Con el partido del Gobierno en caída libre hacia la irrelevancia elección tras elección y el
imaginario problema del independentismo catalán ignorado por la mayoría de la
población de aquella comunidad en comicios pseudoplebiscitarios, el panorama
electoral español se va acomodando a lo ya previsto hasta por los ciegos
recalcitrantes dependientes de subvenciones: fin del bipartidismo del PSOE y PP
en el usufructo del Poder y aparición de nuevas formaciones que condicionarán
la necesidad de coaliciones para lograr mayorías de Gobierno.
Tras la meteórica aparición de los lilas de Podemos, que pierde fulgor cuando los círculos han de
circunscribirse a los imperativos orgánicos de la cúspide -nueva versión de quien se mueva no
sale en la foto-, sólo los naranjas de Ciudadanos, esa derecha
guapa, liberal, democrática y moderna, continúa ocupando el espacio –y el voto- que
arrebata, a derecha e izquierda, de PP y PSOE en cada ocasión ritual ante
las urnas. Aparte de la mengua de prestigio de los dos grandes protagonistas de
antaño, se trata, para más inri, de un annus
horribilis electoral para los confiados palmeros secundarios que de pronto se
han encontrado sin público en el teatro de la política, lo que ha empujado a
unos a dar por concluida su participación en la función, como UPyD, o rebajarse
a papeles de comparsa en las nuevas compañías, como IU, a la que exigen que se
olvide de que su nombre aparezca en lo sucesivo en los créditos. Lo más grave
de todo este espectáculo político español es que, acabada la representación,
volverá la cruda realidad a imponer nuevos recortes, ajustes y reformas que ya
se sabe que correrán por cuenta de los espectadores. Temo como a la peste el
advenimiento de 2016 y su carencia de estrenos electorales que sirvan para
entretenernos con la ficción de la recuperación del país de las maravillas y envidia de Europa, la
interprete quien la interprete. Fin.
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