Los humanos nos consideramos seres que se diferencian del resto de los animales por poseer una inteligencia que nos permite no depender de los condicionamientos o instintos que rigen la conducta de las demás especies animales. Esa inteligencia capaz de razonar y de ser autoconsciente la solemos medir por la evolución del cerebro, cuya complejidad y tamaño parecen aumentar conforme se adquiere mayor inteligencia. No obstante, existen animales con un cerebro mayor y más complejo que el del hombre, que dan muestras de poseer cierta inteligencia, sin que por ello alcancen la condición de humanos, como los delfines. Algunos investigadores sospechan que la humanidad procede de varios factores que evolutivamente nos ubicaron en la cúspide de las especies vivas del planeta: ser bípedos, omnívoros, tener lenguaje, capacidad de construir herramientas y poder aprender y transmitir conocimientos. Con mayor o menor habilidad, algunas especies de monos hacen lo mismo. En realidad, no hay una cosa única que nos convierta en humanos, salvo la tendencia a la violencia y la afición de matar por matar, no por alimentarnos o defendernos.
Rastreamos nuestra huella y probable evolución a través de
los restos fósiles que encontramos esparcidos por el planeta y que nos
emparentan con los primates del reino animal. Cada hallazgo nos sorprende con
nuevos interrogantes antes que aportar respuestas. Desde los australopithecus al homo sapiens, pasando por el homo
erectus, homo habilis y los neandertales, la humanidad parece que ha
recorrido diversos caminos para lograr su actual desarrollo evolutivo. En
comparación con los tiempos geológicos, nuestra presencia en el mundo es
bastante reciente. Los primeros primates surgieron de los mamíferos hace unos
70 millones de años, pero hace sólo 15 millones de años que de la familia de
los homínidos se desgajó la rama que nos conduce al hombre actual. Y el homo sapiens, la única especie que
sobrevive del ser humano, lleva conquistando el mundo los últimos 200.000 años.
Durante todo ese tiempo no hemos dejado de buscar vestigios que den respuesta a la gran pregunta: ¿qué nos hace humanos? La ciencia, ese gran instrumento ideado por la inteligencia que nos ayuda a conocernos y conocer lo que nos rodea, nos arrebata toda soberbia y singularidad al despojarnos del centro del Universo y negarnos un único factor providencial que nos transforme en lo que somos, seres humanos. Cada vez parece más claro que somos así por casualidad, sin ninguna intervención divina. Vamos, que muy bien podrían etiquetarnos como homo accidens, sin que ello desmerezca a un animal capaz de construir catedrales y componer sinfonías cuya belleza y sensibilidad nos elevan por encima de lo creado.
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