Hubo un tiempo en que se demolían casonas o palacetes para ensanchar una avenida o construir una tienda por departamentos en pleno centro de cualquier ciudad, también se eliminaban los restos de la fachada arquitectónica de una industria acorralada por la expansión urbanística para levantar un bloque de pisos almenas, sin más diseño que el de un rectángulo cuadriculado de balcones clónicos, o se asfaltaba la costa para promocionar un turismo de masas, hoteles y segundas residencias, de nacionales y foráneos, que contribuía al desarrollo especulativo y fácil del país, sin necesidad de apostar por el conocimiento, la investigación y la innovación como motores inagotables del crecimiento.
Aquellos hábitos son difíciles de erradicar y todavía
incuban muchas de las iniciativas que más de un corregidor iluminado pretende
implementar para conseguir un atajo hacia el progreso de su término municipal,
en el mejor de los casos, o el aprovechamiento particular e incluso la avaricia
lucrativa, en el peor, de los que portan en su cara la desfachatez. No hay
clases sociales para la estulticia, aunque sí mayores o menores posibilidades para
ejercitarla. Hace pocos días, sin ir más lejos, tuvo que dimitir todo un
director general de la
Agencia Andaluza de Energía por seguir creyendo que todo
espacio libre es urbanizable y construir una vivienda de forma ilegal en un
terreno rústico, pero de una belleza paisajística indudable, en el municipio
malagueño de Yunquera. Pero no es sólo una persona la que se equivoca.
Frente al mar de Arborán, en pleno Cabo de Gata, se levantó
una torre de hormigón de veinte plantas de altura destinada a convertirse en un
hotel enclavado en un envidiable rincón, a pie de playa, que atraería como
moscas turistas propios y extraños a extasiarse con las vistas. No en balde
aquellos paisajes conforman un espacio natural protegido que sólo rinde
beneficio al medio ambiente, para disfrute de lagartijas, gaviotas y hippies
nostálgicos que rastrean calas solitarias e inaccesibles donde practicar
nudismo a la luz de la luna y bajo los sones de una guitarra.
Imbuidos por esa mentalidad antigua que anhela el desarrollo
rápido y especulativo, el municipio de Carboneras concedió licencia en 2003 a un empresario para la
construcción del hotel Azata del Sol,
de 411 habitaciones, en la playa de El Algarrobico. Las demás administraciones
públicas implicadas tampoco pusieron objeciones al proyecto inmobiliario, sin
tener en cuenta que se ubicaba en terrenos no urbanizables y, para colmo,
incumplía la Ley de Costas, que establece una servidumbre diáfana
de 100 metros
en la que está prohibido construir. Desde entonces, El Algarrobico se ha
convertido en todo un símbolo, en la contumacia de un error que transita por
los juzgados del país sin que, a día de hoy, ninguno corrija definitivamente la
aberración urbanística y, lo que es peor, obligue asumir responsabilidades por
parte de quienes cometieron tamaño yerro.
Se suceden, desde hace más de una década, las sentencias que
paralizan las obras y ordenan la demolición del edificio junto a otras que dan
la razón al constructor por disponer de las correspondientes licencias. La
última, del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, declara urbanizable el
solar donde se yergue el hotel, lo que motiva la inmediata reacción de los que
entonces se equivocaron de recurrir al Supremo, sin que aclaren quién se hará
cargo de los costes de demolición y de las indemnizaciones que haya que pagar
al propietario.
Y es que seguimos pensando que el “ladrillo” no es ninguna
equivocación si posibilita un modelo productivo que genere empleo, riqueza y
crecimiento a corto plazo, como exige la emergencia del paro en esta región. La
contumacia del error consiste en creer que El Algarrobico es sólo un caso puntual
que puede dirimirse en los juzgados y que no impide que se siga apostando por
la construcción y el turismo, sometidos a cierto control medioambiental y
modificando las leyes que haga falta, como resortes del desarrollo en Andalucía
y España.
Yo no sé si algún día se tirará aquel horrible hotel y se
restituirá la zona a su estado natural. De lo que si estoy seguro es que
ninguno de los que se equivocaron al propiciar el entuerto responderá de ello y
los costos los asumirán los contribuyentes, como se hace con las pérdidas de
los bancos y las autopistas. Pero puestos a erigir un monumento a la
estulticia, dejaría aquella mole vacía como símbolo a la contumacia del error y
distribuiría su fotografía entre todas las administraciones que intervienen en el
diseño urbanístico de nuestro país, empezando por Andalucía, donde sería
obligado fijarla en cada despacho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario