La pérdida de diez escaños entre Unidas Podemos (comunista)
y PSOE (socialdemócrata), junto al ascenso fulgurante del ultraderechista Vox hasta
convertirse en la tercera fuerza del Congreso de los Diputados, ha obligado a las
formaciones de izquierda más representativas de la política española a hacer lo
que denostaron hace sólo unos meses y precipitó la repetición de elecciones. Esta
vez sólo ha bastado 48 horas para ponerse de acuerdo en pactar una coalición de
gobierno, la primera que, en caso de constituirse, se formalizaría en España
desde la restauración de la democracia. Sin ninguna explicación sobre lo que
antes era imposible y ahora es imprescindible, PSOE y UP presentan su pacto
como la única opción real si se quiere conformar un gobierno progresista a
partir del resultado salido de las urnas. Un resultado, todo hay que decirlo, que
deja las cartas prácticamente como estaban, salvo el citado descenso en escaños
de la izquierda, el descalabro de Ciudadanos, un repunte poco significativo del
Partido Popular y el acceso de la ultraderecha a la primera división política. Es
decir, conduce a la izquierda a la misma posición de salida, pero en peores
condiciones que la vez anterior para hacer lo que entonces se pudo y no se quiso:
acordar un gobierno de izquierda que dé estabilidad a la gobernanza de este
país y que consuma toda la legislatura en intentar solucionar los problemas a los
que España ha de enfrentarse. ¿Habemus imperium esta vez?
El parto de un gobierno efectivo parece harto complicado,
pero no imposible. Tras haber abortado el anterior intento debido a incompatibilidades
personales entre sus mentores, parece que ahora están dispuestos a llevarlo a
buen término. Pero requiere de más atenciones y cuidados. Porque la mayor
fragmentación del Parlamento obliga a depender de más formaciones que sumen sus
votos al candidato de la coalición de izquierdas dispuesto a gobernar. Y se parte,
para ello, del mismo escollo que anteriormente era tenido por insalvable: los
votos de los coaligados son insuficientes para lograr una mayoría que garantice
el beneplácito del Congreso. Es decir, ahora, como ayer, dependen nuevamente del
apoyo de otros grupos minoritarios de la Cámara Baja para conseguir, primero,
la investidura del candidato y, luego, la aprobación del Parlamento al nuevo gobierno.
La jugada de repetir las elecciones para reforzar las posiciones resultó
fallida, y ahora se tiene que abordar una cohabitación entre PSOE y UP con la
mengua de sus posibilidades. Y esto es lo que no reconocen para, en cambio, autoproclamarse
ganadores de unos comicios que se han demostrado innecesarios y gratuitos. De
ahí surgen, más que de la aritmética parlamentaria que no deja de escrutarse, los
peligros que acechan al parto del nuevo gobierno.
Nadie desea una tercera repetición electoral y son mayoría
los que aguardan este momento histórico en que las izquierdas dejan de lado sus
diferencias y se unen para dirigir este país mediante una coalición
gubernamental. Después de los gobiernos del PSOE, a partir de 1982, que
supusieron el acceso democrático de la izquierda al poder por primera vez en la
actual democracia, la coalición del PSOE y UP representa otro hito de la
izquierda al sumar sus fuerzas para formar, también por primera vez, una
coalición de gobierno en España. Y no es cuestión de dejar pasar la
oportunidad. Para ello, los votantes de izquierda se avinieron a secundar un refrendo
que ya habían depositado a esas formaciones en abril pasado, pero lo han acompañado
del cansancio por volver a confiar en unos partidos que parecen dispuestos a desperdiciar
todas estas oportunidades por incomprensibles rencillas personales. Tal hartazgo
por la insistencia electoral, que quedó reflejado en un aumento de la
abstención y un descenso de la izquierda (10 % del PSOE, 17 % de UP), parece ocasionar
el malestar y hasta el descrédito con que se perciben unos líderes que, con su
proceder, se muestran poco coherentes entre lo que dicen y hacen.
Por un lado, dicen que concebir un gobierno de coalición les
quita el sueño y, por otro, tras la repetición electoral y en menos de 48
horas, hacen una coalición de gobierno, sin dar ninguna explicación, ni hacer autocrítica,
ni reconocer equivocaciones. La pérdida de votos sufrida se exhibe como un
triunfo y el fracaso de la estrategia que condujo a nuevas elecciones se camufla
de oportunidad para gobernar. Es innegable que los votantes de izquierda
prefieren que se forme un Ejecutivo de esa ideología, pero exigen que se les
trate como personas adultas y con memoria para recordar lo dicho y hecho. Porque
ni Unidas Podemos ha ganado y menos aún convencido como para obligar una
coalición, ni PSOE ha salido fortalecido como referente de la izquierda útil como
para gobernar en solitario. En tales circunstancias, se ven condenados a pactar,
conscientes de su mutua debilidad, en un escenario de más fragmentación, en el
que cualquier otra opción conllevaría un mayor desgaste electoral. Es algo sencillo de explicar y nada difícil de comprender y hasta de disculpar.
Sin embargo, es esta falta de sinceridad y de autocrítica lo
que complica la formación de gobierno. Se elude asumir errores y se considera al
votante un infante al que se puede engatusar con eslóganes y abrazos mediáticos, sin
necesidad de darle explicaciones, por difíciles y duras que parezcan. Una
actitud que socava la credibilidad y la confianza en unos líderes y unas siglas que todavía concitan la preferencia mayoritaria de la población. Sería una
catástrofe repetir por tercera vez unas elecciones en las que, por incapacidad
de la izquierda, la derecha consiguiera recuperar el gobierno y facilitar la
participación, sin complejos, de la ultraderecha más impresentable. Pero aún más
vergonzoso sería que tal situación se produjera a causa de la conducta
incoherente y contradictoria de una izquierda que ni ha sabido explicarse ni ha
querido aprovechar las oportunidades que se le han brindado para trabajar por la transformación
y el progreso de este país.
Y es que tales contradicciones e incoherencias no fueron halladas
en el camino, sino provocadas por la actitud de los responsables de entenderse para formar un gobierno sólido y estable que permita
afrontar los retos a que nos enfrentamos. Y serán, por tanto, esas
debilidades las que condicionen unos acuerdos necesarios con las demás fuerzas
políticas a la hora de conseguir su apoyo a un deseable gobierno de coalición de
izquierda. Pero lo que todavía es más grave, son también esas debilidades, convertidas
ya en descrédito, las que empujen a los votantes hacia la indignación y el alejamiento
de la política, si no se aprovecha esta última oportunidad de atender su
voluntad y constituir, de una vez por todas, un gobierno estable en España.
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