Hay que tener en cuenta que, en esto de poner nombre a los
vástagos, muchos padres se dejan llevar por la moda, la actualidad de
personajes famosos o por hechos especialmente destacados que trasladan al
nombre de sus hijos. Cada época genera nombres propios curiosos que, décadas
más tarde, nadie recuerda su procedencia pero marcan la identidad de quien los
lleva en el DNI. Son los Heidi, Shakyra, Desiré, Vanesa, Kevincostner o
Supermán, entre otros. También existen nombres que simplemente obedecen a
tradiciones familiares que han de heredar los sucesores, como Dolores,
Petronila, Salustiano, Silverio, Rafaela, Gumersindo, Sinforosa, etc. Entre los
nombres propios que, como Lobo, son al mismo tiempo nombre común de animal,
están Paloma, León, Delfín, Alondra, Águila y hasta Rana. Incluso, en un alarde
de supuesta originalidad, hay personas cuyos padres las han condenado a
responder cada vez que escuchen nombres tales como Canuto, Arquímedes,
Afrodisia, Sindética, Prepedigna, Austridiniano y otros de impronunciable y
cuestionable “sonoridad”.
Si a ello añadimos la aleatoria adición de un apellido que
puede aumentar la excentricidad o la comicidad de un nombre, podemos concluir
que los padres perpetran en muchas ocasiones un verdadero atentado a la hora de
nombrar a sus hijos. En cualquier caso, lo que hace atractivo o feo un nombre
no es el sustantivo en sí, sino la persona a la que identificamos con él.
Nombres hermosos nos parecen repudiables porque nos recuerdan a personas desagradables.
Y, por el contrario, nombres “raros” nos parecen afortunados porque pertenecen
a seres que consideramos agradables y buenos. Quiere decirse que, más allá de
la palabra que escojamos para poner nombre a un hijo, lo importante es la
crianza y la educación que le proporcionemos, pensando siempre en su bienestar
y futuro. Si, encima, procuramos evitarles que su nombre sea un factor de
disgustos y extrañeza en el contexto cultural en que nos desenvolvemos, mejor
aún: menos problemas y obstáculos hallará en su vida. Por ello, de toda esta
historia, me quedo con las ganas de saber qué dirá Lobo dentro de veinte años.
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