Ejercer la política sin mayorías absolutas o, cuando menos, mayorías simples pero con apoyos puntuales es, por lo que parece, imposible en democracias poco consolidadas o sin una tradición de pactos y coaliciones gubernamentales como la española. Aquí estamos acostumbrados a gobiernos de partido único que hacen y deshacen a su antojo, sin contar apenas con el resto de las fuerzas políticas. Eso ha cambiado. Hace cerca de un año (desde diciembre pasado) que se celebraron elecciones generales en España sin que, tras repetirlas por segunda vez en junio, los partidos que obtuvieron representación parlamentaria, todos minoritarios y sin posibilidad alguna de gobernar en solitario, sean capaces de alcanzar acuerdos que permitan investir un presidente de Gobierno. Y esta situación de interinidad continúa, a estas alturas, sin visos de resolverse a causa de los vetos cruzados y líneas rojas que mantienen las distintas formaciones políticas para llegar a cualquier pacto de mínimos entre sí. Y así no se avanza aunque se multipliquen las elecciones indefinidamente. Hace cerca de un año que el Congreso de los Diputados no hace más que intentar investir un candidato sin conseguirlo, tras renunciar primero Mariano Rajoy (Partido Popular) a someterse a esa votación, intentarlo más tarde Pedro Sánchez (PSOE) de manera infructuosa y volver ahora Rajoy, por fin, a cumplir el trámite. Nos encaminamos, pues, hacia una investidura que nos parecerá eterna puesto que ninguna intentona previa se ha consumado, ni en la “abortada” legislatura pasada y en ésta por estrenar.
Ni los partidos que comparten ideología de derechas ni los
de izquierdas logran formar, por requerir apoyos adicionales de otros grupos,
ninguna propuesta viable para formar gobierno. Los conservadores del Partido
Popular y de Ciudadanos, el gran bloque de la derecha, no suman mayoría absoluta
(176 votos) para investir a su candidato, ni los progresistas del PSOE y
Podemos, el bloque de la izquierda, tampoco. Además, ni Ciudadanos admite
apoyos de partidos nacionalistas, ni PSOE de los que persiguen la independencia,
que resultan ser los mismos. Para colmo, los emergentes Podemos y Ciudadanos se
repelen mutuamente, negando cualquier punto en común entre ellos. Todo lo cual hace
que las negociaciones para una investidura se tornen infructuosas por falta de
una voluntad real de entendimiento.
Mariano Rajoy, presidente de Gobierno en funciones y
candidato a seguir ocupando el puesto por pertenecer a la minoría con más votos
(134 escaños), se limita a verlas venir, consciente de la inviabilidad de
ninguna combinación parlamentaria que pueda arrebatarle el sillón. Apura los
tiempos y amenaza peligros apocalípticos para el país si no se avienen –los
demás- a elegirlo. No se digna recabar los apoyos necesarios que le confieran
la confianza del Parlamento. No negocia a la espera de que pánico a unas
terceras elecciones mueva a los demás a dejarle gobernar. Y en esa estamos,
esta misma semana, en que volvemos a intentarlo, con la única “novedad” de que
Rajoy, al fin, acude al Congreso a someterse al proceso de investidura, donde
presentará su programa de gobierno con el que solicitará el refrendo de los
parlamentarios, un programa que es más de lo mismo: liberalismo económico y
conservadurismo social. En medio de ese proyecto, trabajadores y clases medias,
la inmensa mayoría de la población que es oprimida y esquilmada por la
supresión de derechos, el recorte de las prestaciones públicas y la precariedad
en las condiciones laborales. Un proyecto que comprime y “estruja” a esa
mayoría social que no puede evitar su destino ni votando mil veces porque el
resultado en las urnas favorecerá siempre a la banca, como en los casinos. Y, si
no, se repite la jugada tantas veces como sea necesario. ¡Hagan juego, votantes!
La derecha carcomida (por la corrupción) del Partido Popular
y la moderna de Ciudadanos logran ahora un acuerdo que les permite sumar 170
votos para que Rajoy, al que tanto denostaron los segundos, sea investido
presidente del Gobierno, al menos en una segunda vuelta que sólo precisa
mayoría simple. Y, en vez de buscar los seis votos que le faltan entre sus
“cuates” ideológicos (que los hay en el Parlamento), Rajoy y Albert Rivera,
líder de la formación “naranja”, se limitan a meter presión a los socialistas del
PSOE para que se abstengan y permitan esa mayoría simple de votos a favor. Lo
más curioso de este insistente reclamo a la “responsabilidad” de los
socialistas para evitar unas terceras elecciones es que, cuando se produjo la
misma situación en que Pedro Sánchez, líder y candidato del PSOE, intentó
también ser investido, el PP de Mariano Rajoy votó en contra. Entonces, nadie acusó
de “irresponsabilidad” a los conservadores por evitar unas segundas elecciones
generales que finalmente fueron convocadas.
Ya nadie se acuerda de los gobiernos en minoría que en la
democracia española han sido posibles gracias a pactos y acuerdos como los que
Rajoy no sabe o no quiere conseguir para constituir un Ejecutivo presidido por
él. Todos esos gobiernos minoritarios pudieron alcanzar acuerdos con fuerzas
afines para sumar apoyos suficientes en una segunda votación de mayoría simple.
Supieron pactar y hallar puntos en los que entenderse. Tanto Felipe González,
como José Mª Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero hilaron negociaciones cuando
las necesitaron para salir investidos con los apoyos de fuerzas nacionalistas,
sin que la patria se rompiera ni renunciaran al grueso de sus programas
electorales. ¿Por qué no lo consigue Rajoy?
Tal vez en la respuesta a esta pregunta residan las claves
de las actuales dificultades que impide alcanzar acuerdos parlamentarios a un
partido que ha actuado de manera sectaria a la hora de gobernar, ha emprendido
iniciativas muy discutidas por todos los sectores políticos y sociales no
representados por el Partido Popular, ha utilizado las instituciones para
confrontar con sus adversarios políticos, ha optado por las políticas
económicas más perjudiciales para la mayoría de la población y está envuelto en
los mayores escándalos de corrupción que afectan a las instituciones y los
partidos políticos en España. Que ni sus afines ideológicos quieran saber nada
del Partido Popular y menos de su líder, Mariano Rajoy, es sintomático de un
mal que no está en los demás, sin en él, en quien ahora, hallándose entre la
espada y la pared, exige a todos que le permitan seguir gobernando. Y echa la
culpa a los socialistas si no lo consigue.
El miércoles próximo se procederá a la primera votación, que
requiere mayoría absoluta, del candidato Rajoy, quien, convencido de que ni con
el apoyo firmado con Ciudadanos obtendrá la confianza de la Cámara , ya asegura de que
“perseverará en el intento”. El pacto actual ha sido firmado por los portavoces
parlamentarios de ambos grupos para diferenciarlo de aquel otro rubricado con
los socialistas y que fue tachado de “representación teatral y altisonante” por
el propio Rajoy, ridiculizándolo en la tribuna de oradores cuando el socialista
se sometía a la sesión de investidura. Ahora insta a la “responsabilidad” que
él no ofreció entonces ni es capaz de ofrecer nunca. Íñigo Urkullu, presidente
del Partido Nacionalista Vasco y lehendakari
del País Vasco, evidencia el problema que sufre Rajoy con un ruego: “que le
expliquen una razón, sólo una razón, por la que el PNV tenga que apoyar un
Gobierno de Mariano Rajoy”.
En esas estamos desde hace casi un año, buscando razones por
las que apoyar a un gobierno que se ha caracterizado por empobrecer a los
ciudadanos, limitar derechos, recortar prestaciones, congelar salarios públicos
y pensiones, subir impuestos, olvidar a los dependientes y sus familias,
implantar la austeridad en el mercado laboral y castigar a quienes se
manifiesten en su contra gracias a leyes mordazas concebidas para ello, pero
que elabora leyes de amnistía fiscal para los evasores y pide rescates
financieros a Bruselas para los bancos; es decir, un Gobierno que ayuda a los
ricos y oprime a los menos pudientes. Sólo necesitamos una razón para apoyar
una investidura que parece eterna. Hace casi un año que la buscamos…
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