De hecho, si algo caracteriza a todo este embrollo es la
falta de un diálogo sincero, sereno, profundo y sin condiciones que permita desmontar
agravios, corregir insuficiencias y hallar acuerdos que satisfagan legítimas
expectativas, dentro de la ley y desde el más profundo respeto, sin necesidad
de romper unos lazos históricos que embridan las relaciones entre Cataluña y el
resto de España. El reconocimiento de las diferencias y singularidades de unos
puede y debe ser compatible con la lealtad a las instituciones, a la legalidad
y a la integridad territorial del Estado a que están obligados todos. Ha
faltado pedagogía y altura de miras en los responsables políticos que han
llevado su enfrentamiento a unos límites ahora sobrepasados y que, tras los
comicios del día 27, acarrearán daños sociales de muy difícil reparación. Y más
aún cuando se usa deliberadamente la propaganda, en medio de mutuas amenazas, para
difundir mensajes y justificar iniciativas y reacciones.
Por parte de unos y otros no se ha escatimado el uso de
recursos propagandísticos útiles para movilizar a la población hacia las
posiciones defendidas: a favor o en contra de la independencia de Cataluña
respecto de España. Con escasez de datos ciertos y objetivos con que armar
argumentos contrastables, la estrategia en este conflicto ha consistido en la
emisión de mensajes que con-muevan a los ciudadanos, apelando a los
sentimientos y las emociones, para que se decanten hacia las distintas opciones
en liza. Una de las estratagemas más eficaz ha sido la de hacer coincidir actos
y casi hasta los comicios con la
Diada de Cataluña,
con la indisimulada voluntad de que el sentimiento nacionalista en la Comunidad sea
identificado exclusivamente con la opción independentista que abanderan los
integrantes del Junts pel Sí. De esta
manera, asumen la representación exclusiva del nacionalismo catalán,
despreciando cualquier otra forma de nacionalismo no independentista, al que
estigmatizan de sospechoso y poco patriótico. Así, se permiten hablar “en
nombre” de Cataluña y acusan a los que se les enfrentan con enfrentarse y
atacar a Cataluña. Esa usurpación de la identidad catalana ha sido lograda
vaciando de contenido los símbolos y las efemérides nacionalistas para
sustituirlos con afirmaciones independentistas, de manera excluyente. Con esa
actitud han promovido simulacros plebiscitarios, cadenas humanas, invitaciones
a los habitantes de otras comunidades a adquirir una supuesta nacionalidad
catalana y demás acciones de concienciación con las que han podido ubicar un
debate académico, cual es la hipótesis independentista de Cataluña, entre las
prioridades inaplazables en la región, por encima de los escándalos de
corrupción, la crisis económica, el paro y otros problemas que agobian a los
ciudadanos no sólo de Cataluña sino de toda España.
Y si algo faltaba a toda esta grosera manipulación
propagandística del denominado “conflicto” catalán era el intercambio de cartas
públicas de personalidades muy señaladas en representación de cada bando. También se ha recurrido a ese recurso epistolar y mediático que busca atraer
la opinión pública que se deja influenciar por la opinión de un líder. Nada extraño
si se repara en el monolitismo al que se han adscrito ambos bandos, reticentes
a cualquier diálogo o acuerdo que no suponga la confrontación contundente y
absoluta.
Fue Felipe González, expresidente de Gobierno socialista,
quien se adelantó al publicar una carta “A los catalanes”, el último día de
agosto pasado, en la que avisaba que la idea de “desconectar” Cataluña de
España puede acarrear consecuencias no explicadas por los independentistas
(fractura social, ruptura del Estatuto y con España, aislamiento en Europa,
desvinculación con Iberoamérica, etc.) que convertirían aquella región “en una
especie de Albania del siglo XXI”. Incluso aseguraba que la iniciativa
independentista era lo más parecido a los fascismos nazis e italianos del siglo
pasado. Palabras graves y catastróficas para advertir de los riesgos y
consecuencias de una declaración unilateral de independencia que subvierta la
legalidad existente.
A los seis días, se publicó otra carta “A los españoles” en
la que los promotores de la candidatura independentista, en la que el actual
Presidente de la
Generalitat , Artur Mas, figura en cuarta posición, da debida
respuesta a la primera. Aparte de repetir argumentos electorales, insiste en que el
problema no es España, sino el Estado español, que los trata como súbditos,
siendo imposible vivir juntos sufriendo insultos, maltratos y amenazas cuando
piden democracia y respeto a su dignidad. Es decir, vuelven a identificar toda
Cataluña con los partidarios de la independencia, mostrándose víctimas de mil y
un agravios y sufrimientos.
Lo más sorprendente de este intercambio epistolar ha sido el
durísimo editorial con el que el diario El
País, medio donde se publicaron las cartas, quiso puntualizar la misiva de
los independentistas, a la que tachaba de no respetar la opinión del otro, ni de
que su argumentación resista el más ligero análisis razonado o una crítica
literaria, a pesar de lo cual la publicaba por rendir tributo a la pluralidad.
Y denunciaba la incongruencia del president
catalán al representar institucionalmente al Estado en aquella Comunidad y
participar, poniendo medios y dinero públicos, para combatirlo a favor de una
sectaria posición política, sin respetar la norma y sin presentar previamente
su dimisión.
Mientras tanto, el Gobierno de la Nación prosigue con su
actitud monolítica, al amenazar incluso con una intervención militar, como
declaró el ministro de Defensa, Pedro Morenés, aunque ahora no se contempla “si
todo el mundo cumple con su deber”. Tras esta subida de tono gubernamental en
la que involucra a las Fuerzas Armadas a la hora de “aplicar la ley cuando ésta
se incumple”, ya sólo queda oír alguna manifestación clerical aconsejando a los
fieles mostrar su fervor por la
Virgen de Monserrat y así hacer presión para depender directamente
de Roma y no de la
Conferencia Episcopal española.
Menos dialogar para hallar vías de entendimiento al
“conflicto”, buscar fórmulas con las que satisfacer democráticamente el
reconocimiento de las diferencias y singularidades, respetar la legalidad y
proponer alternativas mutuamente beneficiosas, se ha explorado todo,
fundamentalmente de modo propagandístico y manipulador. ¿Tras el 27 de
septiembre se recobrará la sensatez y la razón, apartando la emocionalidad
secesionista y la inmovilidad legalista? Confiemos que sí, que aparezca una
tercera vía dispuesta al diálogo, a la lealtad institucional y al respeto
mutuo. Sin propagandas, sin cartas ni libelos.
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