No hay que sentir desasosiego si el calor nos impide salir a la calle para exhibir algunas de las personalidades con las que disfrazamos nuestra identidad. Siempre podremos quedarnos agazapados en un sillón, en el rincón más remoto y fresquito de la casa, para entregarnos a descubrir al fingidor capaz de desdoblarse en infinidad de “otros” con tal de que no lo reconozcan. Podemos entretenernos con quien tiene la misma afinidad a diluirse en diferentes identidades, desde la más oscura y proclive al paganismo hasta la más íntima y semejante a la que hemos aspirado ser, en esa búsqueda de “ser plural, como el Universo”. Podemos, en definitiva, pasar el verano con Fernando Pessoa, ese alma desconfiada que buscaba el anonimato escondiéndose detrás de sus heterónimos y, a pesar de todo, acabar siendo una figura capital de la literatura portuguesa. Podemos abanicarnos con sus escritos y sus poemas para reconciliarnos con la paradoja de vivir una época calcinada por el infierno mercantil de la sinrazón utilitaria.
En las estanterías aguardan varias obras representativas de aquella
identidad múltiple o, mejor dicho, de esa capacidad de “despersonalización
dramática” del portugués, empezando por la que es considerada la principal obra
en prosa de Pessoa: Libro del desasosiego,
al que dedicó la mayor parte de su vida. Inédito hasta 1982, en un principio
fue atribuido a Bernardo Soares, una de las máscaras que el mismo Pessoa
describía como: “soy yo menos el raciocinio y la afectividad”. Se trata de un
compendio de ensayo, diario y poema en prosa, escrito de forma fragmentaria,
que responde a la personalidad difusa del autor y de lo que él denominaba
estado de “no-ser”. Durante más de veinte años estuvo Pessoa escribiendo
fragmentos sueltos, con diferentes estilos, de esta obra hasta casi el día en
que murió, en 1935. Reservado como era y empeñado en abdicar de sí mismo, sólo
a su muerte se pudo rescatar lo que guardaba en carpetas y cajones, textos que,
en opinión de Robert Bréchon, explican la vida del poeta, tanto como la vida
explica la obra, conteniéndose mutuamente. Una mezcla de temas, sin apenas
conexión, tan fragmentarios como la personalidad del poeta que, sin embargo, en
una visión –o lectura- de conjunto resaltan la extraordinaria calidad literaria
del libro, un verdadero prodigio artístico, reconocido póstumamente.
También podemos recuperar de las baldas de la biblioteca, donde
reposa desde, al menos, 1987, una selección de poemas de Fernando Pessoa
realizada por Ángel Crespo, titulada El
poeta es un fingidor, publicada por Espasa-Calpe. En ella, aparecen poemas
firmados por sus heterónimos, como Alexander Search, Ricardo Reis, Álvaro
de Campos, etc., con los que reconoce: Me
he multiplicado, para sentirme,/ para sentirme, he necesitado sentirlo todo,/
me he transbordado, no he hecho sino extravasarme,/ me he desnudado, me he
entregado,/ y hay en cada rincón de mi alma un altar a un dios diferente. Así
es cómo Pessoa consideraba a sus heterónimos: poetas independientes de su
propia personalidad y absolutamente verosímiles con los versos que se atribuyen
a cada uno de ellos. Y es que Fernando Pessoa, junto a Camoens, es el escritor
portugués más internacionalmente reconocido, a pesar de que su obra aún no ha
sido totalmente publicada. Su obra poética ortónima y heterónima, escrita en
inglés y portugués, es la que más atención ha merecido de los estudiosos, hasta
el punto de ser considerado uno de los mayores poetas contemporáneos.
Pero si el calor no mengua y el desasosiego sigue invadiendo
el ánimo, una “joyita” podría ayudarnos a refrescar el espíritu y el ambiente: Obra em prosa de Fernando Pessoa, de António
Quadros, que un querido amigo nos regaló en la década de los 80 del siglo
pasado, en su portugués original. Son escritos íntimos, cartas y páginas
autobiográficas que nos revelan un Pessoa humano, profundamente humano, a veces
ingenuo en sus cartas a Ofélia Queirós, la destinataria de su amor, o mostrando
una profundidad verdaderamente insondable, con ramalazos de misticismo,
fingimientos y laberínticos meandros psicológicos, como las dirigidas a
Cortes-Rodrigues y a Casais Monteiro. Incluso hay una carta remitida a Miguel
de Unamuno, fechada en mayo de 1915, en la que le presenta el primer número de su
revista “Orpheu” y de la que le pide opinión, a fin de conseguir una aproximación
de espíritus con España, mais cosmopolita
de quantas tèm surgido em Portugal.
Y si nada de lo anterior refresca ni espanta la abulia,
queda el recurso de Fernando Pessoa:
Identidad y Diferencia, un ensayo de Manuel Ángel Vázquez Medel que nos
descubre las claves esenciales de la heteronimia como procedimiento vertebrador
de la obra pessoana. Un librito pequeño –apenas 70 páginas- en el que se aborda
el proceso heteronímico en la configuración de la parà-doxa como mecanismo comprensivo y expresivo de una época de “crisis
de la razón”. Otra “joya” descatalogada, curiosamente editada en Sevilla por
Galaxia (Editoriales Andaluzas Unidas) en
1988, que nos ayuda comprender a quien “gustaba observar la vida
temblorosamente desde la terraza del café A Brasileira, vivir conscientemente
aislado, reivindicar la nobleza del tímido, no tener habilidad para saber
vivir, pero que vivió intensamente otras vidas sin salir de su ciudad, sus
bares, sus habitaciones, con su manera de callar y beber”, como lo describe Javier Rioyo. Este verano, pues, vamos a pasarlo con Fernando Pessoa para que
nos libre del desasosiego que nos produce la estación y la multitud de extraños
que nos acorralan en todas partes.
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