Las grandes religiones monoteístas (el judaísmo y sus
derivados: el cristianismo y el islamismo) provienen de mitos orientales,
adaptados a las necesidades imaginativas del antiguo Egipto, los pueblos
nómadas del Cercano Oriente, Grecia y Roma, los cuales reelaboraron apócrifamente
leyendas, historias fantásticas, epopeyas, códigos de costumbres, aforismos y
cosmogonías primitivas, etc., que poco o nada tienen que ver con la historia ni
la geografía del Occidente bíblico. De ahí que Borges se refiriera a los
orígenes no occidentales de las religiones monoteístas, afirmando que los
libros sagrados eran “del todo ajenos a la mente occidental”. Pero, aunque
compartieran orígenes, existía una gran diferencia: las mitologías persas,
chinas o hindúes no aspiraban a ser únicas y verdaderas, ni siquiera religiones
en el sentido convencional del término, sino escuelas de sabiduría, de moral y
de actitudes ante la vida mediante ejercicios espirituales y físicos. Y sus
fundadores no se consideraban seres divinos ni intermediarios exclusivos de la
divinidad, sino hombres sabios, consejeros espirituales o maestros morales.
En cualquier caso, la creencia en la trascendencia y lo
sobrenatural es algo que precede a las religiones, en forma de animalismo,
magia o fetichismo que suponen una etapa previa a la creencia religiosa, y
responde a una necesidad psicológica del ser humano que lo lleva a cuestionar
su existencia. Lo relevante de las tres religiones monoteístas, que reconocen
su origen en Abraham, es su expansión universal, debido principalmente a su
relación con el poder político. El afianzamiento de estas religiones, que aún
hoy siguen compitiendo y procurando ser más fuertes, no proviene de sus
mensajes de paz y amor, sino de relaciones espurias con emperadores, reyes, guerreros
y gobernantes, junto a los cuales pudieron utilizar la fe ingenua que mueve a los
creyentes mediante la obediencia acérrima al clero y la sumisión a la doctrina
de las jerarquías eclesiásticas y, cómo no, civiles. Todas las religiones han
procurado la autoridad indiscutible de papas, rabinos, imanes o ayatolás sobre
la sociedad y el poder civil de cada época. De ahí que ninguna de ellas sea
partidaria de la consolidación de Estados laicos, aún sean escrupulosamente
respetuosos con todos los credos, donde estén garantizados por ley la
tolerancia, la libertad y el respeto a los Derechos Humanos. Son beligerantes sobre
su poderío terrenal, aunque su reino no sea de este mundo.
Este es, nada menos, el asunto que aborda en su libro, Dios en el laberinto, crítica de las
religiones (editorial Debate), Juan José Sebreli, conocido intelectual
argentino que, más que adherirse a una disciplina especializada, cultiva la
filosofía, la sociología, la teoría política y, naturalmente, la teología. A
sus 88 años, ha querido legar una revisión integral, monumental y despiadada de
lo religioso, lo sagrado y lo divino desde el punto de vista científico,
filosófico, político, teológico y literario. Agnóstico por honestidad racional,
Sebreli reconoce no poder declararse ateo porque no puede negar ni afirmar con
certeza algo que no puede (de)mostrar. Por eso considera que la religión
seguirá existiendo mientras la ciencia no llegue a encontrar solución a todos
los misterios del Universo, aunque el margen sea cada vez más pequeño. Ello es
así porque el religioso, como sostenía Hume, cree saber lo que no puede
contestar el científico, aunque ignore lo que el científico conoce. Y como no
hay pruebas ni para el teísmo ni para el ateísmo, la actitud más honesta es,
según Sebreli, la lucidez y la modestia de aceptar lo mucho que todavía se
ignora y tener el coraje de decir “no sé”, una ignorancia consciente de sí
misma y una sabiduría conocedora de sus límites. Es decir, un agnosticismo como
actitud del pensamiento.
Se trata, pues, de un libro que recomiendo enfáticamente a
quienes cuestionan todo dogma y desconfían del irracionalismo, sea económico,
político o religioso. Un libro que me ha enriquecido este verano.
1 comentario:
Maravilloso comentario,me ha emcantado opiniones cómo "Por ello, la religión es radicalmente incompatible con la ciencia y la razón, instrumentos que permiten el conocimiento de la realidad, mediante el pensamiento racional y el procedimiento científico, en base a hechos verificables y demostrables empíricamente, más allá de toda duda racional" o el "el coraje de decir “no sé”, una ignorancia consciente de sí misma y una sabiduría conocedora de sus límites"
Necesito ese libro!!
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