No nos damos cuenta de que transitamos por él porque nos
acostumbramos a convivir con lo que nos depara y a integrarlo en nuestra
cotidianeidad. Viajamos al interior de nuestro cuerpo con sondas que exploran
nuestros órganos y visualizan su funcionamiento, facilitando la reparación de daños
que, hasta no hace mucho, representaban una muerte segura y que hoy sólo
constituyen dolencias curables y pasajeras. Los by-pass, los cateterismos
vasculares, las arteriografías, las laparoscopias, los TAC, las resonancias
magnéticas, los implantes de tejidos, los trasplantes de órganos, la cirugía
robotizada, los avances en terapia molecular y el descubrimiento de nuevos,
selectivos y más eficaces fármacos son elementos, entre otros muchos, de un
futuro que está presente en nuestra realidad y nos permite vivir más tiempo y
en mejores condiciones de salud.
Asimismo, si miramos a nuestro entorno, los cambios moldean
el mundo que habitamos y al que ya no percibimos como un lugar hostil,
peligroso y temible, inabarcable en sus dimensiones e infinito en recursos por
explotar. El futuro nos lo muestra en su verdadero tamaño, cada vez más pequeño
y próximo al agotamiento por la extracción desmesurada e insostenible de sus
riquezas, lo que nos obliga a respetar sus ciclos, a no alterar con
contaminación su atmósfera y a cultivar con esmero lo que nos brinda para
nuestra supervivencia. El futuro al que aspiramos nos lo presenta con la imagen
de una insignificante esfera azul que vaga por la inmensidad del espacio, pero milagrosamente
situada para albergar vida, una vida que ha evolucionado hasta convertirse en
lo que somos, seres conscientes de su existencia y de lo que les rodea.
Sobre la superficie de ese mundo frágil y hermoso viajamos
más rápido, seguros y cómodos que nunca, llegando a cualquier parte en cuestión
de horas. No son necesarias las jornadas que la literatura aventuraba para rodearlo
en globo, sino escasos minutos para hacerlo a bordo de la estación espacial o
pocas horas para que un avión nos traslade a las antípodas. Las máquinas
acortan distancias y nos acercan destinos remotos con una facilidad pasmosa,
tanto por tierra, mar o aire. Pero, en contrapartida, esas máquinas vuelven también
más mortíferas y precisas las guerras, permitiendo atacar cualquier objetivo
sin necesidad de invadirlo con un ejército ni que un piloto maneje aparatos que
se conducen y programan desde lejos, por control remoto. El futuro, en su
aspecto macabro, nos proyecta
destrucciones y bombardeos como si fueran imágenes de un videojuego que nos ahorran
la crueldad y el sufrimiento que llevan consigo y nos habitúan a banalizar la
violencia y la muerte.
Pero, si hay un lugar donde el futuro irradia toda su magnificencia
es en el espacio, cerca de las estrellas, donde nos impresiona con el
sobrevuelo de la nave New Horizons
sobre el planeta Plutón o con las huellas dejadas por los vehículos rovers de la NASA en la polvorienta
superficie rojiza de Marte. También nos mueve al asombro con esa decena de
planetas menores, asteroides y cometas visitados por sondas espaciales, las
cuales han escrutado y desentrañado su forma y composición para aportar datos
que nos permiten comprender los complejos procesos de la Tierra y los misterios
existentes más allá del Sistema Solar. En ese futuro tangible de la exploración
espacial, junto a los avances tecnológicos y científicos, destaca la
imprescindible colaboración y entendimiento de los cerebros más privilegiados
del mundo, sin importar raza, nacionalidad e idioma, como pone de manifiesto la Estación Espacial
Internacional (ISS), que ya ha cumplido el décimo quinto año con presencia
humana continua a bordo, gracias a la visita de más de 220 personas,
procedentes de 17 países distintos, y que han utilizado aquellas instalaciones
en órbita sobre la Tierra
para desarrollar más de 1.700 investigaciones que alimentan nuestro progreso y
nos introducen aún más en un futuro que no es mañana, sino que empezó ayer.
Un futuro esplendoroso que, no obstante, arrastra
dificultades del presente y errores del pasado. Un futuro no exento de
problemas que nos acompañan sin encontrar solución, bien por codicia y
fanatismo, bien por el egoísmo con el que intentamos establecer diferencias y
conservar privilegios. Así, mientras avanzamos hacia el microcosmos y ampliamos
los límites del macrocosmos, la paz y la seguridad internacionales siguen
siendo amenazadas por guerras y conflictos sin fin. Incapaces de resolver
viejas heridas que aún sangran, como el conflicto palestino-israelí, foco de
tensiones en la zona, o los de Afganistán, Nigeria o Somalia, otros nuevos
enervan el clima de violencia y odio que se extiende por Siria, Yemen, Libia,
Sudán del Sur, etc. Guerras viejas y guerras nuevas que causan muertes y
desplazan a más personas que nunca antes.
Son tumores del pasado y supuraciones del presente que contagian
al futuro, restándole confianza y credibilidad, y convirtiéndolo en una promesa
utópica, por cuanto apenas ofrece alguna esperanza a las injusticias y
desigualdades que siguen presentes en la actualidad. Salvo el acuerdo mundial
contra el cambio climático, que se supedita a indeterminadas y voluntarias
actuaciones futuras, han sido pocos los avances en la lucha global contra la
desnutrición y la miseria, que provoca hambrunas que castigan a los habitantes
de 52 de los 117 países del mundo. Huir del hambre y la guerra es la causa de
los cientos de miles de refugiados que intentan llegar a una Europa que teme
por su estabilidad y bienestar. Para la mayoría de ellos no hay futuro, y el
presente es sólo una negra realidad colmada de calamidades.
Otro cáncer que carcome las potencialidades del futuro es el
terrorismo, cuyos atentados sacuden el corazón de Europa y la hacen renunciar a
sus valores más preciados, como la libertad, en aras de una supuesta seguridad.
Pero un futuro sin libertad no es futuro, sino retorno al pasado. Las
dificultades para enfrentar esta violencia, de raíz islamista en el Viejo
Continente, o mafiosa de los carteles, como en México, o ideológica, como en
tantas otras partes del mundo, nos sumerge en la decepción y el abatimiento.
Sin embargo, el futuro es imparable. Con sus luces y sus
sombras, está ya instalado entre nosotros y nos impele a corregir las rémoras
del pasado que limitan su pleno desarrollo. Somos nosotros los que construimos
el futuro con nuestras propias manos, jamás nos es dado. A todos nos
corresponde el esfuerzo por perfeccionar un futuro que comenzó ayer para no
defraudar las expectativas de nuestros hijos por un mundo mejor: el sueño de la Humanidad que se renueva
cada año.
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