Acabamos de repetir elecciones generales cuyos resultados
mantienen parecida configuración parlamentaria de fragmentación entre minorías
excluyentes, que queríamos resolver con éstas, lo que dificulta o impide la formación
de Gobierno. Y van, este año, dos. Más las que llevamos desde 2015, puesto que
ya son cuatro las veces que hemos ido a las urnas, sin contar las autonómicas y
municipales, en los últimos cuatro años. Tal parece que estamos condenados a
continuar indefinidamente instalados, elección tras elección, en la
inestabilidad y el bloqueo político en nuestro país. ¿Hasta cuándo y hasta
dónde? ¿Hasta la hartura de los ciudadanos y la ingobernabilidad? ¿Hasta el fin
de la democracia?
Una vez más, empecinados en tropezar en la misma piedra, las
elecciones de hoy volvieron a resaltar que nuestros elegidos deben, por
obligación, pactar y llegar a acuerdos entre ellos para formar un Gobierno que agote
su mandato, olvidándose de preparar elecciones hasta dentro de cuatro años. Los
ciudadanos, por enésima vez, han vuelto a demostrar que tienen claro lo que
desean, aunque los políticos no acaben de aceptar el veredicto de las urnas.
Porque ya los votantes no contemplan aquellas mayorías absolutas que hacían y
deshacían a su antojo. Ahora exigen contrapesos entre formaciones en el poder para
que se vigilen mutuamente en el cumplimiento de sus promesas. Y una oposición
igualmente diversa para que existan alternativas al discurso oficial y
posibilidades, también distintas, de conformar mayorías parlamentarias. A
partir de hoy, lo que resta es que los representantes del pueblo cumplan con su
trabajo y dejen de ponerse zancadillas para obstaculizarse con vetos e
imposiciones sectarias, como si cada cual tuviera la razón y la receta
milagrosa para arreglar de un plumazo los grandes problemas que tiene España. Es
hora de ponerse a trabajar y gobernar este país. ¿Cuántas veces hay que ir a
las urnas para que lo asuman?
Los resultados de esta repetición de las elecciones son
elocuentes: todo sigue igual, salvo las sorpresas que ya vaticinaban las
encuestas. El PSOE pierde dos escaños (121), Unidas Podemos también cede 7
escaños (35) y Ciudadanos se desploma estrepitosamente (de 57 a 10 diputados).
El Partido Popular recupera 20 escaños (86) y Vox, el partido de ultraderecha, pasa
a ser el gran vencedor, ganando nada menos que 29 escaños (53), convirtiéndose
en tercera fuerza parlamentaria (Datos con el 92 por ciento del escrutinio).
Con tales resultados, el Congreso continúa dividido en dos grandes bloques -y
más fragmentado que antes-, ninguno de los cuales logra sumar la mayoría
suficiente para gobernar. Es decir, volvemos a la posición de salida, en la que
la intransigencia de unos y las exigencias de otros obstaculizaron los acuerdos
para sumar los apoyos que posibiliten investir a un presidente de Gobierno, lo
que motivó la repetición de elecciones. ¿Qué hacer ahora?
Lo que ha quedado claro es que, cuando se repiten unas
elecciones, baja la participación de los ciudadanos y se produce un cierto castigo
al partido gobernante (PSOE pierde dos diputados) y al causante que los
votantes perciben como el responsable de la falta de acuerdo (Ciudadanos y
Unidas Podemos). ¿Tomaran ahora todos ellos buena nota de esta lectura de los
resultados que arrojan las urnas? Deberán hacerlo porque, por culpa de unos y
otros, hoy, más que un día aciago, ha sido un día electoralmente inútil para solventar
lo que los políticos son incapaces de resolver: su propia incapacidad para consensuar
pactos que hagan posible la gobernabilidad en España. Y ello es ya un
imperativo ineludible para todos los que se han ganado un asiento en nuestras
Cortes Generales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario