Agosto aburre hasta las moscas, que se vuelven tontas de tanto revolotear sobre el vacío en busca de algún veraneante al que incordiar un rato. Por eso, para perder el tiempo, los que se aburren se ponen a imaginar qué sucederá cuando retornen a la actividad, no sólo individual sino social, e intentan predecir lo que le espera al país cuando deje de estar en modo “stand by” y consiga arrancar de una vez para proporcionar felicidad a la gente, que se supone es el objetivo último de todo gobierno, no el de llevárselo calentito en sobres sin nombre a cualesquiera paraísos fiscales que nadie quiere cerrar.
Todo el mundo, en el sopor de la tarde, hace cavilaciones
sobre si Rajoy conseguirá ser investido presidente del Gobierno de España o
tendremos que acudir a unas terceras elecciones generales para decidirlo: no
los votantes, que ya por dos veces han decidido, sino los elegidos a ponerse de
acuerdo. Como abundan los adivinos, no vamos a ser menos y activaremos nuestra soporífera
e inútil capacidad de prever el futuro, aunque sólo el inmediato. Y lo que vemos
es bastante sombrío, por cierto.
Primero, la buena noticia: no habrá terceras elecciones, no
por una súbita responsabilidad de los partidos políticos y sus líderes, sino
por vergüenza ajena al bochorno al que se exponen: saben que hasta el más
descarriado parado sin prestaciones que recorre los polígonos industriales en
busca de su cuota de precariedad (laboral y salarial) estima que ya está bien
de tomarle el pelo a la gente. Hasta él sabe que hay que formar gobierno con los
mimbres que han proporcionado los votantes en su sabia elección por duplicado.
Y si Rajoy es el que más votos ha sacado (aunque nadie confiesa haberlo hecho),
pues habrá que aguantarlo otra legislatura más. A lo hecho (en las urnas y por
dos veces), pecho. En todo caso, será una legislatura corta, aunque no menos
que la nonata anterior, porque el Gobierno no soportará las imposiciones de la
oposición para investigar la corrupción barcénica
del partido que lo sustenta y las constantes modificaciones que introducirá en
todas y cada una de sus iniciativas. Pero al menos durará lo suficiente para
aprobar los presupuestos del Estado del próximo curso y los nuevos recortes que
Mariano ha aplazado hasta conseguir “estabilidad” (lo que desea cualquier
trabajador) en su despacho “monclovita”. Su voluntad, ya se sabe, es continuar `erre
que erre´ con esa austeridad que asegura nos traerá la ansiada “recuperación”
del pleno empleo y sueldos dignos. Y nos lo creemos. Amén.
Ahora, las malas noticias, porque la ansiada recuperación será
puesta, desgraciadamente, en entredicho por el incremento sustancial en las
cifras del paro que se registrará en octubre tras el caramelito veraniego. Decenas
de miles de contratos temporales de camareros, azafatas de hotel, empleados en
tiendas y similares volverán engrosar
las listas del INEM como demostración de la calidad laboral que hemos alcanzado
en este país. Y es que para eso se hizo la Reforma Laboral , para potenciar
un trabajo escaso, mal pagado y extremadamente precario que sea fácil y barato de
rescindir gracias al contrato temporal por obra y servicio. Junto a un despido
prácticamente gratis, la reforma ha sido un chollo para los empresarios y una
cruz para los trabajadores. En medio de las denuncias que sindicatos y partidos
políticos formularán hipócritamente de algo tan previsible como cíclico, el
Gobierno entonará el canto por lo que no deja de considerar un signo positivo de
recuperación del mercado laboral, en comparación con la destrucción de empleo
en la época de Zapatero. Es posible que ya esté preparando el argumentario
para achacarle al expresidente socialista la nueva recesión económica que
amenaza a Europa a causa de los problemas de la banca italiana, el “brexit”
inglés y el próximo incremento de los precios del petróleo que el cártel de la OPEP prepara ya. No cabe duda
que siempre ha sido útil hallar un tonto a quien echarle la culpa. Y Fátima
Báñez y su jefe lo tienen designado.
Claro que para entonces ya andarán en el Partido Popular
(PP) en busca de un nuevo líder (carismático o no) que sustituya al más que
amortizado Rajoy, alguien más joven y que no esté “contaminado” con los
escándalos de corrupción que corroe a ese partido. Cristina Cifuentes y Soraya
Sáenz de Santamaría dirigirán el cotarro del que surgirá el nuevo rostro que no
podrán repudiar ni Ciudadanos ni los socialistas ni los podemitas ni nadie:
alguien limpio de polvo y paja, con lo que queda descartada María Dolores de Cospedal, la del contrato en diferido. Los
viejos próceres conservadores disponen de cachorros en el banquillo aunque no
cuenten con la debida experiencia ni, fundamentalmente, con la plena confianza
para entregarles las riendas del poder. Se sucederán las tensiones y los pulsos
entre bastidores que un Congreso Nacional tendrá que templar y calmar. Va a ser
sonado.
Entonces, como siempre que pintan la ocasión, José Mª Aznar terciará
y publicará otro libro acerca de la importancia de mantenerse fiel a las
esencias y no traicionar el legado de los protohombres del conservadurismo
patrio español, en especial él mismo y, quizás, por citar al fundador que lo
encumbró “sin tutelas ni tutías”, Manuel Fraga. Un libro que vendrá a recordar
la importancia de llamarse José María en vez de Mariano y en el que apela al
convencimiento indubitable de la existencia de armas de destrucción masiva que
lo llevó apoyar la guerra de Irak. También revelará que la verdad sobre los
atentados de Atocha aún no se conoce a pesar de sus esfuerzos, junto a los de
Ángel Acebes, por esclarecerla. Esperanza Aguirre acogerá el libro como si
fuera la Biblia
y lo utilizará para fijar el dogma del pensamiento liberal del que cree adolece
en los últimos tiempos su partido, lo que justifica la desafección ciudadana. Y
es que jamás se retiran del todo estos líderes que, como los personajes
bíblicos, son rémoras del pasado por mucho que dicten mensajes apocalípticos
contra las desviaciones del presente.
Lo mismo sucede en la facción andaluza del PP, donde su
líder provisional, descabalgado del Ayuntamiento de Sevilla y manejado a
control remoto por Javier Arenas, sigue lamentando que la nueva corporación
municipal no mantenga sus lucesitas de Navidad, herencia de su breve mandato de
la que se siente más orgulloso, como Soledad Becerril de sus macetones. No se
dan cuentan de que todos ellos pasan y permanece “el niño” Arenas, como la
“fuerza” oculta en la sombra de la calle San Fernando.
Y es que en Andalucía nada se guarda en secreto. Ni que
Javier es el que manda por muchas sonrisas que prodigue Juan Manuel Moreno ni
que Susana Díaz, actual presidenta de la Junta , dará finalmente el salto a Madrid cuando
Pedro Sánchez pierda el apoyo de los barones territoriales, hartos de perder
elecciones. La única predicción novedosa será conocer quién la sucederá en el
liderazgo andaluz entre esa pléyade
de palmeros que la jalean cada vez que establece diferencias entre los recortes
de su Gobierno y los de la
Nación , cuando ambos son asumidos con deleite, como la sarna
con gusto que no pica, para cuadrar cuentas que se habían desmadrado allá y acá.
Parece que la mejor posicionada para el relevo es esa aventajada `alumna´ de
Francisco Vallejo que dirigió, nada más acabar la carrera de medicina, un
hospital sevillano. María Jesús Montero, enfática defensora del socialismo
sureño, supo gestionar los recortes como consejera de Salud y ahora los
administra desde la de Hacienda con tal entrega y pasión que no sería disparatado
que Susana la señalara con el dedo para que siga haciendo lo que sabe hacer: lo
que le mandan, para disgusto del pobre Mario Jiménez.
Pero ya metidos en el curso venidero, otro Informe PISA
volverá a revelar que nuestra educación está a la altura del culo del mundo. La
primera universidad española en el ranking aparecerá detrás de otras doscientas
que nos aventajan en producción académica e influencia cultural y científica.
¿Tendrá ello algo que ver con el desmesurado número de parados que registra
España? ¿Acaso tendrá eso alguna relación con el bajo nivel de lectura de libros
en nuestro país, la raquítica venta de periódicos y el escaso dominio de otro
idioma en nuestra formación? ¿Influirá, en fin, todo ello en la calidad y
prestigio de nuestros gobernantes? Hay cosas que son imposibles de adivinar ni
con la bola de un pitoniso.
Más fácil es hacer predicciones de ámbito internacional:
Hillary derrotará a Trump y conseguirá ser la primera mujer y el segundo
Clinton que accede a la presidencia de Estados Unidos de América. Lo tenía
relativamente chupado (sin ánimo de ofender a Mónica Lewinsky) porque el
candidato republicado, hábil para los negocios pero obtuso para la política,
era un impresentable que con sus provocaciones y payasadas quería atraerse el
apoyo de la América
cerril ultraconservadora. En su mismo partido advirtieron el peligro del
personaje, admirado por los seudoanalistas de la periferia imperial, y
permitieron que algunos líderes del Congreso y el Senado expresaran su rechazo
a tan vulgar fantoche. ¡Bendita libertad yankee!
Y por último, la ciencia también proporcionará sorpresas, ya
que descubrirá rastros de agua en Ganímedes, pero no servirá de nada por su
lejanía. En Tocón, pedanía de Íllora (Granada) seguirán, como hace siglos, dependiendo
del agua de pozos hasta que se sequen, como ha sucedido este verano, y se vean
obligados a comprar agua embotellada. Y es que la ciencia es incapaz de
contrarrestar la capacidad de negligencia y desidia humanas, sobre todo si por
medio está el negocio. La avaricia y la ambición no hay adivino que los prevea.
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