sábado, 20 de agosto de 2016
Los niños de la guerra
La guerra es la política ejercida con violencia y sin consideración
hacia las víctimas, sobre las que descarga su letal fuerza bruta con la que
busca aniquilar al enemigo contra el que combate y atemorizar a los ciudadanos
civiles, cuyo sufrimiento y bajas favorecen la rendición. Todas las guerras son
crueles y dejan un reguero de sangre inocente que los vencedores ignoran y los
vencidos denuncian y lloran. Ninguna bomba es tan precisa como para evitar
impactar en colegios, hospitales o refugios en los la población se protege de
metrallas y balas e intenta escapar de la muerte. El conflicto bélico
siempre produce víctimas inocentes que los partes de guerra etiquetan con el
eufemismo de “daños colaterales”, aun a sabiendas de que son consecuencias
inexorables de la propia lógica del enfrentamiento violento. Hombres, mujeres y
niños se hallan entre las víctimas de cualquier guerra que abierta o
solapadamente se libran hoy día en el mundo por cualquier motivo. Pero son los
niños los que ponen nuestros valores y nuestra moral de papel de fumar en un
aprieto cuando su imagen emerge entre las noticias que nos informan de las
guerras mediáticas. Entonces, por unos segundos, nos interrogan si la causa de
la guerra puede exigir la vida de un ser inocente cuya infancia ha sido
arrebatada como la que muestra esa imagen de un niño rescatado milagrosamente
bajo los escombros de su casa bombardeada en Siria. Niños que pagan con su
inocencia o sus vidas las disputas violentas que sus mayores libran por una
idea, un puñado de tierra o unas creencias religiosas. Si esos ojos infantiles,
desorientados bajo el polvo que cubre todo su cuerpo, no nos mueven a repudiar
las guerras y maldecir su existencia, es que hemos perdido la condición humana
que nos distingue de los animales. Hemos renunciado a la humanidad.
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