Primer fin de semana de otoño, primeras horas libres para
aguardar que la estación se infiltre, además del calendario, en el aire, en los
árboles y en el ánimo de quienes la reciben con alboroto. Será cuestión de días
para que el calor residual del verano deje paso al fresco húmedo de atardeceres
adelantados y mañanitas de niebla. Y que las hojas comiencen a emanciparse en
su empeño por besar la tierra, tiñendo los caminos con el color seco que ellas visten
para la ocasión. Y de que el amor haga bramar a los venados ocultos en bosques
y montañas con la pasión desenfrenada que envidiamos al oírlos berrear en la lejanía.
Pronto las lluvias bendecirán campos y ciudades para que el aire se purifique y
se vuelva límpido y fresco, libre de la polvareda del estío. Las chimeneas
garabatearán los cielos con sus enigmáticos mensajes de humo y las setas
dejarán sus refugios bajo tierra para entablar con las hojas cuchicheos
silentes de sus cosas. Toda la añoranza del otoño se ve al fin satisfecha con
el simple anuncio de su llegada y desde el primer fin de semana bajo su égida.
Sólo queda disfrutarlo con el ánimo renovado de quien se extasía con los
paisajes ocres y los ruidos del silencio, inundado de tranquilidad y paz.
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