Superado el susto de Pacific
Rim, de Guillermo del Toro, nos enteramos compungidos de la muerte, al
parecer tras caerse por unas escaleras, de Hans Ruedi Giger, que no sabíamos
quién era hasta que supimos por las necrológicas que fue el artista que diseñó
y moldeó Alien, el bicho horrendo
capaz de matar a todo el mundo menos al gato, expulsando de su boca babosa una
caja dental que lanzaba contra la presa como una broca. Sus dibujos reflejaban
un mundo tenebroso y gótico, con claras reminiscencias eróticas, óseas y
metálicas. Lo dicho, todo muy negro y confuso como una pesadilla.
Todavía no nos habíamos recuperado del estruendo cuando ya
vuelve a las salas, como un eterno retorno, Godzilla,
el gigantesco lagarto japonés mutado en monstruo vengativo por culpa de unas
pruebas nucleares, como las bombas que, curiosamente, se lanzaron
por primera vez en la historia contra aquel país oriental, sobre las ciudades
de Hiroshima y Nagasaki. Godzilla arrasa con lo único que sobrevive tras una
guerra atómica: los edificios. Pero a lo bestia.
Estos son los monstruos, sin citar a los superhéroes de todo
pelaje, que últimamente monopolizan la ficción cinematográfica. Pero los que
causan pánico de verdad son los reales y contemporáneos, de carne y hueso, mucho más
dañinos y desalmados, aunque menos espectaculares en su apariencia física.
Suelen llamarse “reformas” o “ajustes” y matan, roban, empobrecen, arrebatan
derechos y destruyen la naturaleza con más ferocidad que los del celuloide. Son
infinitamente más crueles y de su maldad no se libra ni el gato que respetaba Alien. Los controlan seres encorbatados,
pulcros y exquisitos que no dudan en dirigirlos contra la sanidad, la
educación, los servicios públicos y cualquier prestación social en la que
puedan exprimir recursos de los que apoderarse para saciar su voraz
enriquecimiento. Derogan conquistas legales, condiciones laborales y libertades
ciudadanas hasta retrotraerte a épocas que creías superadas, y te amenazan si intentas
manifestar tu descontento en las calles o expresar en las redes sociales tu
mala leche al verte pisoteado y vilipendiado. Ni los niños, los jóvenes, los
maduros o los ancianos, hombres y mujeres, escapan de sus garras, de las que
sólo están a salvo los muy pudientes y descaradamente ricos. Contra ellos los
buenos no ganan nunca, sino los explotadores, los falsificadores, los
defraudadores, los corruptos y los ladrones.
Por eso, puestos a elegir, prefiero los monstruos de la
pantalla y no a los que nos gobiernan. Los primeros hacen mucho ruido, pero te
dejan indemne. No matan, pero entretienen. Son monstruos que escojo yo, no
éstos reales que me señalan a mí como víctima. ¡Malditos!
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