cada
vez más evidentes y empalagosas. Es capaz de dispensar al líder soviético un
trato tan elogioso y considerado que crea desconcierto y alarma en las filas de
su propio partido. Tras la cumbre de la OTAN, Trump se fue a mantener el primer
encuentro oficial en Helsinki con el presidente de Rusia, en el que no pudo
disimular la sintonía que mantiene con él, tal vez porque le deba el cargo,
como temen los malpensados. Fue una reunión atípica, hermética, sin testigos y
vacía, que no deparó ningún resultado conocido, salvo ese crédito que le otorga
a las declaraciones del presidente ruso de no haber interferido en las
elecciones norteamericanas, pero que niega a los propios servicios de
inteligencia norteamericanos que investigan el asunto. Tal parece que a Donald
Trump le satisfacen las cumbres inútiles pero sumamente mediáticas, como la que
celebró con Corea del Norte, meros gestos propagandísticos que alimentan la
egolatría de un presidente “líquido” que se vanagloria de su ignorancia,
ineptitud y simplismo, tan ridículos como peligrosos. Con semejante bagaje que
se manifiesta con una retórica encendida y un pensamiento débil, Trump se
permite calificar de enemiga a Europa, pero consiente y absuelve a Rusia de la
anexión de Crimea y la creación de un conflicto bélico territorial con Ucrania en
el que se puede impunemente derribar un avión civil de pasajeros con un misil
ruso, del apoyo militar que presta al régimen del sátrapa de Siria, de las
ingerencias en los procesos electorales de EE UU y otros países, y de todas las
manipulaciones y esfuerzos que emprende por fragmentar la unidad europea y
alejarla de EE UU. Si no fuera porque resulta una idea descabellada, parecería
que Trump se comporta como un agente de Moscú, chantajeado por motivos que ni
siquiera el fiscal especial Muller puede sospechar y menos aun demostrar.
A nuestro país julio también le aportó su ración de malas
noticias. La Justicia alemana no consigue apreciar el ejercicio de violencia en
la rebelión de Puigdemont y, por consiguiente, sólo extraditaría al fugado por
el delito de malversación. El tribunal alemán arguye que no se ejerció durante aquella
rebelión independentista una fuerza en grado suficiente como para ser estimada
como tal. Una apreciación que contraviene el espíritu de toda euroorden de no
valorar la existencia de los delitos que un Estado miembro de la UE contempla
en su legislación, y una zancadilla a lo que era la construcción de una Justicia
común. Como es natural, ello ha dado alas al fugitivo para seguir
protagonizando la supuesta voluntad independentista del pueblo catalán. En una
actitud mesiánica, ahora persigue liderar un movimiento político transversal,
ajeno a PDeCat, ERC y demás formaciones secesionistas, que le permita no estar
sometido a estructuras orgánicas partidistas ni a estrategias electorales posibilistas
y respetuosas con la ley. Alemania se lo ha puesto fácil, tan fácil que el juez
Llarena, instructor del caso en el Supremo, ha retirado la euroorden para
mantener la orden de arresto si el fugado y sus acompañantes pisan suelo
español.
Pero tan grave como este desafío independentistas es el
ataque lanzado contra el rey emérito por parte de su vieja “amiga” Corinna zu
Sayn-Wittgenstein, atribuyéndole haberla utilizado como testaferro de sus
bienes y patrimonio ocultos en el extranjero. Detrás de estas declaraciones,
oportunamente filtradas, se halla el excomisario José Manuel Villarejo, quien
grabó esas conversaciones con intenciones inconfesables, pero que ponen en la
piqueta al antiguo Jefe del Estado. El expolicía está en la cárcel por
organización criminal, cohecho y blanqueo de capitales, desde donde no parece
vacilar en “intimidar” a las más altas instancias del Estado como medio para su
defensa. No en balde es una persona que, por su profesión, experiencia y
relaciones, acumula secretos sobre las alcantarillas del establishment. Feo y delicado asunto que aflora, precisamente, en
julio.
Y para colmo, primarias del PP a cara de perro. Un partido
de liderazgos fuertes, personalismos indiscutidos y aclamados a la búlgara en
congresos perfectamente controlados por componendas previas del aparato, en el
que resulta sorprendente, de buenas a primeras, la convocatoria de primarias
cuasi democráticas para la elección del sucesor de Rajoy. Una iniciativa
utópica en el sentido negativo del término: el de soñar lo que no es real,
creer que en una formación así sus militantes podrían elegir democráticamente a
su máximo dirigente. Ni por el procedimiento (votó sólo un insignificante
número de afiliados) ni por los candidatos (finalmente elegidos por los
compromisarios), las primarias del PP podían ser otra cosa que una utopía,
desarrollada a cara de perro, entre los representantes de los sectores
ideológicos de la derecha que conviven mal avenidos en la formación. Y,
necesitando recuperar rancias “esencias”, el PP ha elegido a Pablo Casado, una
criatura crecida a la sombra ideológica de Aznar y, como él, partidario de
restringir el aborto, cuestionar la Memoria Histórica, potenciar la educación
concertada en detrimento de la pública, blindar la asignatura de religión en
contraposición a una asignatura ética de civismo social, rechazo visceral a una
ley de eutanasia, etc. En fin, volver a lo que nunca ha abandonado el PP,
aunque haya intentado disimularlo con hipócrita moderación para ubicarse en el
centro derecha, espacio que ahora le disputa Ciudadanos.
En Israel, incomprensiblemente, se retrocede en la historia.
En vez de un Estado democrático que salvaguarda la libertad, la igualdad y el
bienestar de los ciudadanos, sin importar la raza, la religión o las culturas
de las comunidades que lo integran, se declara Estado nación judío, de tinte
nacionalista, xenófobo y religioso. Como en la edad media. Y despoja a los
árabes israelíes, un 20 por ciento de la población, no sólo de ser ciudadanos
de primera como los demás, sino que excluye su lengua como idioma cooficial del
país. Además, da categoría jurídica a la ocupación de Jerusalén como “capital
completa y unida” de Israel, desobedeciendo las resoluciones de la ONU que
otorgan a la Ciudad Santa de un estatuto especial internacional como sede de
las tres religiones monoteístas abrahámicas. Israel, pues, avanza hacia atrás,
desandando el camino de la Ilustración y la secularización que es la base de
los estados modernos y democráticos. Un Estado
beligerante e intransigente que, mientras la religión judía estuvo
dispersa en la diáspora y abrigaba anhelos pacifistas, al ubicarse en un Estado
nacional se transforma en doctrina excluyente y sectaria, respondiendo a la
funesta manía, como observa Juan José Sebreli, de conformar una alianza entre
religión y política que está en el origen de los grandes crímenes colectivos.
La nueva ley de Netanhayu, que sustituye los principios fundacionales del
Estado de Israel por un nacionalismo xenófobo y racista, hace que israelíes de
prestigio universal, como el pianista y director de orquesta Daniel Barenboim,
se avergüencen de ser israelíes. Asegura el renombrado artista que no puede
soportar que el pueblo judío, después de sufrir persecución y crueldades, se
convierta ahora en el opresor que somete crueldades a otros. Todo un ejemplo de
lucidez y valentía.
Y el fuego, ese peligro siempre latente, acechando para
devastar todo lo que halle a su paso, sobre todo si es favorecido por una
actividad humana imprudente e irresponsable. Cuando no es por la falta de
respeto al medio ambiente, es por la avaricia edificadora sin control ni
regulación, o, simplemente, como consecuencia de actos criminales cometidos por
pirómanos e incendiarios. Es lo que ha sucedido en Grecia, donde se ha padecido
en julio el más mortífero incendio de su historia, dejando un balance de más de
90 muertos, decenas de personas desaparecidas y daños considerables en miles de
viviendas y zonas forestales. Un incendio que se sospecha podría ser provocado,
pero que en cualquier caso “prende” en un país con la economía intervenida, que
debe priorizar el pago de su deuda antes que invertir en infraestructuras y
equipamientos. Todo ello, además, unido a la despreocupación de gobernantes y
habitantes por emprender un crecimiento urbanístico controlado y regulado. Julio
no podía concluir sin una tragedia, y este año le ha tocado a Grecia.
Si estas han sido algunas -pocas- de las cosas, buenas y malas,
sucedidas en julio, ¿qué nos deparará agosto? Más vale no pensarlo.
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