Desmintiendo a la mitología, que relata cómo Zeus, transformado en un toro blanco, secuestró a la inocente Europa para hacerla princesa de los minoicos en Creta, las elecciones de ayer nos aclaran con la contundencia de la abstención que son los indecisos y los descontentos los que fuerzan a este continente llamado Europa a renunciar de su futuro, a descreer las utopías sobre una unidad política y social y a añorar la vuelta a los estados-nación que fragmentan su influencia en un mundo global y restan capacidad a un proyecto que generó la ilusión de una generación de visionarios y el escepticismo de las siguientes.
Ayer, en los comicios al Parlamento Europeo triunfó la abstención de los descreídos y apáticos, por mucho que se empeñen unos en cantar una victoria pírrica y otros en casi lograrla, sin apenas diferencia cuantitativa ni cualitativa entre los componentes del bipartidismo oficial. Es más: ni siquiera cruzaron la meta de constituir juntos una mayoría que avalara algún triunfo moral. Se conformaron con marcas parciales de lectura en clave interna, donde la inoperancia y la mediocridad son los frutos recolectados. Frente a ellos, una pléyade de formaciones minoritarias consiguió mandar a Bruselas la representación de los que dudan de Europa, de los que no quieren Europa y de los que prefieren las viejas trazas nacionales que el diseño de una potencia económica a escala mundial que aún define su identidad polifónica.
Ante tales resultados, cabría preguntarse: ¿Quién gobierna
Europa? Menos de la mitad de los europeos se molesta en votar para elegir a los
que legislarán en una Unión lastrada por la escasa participación democrática.
No es la primera vez que el proyecto causa apatía entre los ciudadanos, pues en
comicios anteriores (elecciones 2009 y 2004) la abstención también superó el 50
por ciento. Pero, si desconocemos quién nos gobierna, más allá de la formalidad
de las instituciones, menos aún sabemos cómo nos gobiernan. Nos suenan nombres como
Durao Barroso y Van Rompuy, pero ignoramos qué hacen y con qué eficacia, ya que
desde la crisis de 2008 son Angela Merkel y el Fondo Monetario Internacional
quienes imponen los deberes a los socios comunitarios. La famosa troika que, con la varita del Banco
Central Europeo, dicta las políticas de ajustes y austeridad a cualquier
precio. Y ese precio es la frustración y el desapego de los habitantes de
Europa, empobrecidos para dar satisfacción a los mercados.
Se ha desperdiciado la pasada campaña electoral para hacer
pedagogía acerca de Europa y de los beneficios que podría seguir brindando a
los pobladores de esta región del mundo, tan romántica en su mitología como
excelsa y rica en su cultura. No en vano, en ella apareció la democracia y aquí
brotaron los ideales revolucionarios que nos hicieron a todos iguales ante la
ley. También, las mayores atrocidades que humillaron a los europeos y llenaron
de sangre y muerte la tierra, supurando nazismos y fascismos que surgieron como
granos en salvada sea la parte de la dignidad humana.
Y es que la complejidad del propio proyecto lo hace
ininteligible a los ciudadanos que deberían apoyarlo y empujarlo hacia su
completo desarrollo. No es fácil distinguir las diferencias y cometidos del
Parlamento, la Comisión
y el Consejo de Europa a la hora de visualizar una realidad que guarda un delicado
equilibrio de fuerzas entre estados miembros, jefes de gobierno y representantes
ciudadanos, y donde todavía se ha de telefonear a muchas cancillerías antes de
adoptar ninguna decisión conjunta. Europa es aún un glomérulo de células que no
acaba de constituir un ser indiferenciado y autónomo, nutrido por la savia de la
cultura y la historia que mana de este viejo continente. Aún no ha nacido la Europa Unida y ya estamos
deseando abortarla.
La falta de liderazgos y el hastío que se instala en los
europeos por culpa de una crisis que los castiga, sin que esa Europa a la que
entregaron sueños y confianza no haga más que arrancarles derechos, dineros y
certezas, reduciendo a cenizas la única construcción que los aglutinaba, el
Estado de Bienestar, es lo que, en primera instancia, hunde la participación a
mínimos y hace emerger los populismos más insolidarios y xenófobos jamás
imaginados entre gentes de procedencias diversas y civilizaciones que izaron
imperios, como los se dieron en Europa. Los hijos de emigrantes acusan a los
emigrantes de todos los males que les aquejan, en un bucle histórico de rechazo
a la sustancia identitaria que nos constituye. Son los mismos que arman jaleo
en el interior del club comunitario al que los no admitidos, desde fuera, no se
cansan de llamar para ingresar en lo que perciben como lugar bendecido por la
prosperidad y la democracia, aunque frustre como una promesa incumplida y
falsa. De ahí surge el crecimiento de la abstención y de los grupos
euroescépticos y xenófobos.
Entre la inoperancia de una unidad insuficiente y el
incumplimiento de expectativas desbordadas, no resulta extraño que la consecuencia
sea el elevado porcentaje de los que se quieren apear del ideal europeo, ese
viejo sueño de lunáticos que persiguieron ampliar un acuerdo comercial en un
espacio político de integración que abarcara toda la geografía de la mítica
Europa. Consiguieron un mercado único, eliminaron aduanas internas, posibilitaron
la libre circulación de personas, asentaron el Estado de Derecho y aseguraron
los Derechos Humanos, los estudiantes aprendieron idiomas con las becas Erasmus,
y hasta crearon una moneda única, pero nada de ello, cuando vienen mal dadas
por políticas desafortunadas que empeoran las consecuencias de una crisis en
vez de aliviarlas, sirvió para evitar truncar el sueño en pesadilla y generar suspicacias
que alimentan a indecisos y descontentos con un proyecto en fase embrionaria y de
consolidación.
Esa legión de frustrados, inconformes, indecisos y apáticos
son los que hoy raptan a Europa y la abandonan, no convertida en princesa, sino
en frágil damisela a lomos del toro negro de la abstención que ni ve ni le
importa hacia dónde corre, ignorando si se dirige hacia verdes campos de bienestar
o a un abismo por el que despeñarse. Todo queda en manos de minorías, hasta la
mayoría es minoritaria, y en la atomización de una representación que incluye a
los patógenos que la infectarán desde dentro para devorarla y destruirla.
Claro que también han aparecido vacunas, grupos de
izquierdas que pretenden otras políticas, más saludables y humanas, que
contrarresten el deterioro de una Europa maltrecha y los ataques de los macrófagos
antieuropeístas. Consiguieron atraer la atención y la credibilidad de los desorientados
y desanimados, de los que a punto estuvieron de engrosar la abstención
galopante. Ahora sólo falta por saber cómo evolucionará esta Europa a la que
Rusia mordisquea las extremidades, arrancándole alguna falange, y Estados
Unidos desprecia como a un tonto útil. Sólo falta que nos creamos nuestro
propio sueño y volvamos a considerarnos dioses de nuestro futuro, para no
consentir que nadie más que Zeus pueda raptar Europa.
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