Mucho predicar solidaridad, pronunciar grandes promesas, prometer
recursos sin austeridad, ofrecer ayudas sociales y demás cuentos de cara a la
galería, para finalmente demostrar lo que siempre hemos hecho: nada. Muchas
reuniones, muchos acuerdos, grandes planes para levantar centros de acogida,
determinar cuotas por países y otras zarandajas por el estilo, y resulta que,
en realidad, tras la careta de las buenas intenciones, sólo hemos realojado a
272 refugiados durante todo 2015, en nuestro inmaculado solar europeo, de los más
de 100.000 a
que nos habíamos comprometido. La cristiana España, en la que una ministra –en
funciones- se encomienda a la
Virgen del Rocío para solucionar problemas de su competencia,
sólo ha realojado a 18 asilados de los 17.000 asignados. Todo un hito de la
sensibilidad con que recibimos a quienes nos piden socorro y reclaman ayuda por
las amenazas que les hacen huir con lo puesto, jugándose la vida.
Evitando por todos los medios ser tachados de xenófobos,
cosa nada extraña a tenor de lo expuesto, nos parapetamos en mil excusas para
justificar una conducta tan indecorosa como inmoral que no hace más que resaltar
el egoísmo y la deshumanización que nos caracterizan. En un principio, España
adujo las dificultades para el empleo que ya padecen los nacionales como
obstáculo para la acogida de refugiados, a pesar de que la cuota asignada representaba
un refugiado por localidad. El ultracatólico ministro del Interior, que no
tiene empacho en condecorar imágenes religiosas, advirtió, a su vez, del
peligro terrorista que podía entrañar la llegada de tantos inmigrantes, temor
compartido extensamente por sus conmilitones europeos. Y aunque, efectivamente,
se han producido atentados execrables en Francia, ninguno de los yihadistas que
los cometieron eran foráneos, sino fanáticos belgas y franceses tan
descerebrados como los que les convencieron de cometer asesinatos y suicidios.
No son, pues, los refugiados quienes nos traen o exponen a la amenaza
terrorista, sino el abandono de aquellos valores que sirvieron para fundar la Europa de los ciudadanos,
los derechos y la libertad.
Al éxodo que proviene de África en busca de alguna
oportunidad para escapar de la miseria y el subdesarrollo, se une los que huyen
de la guerra incivil que asola desde hace cinco años Siria, donde más de
250.000 personas han muerto y centenares de miles, de cualquier edad, viven en
condiciones infrahumanas, víctimas de los bandos enfrentados. Otros conflictos
en la región (Irak, Afganistán, etc.) también provocan la avalancha de
refugiados que intentan llegar a Europa para salvar la vida y no morir de una
bala, una bomba o de inanición. Pero aquí los recibimos con recelos, dudamos de
sus costumbres y tememos sus intenciones. Levantamos barreras para
estigmatizarlos con nuestros prejuicios y que no crucen nuestras fronteras o
regresen por donde han venido. Nos vale cualquier excusa, como las agresiones
machistas producidas la pasada Nochevieja en Colonia (Alemania), para endurecer
leyes que permitan deportarlos inmediatamente a sus lugares de origen y
quitárnoslos de encima. En vez de impartir justicia y hacer respetar los
derechos constitucionales, sin importar raza, sexo, creencia religiosa o
lengua, aprovechamos la comisión de un delito, como es el acoso o la violencia
machista –tan común por otra parte en nuestra propia sociedad- para castigar de
manera distinta y extemporánea al inmigrante.
Ante la emergencia social que representan los refugiados,
Europa y España responden con cicatería e hipocresía. Ni la dignidad de las
personas, ni el respeto de los derechos humanos que les son inherentes nos
mueven a tratarlos como lo que son: semejantes a nosotros en todo y, por tanto,
merecedores de nuestra solidaridad y ayuda. Cumplir solamente con el 0,5 por
ciento de lo comprometido en materia de asilo y realojo es para avergonzarse
de ser ciudadano europeo y compartir su egoísmo. Si el precio de nuestro progreso y prosperidad es la
deshumanización, estamos abocados a la barbarie y a repetir aquellos errores del
pasado que nos llevaron una vez, a nosotros también, ser emigrantes. ¿Ya no nos
acordamos?
1 comentario:
Ha sido un placer ver bien escrito exactamente el que me hubiera gustado saber decir tan bien, todo el que quería vomitar después de varios días que llevo muy enfadada conmigo y mi fe juvenil en Europa. Vi hace unos días (en catalán): http://www.ccma.cat/tv3/alacarta/programa/To-Kyma-Rescat-al-mar-Egeu/video/5579941/ y me provocó este desasosiego.
Faltan responsables, regentes y políticos eficaces, faltan protocolos, y medios, pero sobretodo faltan intenciones.
Y no paro de darle vueltas de qué manera la sociedad civil podría hacer cambiar las cosas, podría hacer reaccionar a los gestores y políticos al menos para acogida de los refugiados de cupo, o .......sólo esperar que de aquí quince años se haga documentales sobre la barbaridad como se gestionó la cirsis de los refugiados en Europa rasgándonos vestiduras y haciendo ver que la historia no permitirá que se repita.......
Lo dicho, un placer
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