Ha bastado una legislatura para que el partido conservador, que tiñó el mapa de España con el azul de sus mayorías absolutas, perdiera la intensidad de su color y empezara a desteñirse en el siguiente encuentro con las urnas. De cuarenta y tres capitales de provincia en las que gobernaba el Partido Popular (PP), de las 54 que tiene el país, ahora sólo lo hará en 19. La verdad es que consiguió ser la fuerza más votada en muchas de ellas, pero donde era posible un acuerdo entre formaciones de izquierdas, los pactos lo mandaron a la oposición. También hay que reconocer que en otras, donde el apoyo de Ciudadanos podía favorecer a sus candidatos, el Partido Popular consiguió retener el bastón de mando municipal, como ha sucedido en Almería, Burgos, Granada, Guadalajara y Jaén. Poca cosa para un partido malacostumbrado a disponer de una inmensa cuota de poder en ayuntamientos y comunidades autónomas además del Gobierno central y, tras los comicios del pasado 24 de mayo, verse sumido en un batacazo sin precedentes.
Y no le ha sentado nada bien. Se ha rebotado como gato en
una bañera llena de agua y la ha emprendido contra tirios y troyanos. No sólo
ha arremetido contra una izquierda que podrá ser cualquier cosa menos radical
–está por ver si será, al menos, tan sectaria como lo ha sido el mismo Partido
Popular-, sino que ha recurrido al `pucherazo´ allí donde ha podido –aún hay
impugnaciones resolviéndose y resultados corregidos tras un recuento riguroso
de las papeletas realmente válidas- y ha intentado deslegitimar la posibilidad
democrática de llegar a acuerdos para conformar mayorías de gobierno allí donde
tal posibilidad les perjudicaba, pero no donde y cuando les beneficiaba.
Fuente: El País |
Su retahíla para convencer al PSOE de que deje gobernar a la
lista más votada no ha surtido los efectos deseados, a pesar de que los
socialistas han reclamado idéntico trato para investir a Susana Díaz como
presidenta de la Junta
de Andalucía. Con una diferencia: frente a la candidata socialista no existía
ninguna alternativa que reuniera el apoyo mayoritario de la Cámara , y en las alcaldías
y gobiernos regionales sí las ha habido, aunque a los conservadores les pareciera
tal acuerdo, legítimo y democrático, un frente “anti-PP”. Les duele y lo expresan.
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, envió un mensaje a sus concejales
lamentando que, “aún ganando, no han podido ser alcaldes por pactos excéntricos
y sectarios”. Toda una demostración de respeto a la democracia y a la decisión
soberana del pueblo.
Por lo que parece, al contrario que cualquier lector de
periódicos y según lo predicho por las encuestas, en el Partido Popular no se
esperaban un castigo tan grande. Sobrevaloraron su capacidad camaleónica de
aparentar una cosa y ser la contraria. Una única legislatura ha bastado para
que los ciudadanos no se crean ya las promesas de un PP que con la careta dice
defender a los trabajadores y con los hechos los empobrece hasta límites
insospechados. Que por la mañana asegure combatir la corrupción y por la tarde
siga amparando a los que roban de las arcas públicas para financiar al partido
y, de paso, enriquecer cuentas privadas en Suiza. Para su disgusto -disgusto de
los que gobernaban y de la trama corrupta que crecía a su alrededor-, son
apeados de las alcaldías de Madrid y Valencia, sedes de una Gürtel y una Púnica que tantos “amiguitos” y “brazos derechos” ha mandado a la cárcel. Son feudos en los
que, ni Esperanza Aguirre, la gran experta en cazar talentos con antecedentes
penales, ni Rita Barberá, la “jefa” del petardo y el Vuittón, han podido
conservar unos laboratorios donde se ensayaban las políticas neoliberales que
privatizan hospitales, asfixian colegios públicos mientras subvencionan
generosamente los privados, dejan sin financiación las ayudas a la dependencia,
mantienen televisiones cuyo sectarismo abochorna a propios y extraños (hasta
que llegó la crisis y mandó cerrar el grifo) y recortan un sector público para
hacer “sostenible” la viabilidad del privado, dispuesto a sustituir tales
servicios a cambio de una módica cantidad que el usuario abonará religiosamente
aunque pague sus impuestos al Estado que debe proveerlos. En el PP están
nerviosos porque hasta históricos de la soberbia machista, como Javier León de la Riva de Valladolid, o expertos
en el autobombo, como Teófila Martínez en Cádiz, han sido barridos por un poder
municipal de izquierdas que parecía impensable y que los conservadores tachan
de populismo radical que volverá ingobernable los ayuntamientos. Están
nerviosos y no aciertan hacer una lectura objetiva de la realidad.
Juan Espadas, flamante alcalde de Sevilla |
Por su parte, el PSOE, la otra pata del bipartidismo tocado
pero no hundido, sale “carambólicamente” fortalecido, al poder gobernar en 17
capitales, entre ellas Sevilla, sede canónica del socialismo rampante y nido de
los ERE, los cursos de formación y otras tramas que arraigan allí donde se
asienta indefinidamente un gobernante que impide que se ventile su poltrona.
Los vientos de cambio que los indignados insuflaron a partidos emergentes han
posibilitado ese nuevo poder municipal de gobiernos de minorías en torno a un
PSOE necesitado de apoyos y pactos. Fragmentada, la izquierda hace retroceder
al PP, pero mantiene la incógnita sobre la consistencia de unos acuerdos que en
algunos casos están cogidos con pinzas y firmados con caras destempladas. Ello
permite a los socialistas ganar poder institucional, pero apenas votos porque
no acaban de recuperar la confianza de sus otrora simpatizantes. Dependerá de
cómo gobierne este nuevo tiempo, tanto en comunidades autónomas como en municipios.
Ambos, PP y PSOE, dependen en la mayoría de los sitios de Podemos
y Ciudadanos, los nuevos partidos emergentes, ya instalados como bisagras del
añoso bipartidismo. Ahora forman parte de una “casta” llamada a hacer otra
política, no para diferenciarse en perseguir lo posible, que es la auténtica función
de la política, sino para buscarlo mediante el diálogo y la negociación entre todos,
con entendimiento, transparencia y sin más hipotecas o compromisos que los
asumidos y reconocidos ante la gente que les ha votado, y con el debido respeto
y lealtad a la legalidad y normas de un Estado Social, Democrático y de
Derecho. Con ese poder que comparten en alcaldías y gobiernos regionales, donde
han posibilitado unas tomas de posesión a veces aplaudidas y otras
cuestionadas, empieza un nuevo tiempo lleno de expectativas, pero también de
nubarrones negros procedentes de una situación económica nacional e
internacional no precisamente favorable. Hay muchos obstáculos y gente
dispuesta a la zancadilla, pero no poca esperanza y confianza depositadas en
ellos. Les toca demostrar su responsabilidad y su habilidad políticas, poniendo
el acento en cumplir sus proclamas, en las que el ciudadano protagonizaba la
toma de decisiones. La inestabilidad amenaza el horizonte, pero también la
ilusión por un futuro mejor para todos, en especial para los que ya han perdido
toda esperanza de futuro porque no tienen trabajo, no tienen casa y no tienen
quién los ayude o escuche. Es un nuevo tiempo pintado de varios colores, como
corresponde a la diversidad y el gusto de los que pagan la pintura y las
brochas. Hay que ponerse manos a la obra. Se acabó imponer un solo color.
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