No hay que escarbar mucho para hallar, bajo las apariencias de las buenas maneras y el gracejo campechano, la sustancia de la que están hechas algunas personas, sobre todo públicas y, por tanto, obligadas a mostrar una imagen “correcta” y educada. Cuando pierden la compostura, a causa de un contratiempo o un momento de tensión, emerge su manera de ser real en forma de desplantes, declaraciones y actitudes que brotan como un resorte imposible de reprimir.
Es lo que le ha pasado a Miguel Arias Cañete, candidato del
Partido Popular al Parlamento Europeo: ha dejado que aflore en un exabrupto
defensivo, tras perder el debate televiso frente a la rival del Partido
Socialista, el ramalazo machista que ya en otras ocasiones había evidenciado. Y
aunque ha pedido al fin disculpas, después de esperar cerca de una semana en la
que ha renunciado a conceder entrevistas para evitar pronunciarse y ha tenido
que soportar que hasta líderes de su propio partido se las aconsejaran, como
Esperanza Aguirre, no deja de ser sintomático que un político de su
responsabilidad mantenga una mentalidad en abierta confrontación con la
realidad social del país al que piensa representar en Europa. Casa mal en la Europa de los derechos, las
libertades y la igualdad un personaje que aún considera a la mujer incapaz de
detentar la capacidad intelectual del varón, como Arias Cañete dejó relucir. De
ahí el revuelo de unas declaraciones que han sustituido la materia que debería
enfrentar a los candidatos en unas elecciones europeas, como las política agrarias
comunes, los fondos comunitarios o la negociación de los objetivos de déficits
que tanta austeridad y empobrecimiento han traído a nuestro país.
Todo lo que interesaba de Europa se ha visto eclipsado por
el machismo residual de un personaje que, para disculparse, sólo acierta a
decir que se expresó mal. La opresión y la desigualdad, sin olvidar la
violencia, que todavía soportan la mitad femenina de la población no es sólo
una cuestión semántica, de “formas de hablar”, sino síntomas inequívocos de que
aún existen personas que, por razón de sexo, se consideran superiores a otras o
muestran aversión a la mujer. Es decir, esas expresiones revelan que la
misoginia y el machismo siguen latentes en amplias capas de nuestra sociedad e
impregnan el comportamiento incluso de los “próceres” que van a velar por los
derechos individuales y colectivos de nuestro país en las instituciones de la Unión Europea.
Y aunque Miguel Arias Cañete haya asegurado haber trabajado
con mujeres excepcionales que le han dado ejemplo en la política, esa misma
justificación exuda la descripción de una excepcionalidad que le asombra,
cuando en las mujeres habrá tanta mediocridad y excelencia como entre los
hombres, a pesar de que ellas afrontan aún hoy impedimentos para desarrollar
cualquier profesión en igualdad de condiciones y salarios que el varón. La
discriminación de la mujer no se materializa sólo con la subsistencia de
obstáculos que impiden compatibilizar su vida familiar y laboral o con esos techos
de cristal que son infranqueables en las cúpulas económicas, financieras,
empresariales, culturales, políticas y sociales, -dejemos de lado las
religiosas por su propia incongruencia-, sino también por las cotidianas y
arcaicas maneras de considerarlas, en comparación al hombre, con menor
capacidad y habilidades físicas e intelectuales.
Los valores machistas que mantienen esa situación de discriminación, imposible de erradicar por lo que se ve, es lo que indigna en boca de quien debiera, por dedicarse al servicio público de forma voluntaria, ser más respetuoso con la mitad de su electorado, aunque sea conservador, y consecuente con los derechos constitucionales del país que aspira a representar en Europa y que consagran la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, sin restricción por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social. Justo lo que recoge nuestra Constitución y que un político como Arias Cañete debería conocer, asumir y defender, y no propalar con chascarrillos y retruécanos que recuerdan tiempos caciquiles aquellos roles y estereotipos de índole machista sobre la mujer que se conservan incrustados en los usos, maneras y costumbres de algunos sectores y estamentos de nuestra sociedad.
Los valores machistas que mantienen esa situación de discriminación, imposible de erradicar por lo que se ve, es lo que indigna en boca de quien debiera, por dedicarse al servicio público de forma voluntaria, ser más respetuoso con la mitad de su electorado, aunque sea conservador, y consecuente con los derechos constitucionales del país que aspira a representar en Europa y que consagran la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, sin restricción por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social. Justo lo que recoge nuestra Constitución y que un político como Arias Cañete debería conocer, asumir y defender, y no propalar con chascarrillos y retruécanos que recuerdan tiempos caciquiles aquellos roles y estereotipos de índole machista sobre la mujer que se conservan incrustados en los usos, maneras y costumbres de algunos sectores y estamentos de nuestra sociedad.
Con todo, no hay que pedir peras al olmo. No en balde Miguel
Arias es candidato del partido conservador de España, representante de una
oligarquía burguesa que participa de un modelo de sociedad que es renuente a
los avances sociales en cuestiones de igualdad de género, distribución de la
riqueza nacional para favorecer a los más débiles, de una progresividad fiscal
que obligue pagar más al que más gana, de la regulación de los mercados y la
subordinación de la economía al interés general, del mantenimiento del Estado
del Bienestar, de otorgar una igualdad real de oportunidades, de reconocer
nuevos derechos y libertades, como el matrimonio homosexual y el aborto, y
hasta de reparar injusticias y atropellos históricos intolerables, como la
dictadura franquista y su rosario de fosas anónimas con los restos de fusilados
inocentes que siguen sin poder ser exhumados para poder enterrarlos sus
familiares, de amparar a torturadores de aquel régimen dictatorial al no concederles
la extradición para que sean juzgados por los únicos jueces extranjeros que
mantienen abiertas investigaciones por delitos de lesa humanidad, etc.
Que un partidario de esa derecha recalcitrante de la
modernidad en las relaciones sociales, inmovilista en las costumbres que preservan
sus privilegios y liberal en los negocios, pero rácana con los trabajadores,
sea tildado de machista es, con seguridad, el menor de sus problemas y puede
que ni perciba como insulto lo que ha proferido sobre las mujeres en el debate
electoral. Ya otras veces había mostrado actitudes y expresiones semejantes,
como cuando afirmó en 2003 que el regadío hay que utilizarlo como a las
mujeres, con mucho cuidado, que le pueden perder a uno; o cuando vaticinó en el 2000 que el Plan
Hidrológico saldría [aprobado] por cojones; y en la añoranza de señorito de
casino cuando recordó a aquellos camareros maravillosos que te servían con
diligencia cuánto pudieras pedirles. Es su manera de pensar y de ser, y de ahí
que haya sido reacio en pedir disculpas, obligado tal vez por imperativos de
los asesores de su estrategia electoral.
Miguel Arias Cañete pertenece a la vieja escuela. No hay que
olvidar que este madrileño por nacimiento y andaluz consorte por matrimonio con
hija de marqueses, es de los que viven confortablemente en una sociedad
estratificada en clases, en la que la superior disfruta de privilegios y
explota a las inferiores conduciéndolas a un empobrecimiento cada vez mayor, y donde
la mujer ocupa un lugar subordinado históricamente a la voluntad del hombre.
Como Dios manda y ha sido siempre.
Lo malo no es lo que este político trasnochado piensa, sino
que lo elijamos para que, con esa mentalidad, nos represente en Europa. Casi
estoy por afirmar que, si lo hacemos, nos lo merecemos. Por votar irreflexivamente.
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