Apenas se habla, por ejemplo, de la persistencia de la
austeridad salarial y la precariedad laboral en la economía española, a pesar
de los signos de recuperación que ofrecen las grandes cifras macroeconómicas.
El equilibrio de las cuentas realizado a partir de la contención del gasto ha conllevado
el recorte presupuestario drástico en partidas de fuerte impacto social, como
son las de educación y sanidad, que, junto al frenazo de la inversión pública y
la congelación de facto de las pensiones, han provocado el empobrecimiento de
amplias capas de la población. Sin embargo, ninguna iniciativa política del
Gobierno se ocupa actualmente de compensar o corregir el deterioro de una
redistribución de la riqueza que ha castigado sobremanera a los más débiles
económicamente y vulnerables frente a la desigualdad. Ofuscados ante el desafío
del nacionalismo independentista catalán, hemos olvidado las injusticias de una
política económica que ha beneficiado al capital en perjuicio de los
trabajadores, asalariados y dependientes del auxilio público. Y que, cuando
llegan las “vacas gordas” de la supuesta recuperación, no se suavizan esos sacrificios
impuestos a una de las partes, sino que se mantienen para seguir eximiendo de los
mismos a la otra parte más afortunada y pudiente. ¿Hasta cuándo, pues, se
deberá obviar que el peso de la crisis sigue cayendo fundamentalmente sobre los
trabajadores y clases medias, a los que ninguna ayuda es posible en estos
momentos? ¿Todavía no es hora, acaso, de reclamar la máxima atención sobre una
injusticia que afecta a decenas de millones de españoles, de todas las regiones
del país, un número de damnificados muy superior al de esos independentistas
que concitan el interés exclusivo de la opinión pública? ¿Por qué un asunto
eclipsa al otro? Aún reconociendo la gravedad del desafío soberanista catalán, el
deterioro al que se ha condenado a la clase trabajadora con la escusa de la
crisis económica, también lo es. Incluso en mayor medida.
De igual modo, los avatares de los múltiples casos de
corrupción que se están ventilando en los juzgados, en los que el partido en el
Gobierno está aquejado y acusado de participar en tramas que desfalcan
sistemáticamente las arcas públicas, están pasando prácticamente desapercibidos
para los medios y el público en general. Así, el caso Gürtel, un entramado constituido para delinquir en
comunidades donde gobernaba el Partido Popular (Madrid y Valencia), mediante
adjudicaciones irregulares de contratos a cambio de comisiones que se
embolsaban los corruptos, va camino de quedar visto para sentencia tras los
informes finales de la
Fiscalía , que considera probada la existencia de una caja “b”
en esa formación política destinada a efectuar sobornos a cargos públicos a
cambio de contrataciones. Y que tanto el PP como la exministra de Sanidad Ana
Mato son considerados “partícipes a título lucrativo” por haberse beneficiado
de esos sobornos, bien para su enriquecimiento personal, bien para la
financiación irregular del partido. No olvidemos que se trata del partido de
los que nos gobiernan en la actualidad y que se desgañita en reclamar el
respeto a la ley y lealtad institucional a los también delincuentes catalanes
independentistas, quienes, a su vez, andan interesados en engordar el problema
secesionista para no dar explicaciones por la corrupción que acompañó durante
toda su existencia al partido que hegemónicamente ha gobernado aquella región
bajo la tutela de Jordi Pujol y familia. Tan corroído estaba por la corrupción
que se han vistos obligados a disolver la vieja CiU y transmutarla en el nuevo
PDeCAT para constituir Junt pel sí, una coalición con los independentistas que ha hecho
de sus dirigentes unos conversos irredentos al independentismo, de tal forma
que Puigdemont y Artur Más resultan hoy día más radicales que los históricos de
Esquerra Republicana de Catalunya, pero no tanto como las CUP o las entidades
Ómnium Cultural y ANC, de donde procede, precisamente, la presidenta de aquel Parlament, ahora disuelto, pero de
persistente actualidad informativa.
Claro que, a nivel mundial, las noticias surgen con idéntica
intencionalidad acaparadora y excluyente, tanto que ya no se percibe a Donald
Trump como el mayor peligro de EE UU, sino los diversos frentes en los que se
ha metido y no sabe cómo resolver, salvo con amenazas y descalificaciones vía Twitter,
como suelen los bocazas. La realidad se le vuelve en contra de su idílica
capacidad resolutiva y hasta los yihadistas le crecen en sus barbas y cometen
las mismas masacres contra indefensos ciudadanos que tanto ha criticado en Londres,
París o Bruselas por sus políticas permisivas con los inmigrantes y refugiados.
Y es que, por muchos muros que levante y todas las prohibiciones de entrada de
extranjeros musulmanes al país que decrete, los energúmenos radicalizados
atentan en su Nueva York natal contra confiados viandantes mediante el mismo
procedimiento del camión como arma letal que hizo estragos en Niza o Barcelona.
O que la consecuencia de esa nefasta manía de no regular la posesión de armas
de fuego, como derecho irrenunciable, siga provocando un reguero de sangre
inocente entre los propios norteamericanos, tan alarmante o más que los
atentados terroristas que el presidente más inútil de la historia dice combatir
infructuosamente con bombas y criminalizando a los inmigrantes. Todo ello queda
oculto por ese viaje publicitario a través de Asia con el que el mandatario
yanqui busca resarcir su deteriorada imagen de comandante en jefe del ejército
más poderoso del mundo, pero incapaz de evitar las pesquisas que ya señalan a
personas de su entorno más cercano como conspiradores en la trama rusa de
injerencia en las elecciones que lo sentaron en la Casa Blanca. Ya se sabía que las
soflamas bélicas siempre han sido eficaces para desviar la atención de las
debilidades propias y las incapacidades internas, todas ellas personificadas hoy
bajo un solo nombre: Donald Trump.
No cabe duda que la actualidad pone el foco en asuntos que
ni siquiera son los más graves y preocupantes de cuantos existen al mismo
tiempo en cualquier lugar, haciéndonos desdeñar a los no iluminados con su
atención. Nos obliga a centrarnos en políticos catalanes encarcelados o huidos
a Bélgica cuando en España, por ejemplo, continúa imparable la violencia
machista contra la mujer, con cerca de cincuenta féminas asesinadas, hasta la
fecha, a manos de sus parejas o exparejas. En esa agenda de la actualidad, aparece
más importante la desfachatez de los independentistas que las mujeres vilmente muertas
por sus compañeros sentimentales. Una agenda que nos oculta problemas y asuntos
de máxima gravedad y enorme trascendencia. Ya es hora, pues, de atender lo que
la actualidad oculta.
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