Callan el tipo y condiciones del empleo que se está creando.
Pongamos un ejemplo referido a una élite laboral: los pilotos de avión. Por
primera vez desde hace 11 años, la compañía Iberia hace una convocatoria para
contratar 200 nuevos pilotos, que se irán incorporando progresivamente a partir
de septiembre, pero con un salario que será la tercera parte de lo que cobraban
los copilotos que sustituyan. Si esto se puede hacer con trabajadores de élite,
¿qué condiciones se impondrán a los menos cualificados? Pues justamente lo que
todo el mundo conoce: precariedad laboral y salarial. La mayor parte del empleo
creado (92,1%) se debe a contratos temporales y trabajo por horas (35,5%). Sólo
un escaso 8,9% del empleo creado es indefinido, lo que aclara la calidad del
empleo por el que se alegra un Gobierno cuya Reforma Laboral es la que permite que
éste crezca hacia atrás, hacia situaciones y condiciones de hace décadas.
Presidente Gobierno y ministra de Trabajo |
Esta precarización del trabajo y el deterioro de sus
condiciones no son consecuencias de ninguna crisis económica como
machaconamente se arguye, sino que obedecen a una imposición ideológica del
neoliberalismo reinante, que prolonga en la relación del patrón con el
asalariado la antigua explotación del hombre por el hombre y que mantiene al
obrero (sea piloto o albañil) en una condición intencionadamente precaria, que estará obligado a aceptar si quiere comer cada día. El motivo de ello: un
capitalismo global que se articula en el control y la explotación del trabajo y
sus productos para ponerlos al servicio del capital. No es más que una forma de
dominación/explotación que, tras más de 500 años, sigue evolucionado
históricamente desde los amos y los esclavos, los patricios y plebeyos o los
siervos y señores a los propietarios y trabajadores o los patronos y
asalariados.
Este pensamiento neoliberal, que se ha impuesto como si
fuera una verdad revelada, convirtiéndose no sólo dominante sino virtualmente
único –el pensamiento único-, extiende sus tentáculos a todos los ámbitos en
los que nos desenvolvemos como sociedad (cultural, científico, político, ocio,
deporte y hasta religioso), reduciéndolos a la ley del valor, es decir,
mercancías. Sólo bajo esa dominación multifacética del neoliberalismo somos
capaces de asumir que cualquier derecho o servicio deben ser “sostenibles” y,
en tal caso, susceptibles de ser provisionados por el mercado o simplemente
eliminados si no son “rentables”. Es la “lógica” que ha logrado imponernos un
capitalismo global que se ha transformado en régimen civilizacional, y cuyas
resiliencias se muestran eficaces en cada crisis económica que lo convulsiona y
fortalece.
Desde esta perspectiva, no puede sorprendernos la calidad
del empleo que se crea y las precarias condiciones, sin derecho a negociación, con
las que ha de ser aceptado si se quiere tener alguna fuente de recursos para
sobrevivir. Que tal empleo precario crezca en condiciones igualmente precarias,
siempre ventajosas para el capital, es consecuencia de ese pensamiento único
que rechaza cualquier alternativa a su dominio e impone la “lógica” de la
rentabilidad que interesa a los nuevos “amos” que detentan la propiedad de los
medios de producción y de los servicios, en definitiva, del capital. Unos “amos”
que no se conforman sólo con destruir el empleo “de calidad”, de contratos
indefinidos y dignamente remunerados, para sustituirlo por otro en condiciones
de extrema precariedad, sino que persiguen incluso desmontar el Estado de
bienestar, que socorría a los más desfavorecidos proveyendo servicios públicos,
para reducirlo a contratos individuales entre consumidores y proveedores de
servicios privados.
Esta es, precisamente, la situación en la que nos hallamos
en la actualidad: con la excusa de una crisis financiera, se han destruido
millones de puestos de trabajos estables para reconvertirlos en una miríada de
contratos basura y se ha lanzado un ataque a aquel contrato social que
posibilitaba la existencia del Estado de bienestar, con el sólo propósito de
obtener el máximo beneficio inherente a la “lógica” del capitalismo. La
economía ya no es un medio al servicio de la Humanidad , sino el fin
que pone a ésta a su servicio. Y los manijeros del poder, aquellos que todavía contribuyen
a expulsar a trabajadores y clases populares de ese contrato social mediante la
eliminación de derechos y prestaciones sociales, se alegran porque crece un
empleo vergonzoso al que se ve abocado la parte débil y vulnerable de una
sociedad en la que imperan las desigualdades, según la escala de ricos más
ricos y pobres más pobres.
Ante las cifras del paro, siempre hay que alegrarse de que algunos
alcancen las migajas de la precariedad, pero hay que tener en cuenta que se trata
de una lucha contra la exclusión económica, social, política y cultural
generada por la globalización neoliberal, nueva faz del capitalismo, que
configura un patrón de poder centrado en relaciones de explotación y dominio. Esa
dependencia en la precariedad es una forma “moderna” de dominio, por la cual unos
pocos, situados por encima de las instancias democráticas, dominan y explotan a
la mayoría de la gente, impidiéndoles que tengan el control de sus vidas y de los
objetivos de la convivencia en sociedad (trabajo, ocio, cultura, etc.). Tal es
el mensaje que traslada el mejor mayo en la historia del paro en España. Para
alegrarse y tirar cohetes, vamos.
Pero, ¿hay alternativas? Claro que hay alternativas a estas formas de explotación, discriminación
y dominación que el capitalismo impone, sin que vengan los comunistas o los “soviets”
como Esperanza Aguirre advierte para meter miedo. Hay modelos productivos que
no esquilman los recursos materiales y condiciones económicas que reparten la
riqueza de manera equitativa entre todos los miembros de la sociedad. Pero ello
será objeto de otro artículo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario