A las pocas horas de escribir el comentario anterior, en el que reconocía con ocasión de su fallecimiento que no era fan de la actriz cómica Lina Morgan, conocía la noticia de la desaparición de Daniel Rabinovich, el más “fresco” y caradura de los componentes de Les Luthiers, el grupo de humor musical argentino del que sí soy rabiosamente partidario. Murió el pasado viernes en Buenos Aires, a los 71 años de edad, a causa de complicaciones cardíacas que lo tenían alejado de los escenarios los últimos años. Ninguno de los integrantes de Les Luthiers resulta antipático, pero Daniel destacaba por su simpatía y comicidad. Echaré de menos sus gestos pícaros, sus explicaciones disparadas y aquella sinceridad inconveniente con las que apuntillaba las piezas hilarantes del show de este grupo de músicos comediantes en español más conocido del mundo.
Todos los integrantes del grupo son grandes músicos que se
valen de la música y de los instrumentos estrambóticos que construyen con
materiales de desecho para elaborar sus actuaciones. Juegos de palabras y una
sutil ironía sirven para mantener al público pendientes de un humor absurdo
pero inteligente y elegante con el que critican desde el deporte a la política,
la religión y hasta el engreimiento cultural. Uno de sus éxitos más sonados lo
alcanzaron con el personaje de Johan Sebastián Mastropiero, con el que
satirizan, desde su creación en 1968,
a Bach y a los encumbrados y supuestos entendidos de
música clásica. Es inolvidable el monólogo que hace Daniel refiriéndose a la
juventud de Mastropiero: “Todo empezó cuando un conocido crítico se resfrió… se
refirió, se refirió a Mastropiero”. Desde entonces, siempre que he podido, he
seguido los espectáculos de Les Luthiers a través de cintas de audio, de vídeo
o en actuaciones en directo en teatros.
Daniel Rabinovich fue uno de los fundadores del grupo y tal
vez el más popular y apreciado de todos ellos, junto a Marcos Mundstock, la
“voz” grave de las presentaciones del espectáculo. El resto del quinteto lo forman
Jorge Maronna, Carlos López Puccio y Carlos Núñez Cortés, quienes ahora deberán
adaptarse a ser un cuarteto. Cuando Daniel aparecía por el escenario, su sola
presencia ya invitaba a la risa, a esperar alguna boutade desternillante del personaje que representaba, incapaz de
contenerse y sin sentido del ridículo, como el atrevimiento de los ignorantes. Pocos
conocen que se le concedió la nacionalidad española en 2012, que era una
persona entrañable y alegre y que sabía tocar unos quince instrumentos
musicales, como la guitarra y el violín. Y que era escribano público (notario),
título que consiguió en 1969 tras estudiar Derecho.
El mundo, al menos el mío, se hace más triste e insoportable
sin la compañía de artistas cómicos que, entre risas y chistes, nos ayudan a
soportar las contradicciones, los infortunios y las injusticias del mismo. El
humor crítico es cuestionador de lo establecido y escarpelo de la inteligencia
para hurgar en la verdad que se pretende ocultar. Ahí radica la diferencia
entre las payasadas de Lina Morgan y los disparates de Les Luthiers, y la razón
por la que yo prefiera a los segundos que a la primera. No hay color.
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