China, pues, se ha salido con la suya porque España ha
cedido cuando se ha visto forzada a optar entre los negocios o la justicia. Con
tal de evitar una crisis diplomática con el gigante asiático y aliviar las
presiones que recibía de un país que veía con estupefacción cómo la Audiencia Nacional
imputaba a sus expresidentes Hu Jintao y Jiang Zemin, junto a otros líderes,
por el genocidio que causó decenas de miles de muertos en el Tíbet, el Gobierno
de Mariano Rajoy ha preferido dar satisfacción a las autoridades chinas y ha
paralizado la investigación judicial, reformando la jurisdicción universal en
España. De manera urgente y aprovechando la mayoría absoluta de que goza en el
Parlamento, el Gobierno impuso un nuevo requisito al derecho de Justicia Universal
que prácticamente lo deja inoperante: sólo podrán investigarse crímenes
internacionales cuando el acusado, bien sea español o bien extranjero, resida o
se encuentre en España. Una condición contraria al espíritu que promueve la
existencia de una justicia transfronteriza: perseguir criminales en cualquier
lugar del mundo.
De haber estado vigente tal norma entonces, nunca hubiera
podido el juez Baltasar Garzón ordenar el arresto del dictador Augusto Pinochet
en Londres, en octubre de 1998, aplicando el principio de Justicia Universal y
tras incoar procesamiento en la Audiencia
Nacional. En vez de avanzar, retrocedemos. A partir de ahora,
esos crímenes quedarán sin castigo y los casos que se estaban instruyendo en
España serán sobreseídos, como el del citado José Couso, el genocidio del
Tíbet, las torturas chinas contra el movimiento religioso Falun Gong, la
masacre al pueblo saharahui, las torturas a presos de Guantánamo o el ataque
del Ejército israelí a la
Flotilla de la
Libertad , entre otros.
Pero no es algo excepcional o aislado. Esa restricción a la Justicia Universal
se enmarca en una estrategia que cercena o limita el ejercicio de derechos y
libertades en nuestro país desde que el Partido Popular detenta el poder. Hay
una deliberada intención en maniatar las libertades que los españoles han
conquistado tras años de lucha, en la que se inscriben leyes que prohíben o
condicionan las manifestaciones públicas, rodear edificios o instituciones como forma de protesta, tomar
fotografías de cargas y abusos policiales, publicar imágenes de detenidos para
ocultar a la opinión pública el arresto de políticos u otras personalidades, la
realización de `escraches´ para impedir desahucios y hasta el endurecimiento
para poder abortar. Muchas "mordazas" que suponen una vuelta atrás hacia un Estado autoritario que,
formalmente defiende los derechos reconocidos en la Constitución , pero que
limita su ejercicio con una normativa sumamente severa. Por un lado, en aras de
la seguridad, se recortan libertades; y por otro, para no molestar a poderosos clientes,
se impide puedan ser enjuiciados. La legalidad se amolda a los intereses de
gobernantes y mercados, evidenciando una causa común: su preocupación por los
negocios. Los escraches ponen en peligro el negocio de bancos e inmobiliarias,
y la Audiencia Nacional
hace zozobrar suculentos contratos del Estado (deuda, armas, etc.).
Los impedimentos para aplicar la Justicia Universal
son, en realidad, ataques a valores morales y la dignidad de los españoles, a
los que se les niega la posibilidad de perseguir a criminales que asesinan
compatriotas de manera impune, como José Couso, ni pueden investigar e intentar
castigar salvajadas que masacran a la Humanidad , como las torturas, los secuestros y la
piratería. Si la ley no está por encima del dinero, ¿qué legalidad ampara
nuestros derechos como simples ciudadanos en cualquier lugar del mundo?
¿Qué modelo de sociedad pretende imponer el Partido Popular en su afán por recortar,
también, libertades y derechos consagrados en nuestro ordenamiento jurídico?
Algún día habrá que planteárselo.
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