Pero esta identificación con lo fósil no se limita al hallazgo de
nuestros ancestros cavernícolas, caníbales o no, sino también a esa
predilección mía con el soporte papel para la lectura de libros y prensa. Es
imposible no sentirse una reliquia del pasado cuando se tiene la manía de
preferir el papel impreso, siendo un soporte condenado a desaparecer y hasta
con fecha de caducidad establecida. La caída de la difusión de los grandes
diarios así parece atestiguarlo: somos cada vez menos los que optamos por leer
en papel un periódico o un libro. “Rara avis” que se empeña en conservar hábitos
no rentables de dependencia de un soporte en franca decadencia. Los medios
buscan mantener la rentabilidad con el crecimiento de la audiencia electrónica
y ampliando mercados. Y ello se nota a la hora de ir a los kioscos: cada vez
menos ejemplares por cabecera y progresivamente más escuálidos. Hay días en que
la compra de un periódico se convierte en un acto heroico, inútil y
desagradecido: es difícil encontrarlo, no ayuda a la supervivencia del medio (ni
del quiosquero) y su contenido apenas satisface la necesidad de información. Como
lector de prensa, me considero un “homo naledi” que mantiene sus rituales
fosilizados. Me consuela, maliciosamente, la posibilidad de que cuando en un
futuro lejano descubran mis restos, no hallarán ninguna “tablet” ni pantalla
electrónica entre mis pertenencias, confundiendo así a los investigadores sobre
la antigüedad del hallazgo: aparentemente moderno pero rodeado de utensilios antiguos,
como libros. No podrán determinar fácilmente la época exacta a la que pertenecen mis huesos, del mismo modo que nosotros no sabemos si los homínidos de Sudáfrica
enterraban o se comían a sus muertos. Misterios que suelen guardar los fósiles.
domingo, 13 de septiembre de 2015
Fósiles
Esta semana me he sentido atraído por lo fósil, incluso he
llegado a considerarme una reliquia del pasado, prácticamente fosilizado, a
causa de mis preferencias y actitudes. Una noticia y una tendencia lo explican.
Resulta que hallan un “eslabón perdido” del ser humano que ya enterraba a sus
muertos en cuevas u oquedades del territorio. Era una especie de homínido
pequeño y supersticioso que, por si había alguna duda, vuelve a relacionarnos
evolutivamente con los monos de los que procedemos. Una costumbre, la de dar
sepultura a los muertos, que seguimos manteniendo hasta convertirla en un negocio
lucrativo. He ahí el matiz –crematístico- que pone en evidencia nuestra
evolución, aunque por lo demás seguimos comportándonos cual orangutanes de la
selva, dando alaridos y codazos para hacernos respetar y “trepar” por la escala
social de los grupos que formamos como seres gregarios. La complejidad que supuestamente
hemos adquirido a través de la evolución se aprecia antes en las herramientas
que hemos sido capaces de elaborar que en los hábitos y emociones con que nos
comportamos. Del “homo naledi” hacia acá, que es la nueva especie descubierta, seguimos
mirando al mundo con espanto por los peligros que encierra, pero también con
interés por las posibilidades de supervivencia que ofrece al más fuerte o listo:
porque de eso se trata, en cualquier especie, de sobrevivir. Y como “fuertes”,
en comparación con otros animales, no somos -ni corremos más, ni vemos mejor,
ni nuestro olfato es tan fino, oímos regular, nadamos con torpeza y volar nos
está vedado-, desarrollamos la inteligencia para compensar tales carencias. Así,
ideamos piedras atadas a un palo, lanzas metálicas, pistolas, cañones, aviones,
misiles y hasta bombas nucleares que mantienen nuestro instinto depredador
intacto y cada vez más mortífero. Ello nos ha permitido extinguir especies
animales del planeta, por necesidad alimenticia o diversión, y someter en la pobreza a buena parte de nuestros congéneres para tener una vida llena de confort y bienestar reservada a un primer mundo privilegiado. Toda esa línea evolutiva parece confirmarse con los restos fósiles hallados en una sima de Sudáfrica y que podrían constituir el “eslabón perdido” entre los australopitecos y los homo erectus. Es decir, completan la cadena que une los monos bípedos con los humanos, demostrando una temprana inquietud trascendental por la muerte, si damos por sentado que se trataba de restos procedentes de rituales funerarios y no de la despensa de unos desaprensivos caníbales más listos que el hambre. Y conociendo al ser humano, ninguna de las hipótesis sería descartable…
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