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Foto. Carlos Araujo |
Todo inicio de año está henchido de expectativas y preñado
de ilusiones por la oportunidad que brinda de satisfacer esperanzas y superar las
dificultades que nos persiguieron durante el período que ya forma parte de la
historia. Es difícil sustraerse de estos anhelos si el nuevo año arranca como
el despuntar de cada jornada laboral, en que una vieja cafetera humeante congrega a su
alrededor compañeros que comparten, sin importar edad, sexo o categoría
profesional, charlas, vicisitudes y vivencias, todas ellas impregnadas de buen
humor, que predisponen afrontar el trabajo de manera relajada y placentera. Con
el aroma del café recién hecho se esparcen las semillas de unas relaciones que
trenzan en amistad los lazos de un compañerismo obligatorio.
Si ese ambiente y actitud caracterizaran todos los días
del año que acaba de nacer, la mitad de los asuntos que nos agobian desaparecerían como las nubes en
un cielo de verano, en el que no hay lugar para tormentas provocadas por las rencillas y la envidia. Por eso, hoy, al estrenar este 2016 y saborear otra
taza de café aromatizado de camaradería, no puede uno menos que acordarse de aquellos a los que
el Sol, al asomarse tras el horizonte de la mesa, hace brillar en sus semblantes
una tenue sonrisa con la que confían seguir disfrutando de momentos tan gratos
en el trabajo, en la familia y en la vida.
A cuántos han pasado esta noche en sus trabajos y no con sus familias.
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