Además, aún considerado delito, ignoro cómo podría
materializarse una medida coercitiva de tal envergadura para identificar y “cachear”
a decenas de miles de asistentes a estos estadios y evitar que no porten pitos,
al tiempo que se registran los datos para notificarles la correspondiente sanción.
A lo mejor, el Gobierno piensa en trasladar a los equipos que se enfrentan en encuentros
en los que se producen estas pitadas la responsabilidad civil subsidiaria a la
hora de castigar la conducta inapropiada de sus seguidores. A tal efecto, ya
está convocada la Comisión Estatal
contra la Violencia ,
el Racismo, la Xenofobia
y la Intolerancia
en el Deporte para que estudie el incidente y estime en cuál de ellas podría
inscribirse el pitar a los símbolos de un país. Tarea compleja la de la Comisión para dilucidar
si pitar es violencia, racismo, xenofobia o intolerancia en el deporte.
En cualquier caso, no se logra el respeto a nada con
amenazas y castigos, sólo se consigue crear miedo y, en respuesta, generar desprecio
a lo que se teme y se intenta hacer desaparecer o, al menos, banalizar o burlar.
Los símbolos del Estado, entre los que se incluye la figura de su Jefatura, el
Rey, recibirán el aprecio y el respeto de los ciudadanos en tanto sean
considerados elementos institucionales que representan a la totalidad de la
población y están al servicio de la ciudadanía, no como una obligación que se
impone a fuerza de sanciones y represiones. Siempre existirán el disenso y la
libertad de expresar discrepancias incluso hasta con la configuración del Estado,
que no se vencen ni con amenazas ni castigos; antes bien, se alimentan cuanto más
se prohíben.
Aparte de que también es un problema educacional, de no
saber comportarse. El pitar e insultar al contrario siempre ha sido una
manifestación promovida en los seguidores por unos equipos que dicen así sentir
el “calor” de la afición. Pretender, ahora que se desborda a cuestiones
extradeportivas, controlarlas con medidas punitivas sólo conseguirá que se
conviertan en instrumentos idóneos, por la repercusión que despiertan, para
cualquier protesta, tenga o no justificación. Se habrá elevado a categoría lo
que debiera haber sido siempre una anécdota, ruidosa, sí, pero anécdota, se ría
y ofenda quien quiera.
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