jueves, 24 de septiembre de 2015

¿Cuántos refugiados puede acoger España?


Tras el espectáculo que está dando Europa con los cupos o número de refugiados que los distintos países deberían acoger para dar respuesta sensata y compasiva al éxodo que se agolpa en sus puertas -una especie de reparto caritativo para salvar el prestigio y lavar la conciencia-, parece pertinente valorar la miseria con que se pretende zanjar la cuestión. Un espectáculo del que participa España al poner condiciones para acoger 17.000 refugiados y hacer planes para alargar en dos años el plazo en que escalonaría el recibimiento de ese cupo de exiliados que huyen de la guerra y el hambre. Arguye nuestro país que hay que ordenar la acogida para evitar problemas de integración y alojamiento. Causa vergüenza ajena las excusas que pone un país de más de 46 millones de habitantes para dar asilo a 17.000 refugiados.

Una actitud cicatera que se practica en toda Europa –un club de naciones ricas con 500 millones de habitantes- para afrontar la crisis humanitaria que provoca la guerra civil de Siria y que expulsa a buena parte de su población a jugarse la vida en una huida en barcazas por el mar y a pie por tierra, atravesando países intermedios que ponen todo tipo de trabas a esa migración. Los que no acaban ahogados en las playas (la cruda fotografía de Alan nos muestra una realidad que preferimos ignorar) se dejan los pies machacados de cruzar fronteras y alambradas para alcanzar el continente de la cristiandad y la riqueza, para intentar llegar a la Unión Europea. Un destino final cuya riqueza parece ser que no alcanza para acoger a tantos inmigrantes y una cristiandad que olvida su moral al negar auxilio al necesitado. Todo un ejemplo de civilización que figurará en los libros de historia cuando se hable de la injusticia y el egoísmo de una Europa que se afana en abanderar lo contrario de lo que practica, desdiciéndose a la hora de asumir un problema puntual, cual es la tragedia a la que se ven abocados ciudadanos sirios, afganos y eritreos a causa de guerras o dictaduras que no nos son del todo ajenas. Y de la xenofobia y el racismo que vuelven a brotar en la próspera Europa, ofreciendo el bochornoso espectáculo de ver centros de acogida incendiados y manifestaciones ultramontanas contra los inmigrantes y los supuestos peligros que representan, no por parte de algún palurdo sin alma ni cerebro, sino en boca de ministros y dignísimos altos dirigentes políticos, que dudan incluso si un español pierde su nacionalidad cuando se halla en el extranjero.
 
La cuota de refugiados que España estaría dispuesta aceptar es ridícula para la dimensión del problema y la envergadura del país. Si, a pesar de fronteras, alambradas y policías más de 500.000 refugiados sirios ya han recalado en el Viejo Continente, comprometerse en ayudar a 17.000 personas, previa selección mediante requisitos de acogida, es claramente insuficiente e ineficaz. No contribuye a paliar un problema con el que llevan discutiendo cuatro meses los líderes europeos al objeto de reasentar 120.000 refugiados entre los estados miembros. España podría hacer un esfuerzo mayor, junto a los demás miembros de la Unión Europea, por dar la debida respuesta que la situación requiere, además de colaborar con las medidas elaboradas para frenar la ola migratoria actuando en origen. Se ha de ser más contundentes porque nos enfrentamos a una guerra en la que intervienen múltiples actores, incluidos Estados Unidos y Rusia, y que ha empujado al exilio a doce millones de personas, la mayoría de las cuales ha buscado refugio en campamentos de países vecinos, como Irak, Líbano, Jordania o Turquía, pero una minoría de ellos intenta alcanzar Europa, avalanzándose sobre Grecia, Italia y los Balcanes como puertas de acceso.

España podría, si se lo propusiera, acoger a 100.000 refugiados, repartidos entre todos los municipios del país. Un simple cálculo nos revelaría que el esfuerzo de solidaridad que demandaría tal propuesta se limita a 12 refugiados por cada uno de los 8.122 pueblos que existen en todo el territorio nacional. Tal número de refugiados representa sólo el 2 por ciento de la población española, un porcentaje que ni altera la convivencia ni menoscaba nuestras libertades y oportunidades materiales, pero nos engrandece como nación hospitalaria y responsable ante los países de su entorno, afianzando lazos y relaciones en un mundo interdependiente y global.

Europa y, con ella, España están obligados a definir su papel en defensa de las libertades y, ante la tragedia de los refugiados sirios, del derecho de asilo como valores irrenunciables en todo el espacio común, sin dar lugar al triste y vergonzoso espectáculo de división y egoísmo que hasta la fecha han ofrecido. Si juntos formamos un espacio económico y monetario común, también juntos debemos respetar y cumplir los acuerdos fundacionales de la Unión en cuanto a valores y principios que inspiran las leyes y la convivencia en Europa, sin que ninguna crisis ni ninguna avalancha migratoria nos haga renegar de ellos. Mientras Europa se lo piensa, España puede y debe dar ejemplo.

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