Precisamente, las organizaciones radicales Asamblea Nacional
de Catalunya (ANC) y Omnium Cultural son las convocantes de esas Diadas reivindicativas de la
independencia que se celebran desde el año 2012 con el propósito de
sensibilizar y atraer a la población para que se sume mayoritariamente a la
exigencia secesionista. Es así como el Día de Cataluña (se supone que de todos
los catalanes) ha acabado monopolizado de manera sectaria por una minoría (la
independentista) para hacer alarde de una imagen de apoyo multitudinario (marea
de esteladas) que no se corresponde con la realidad. Y esa necesidad de
aparentar fortaleza social era más perentoria este año, en vísperas de la
celebración de un referéndum ilegal y sin garantías, en que la Generalitat ,
subvirtiendo las leyes y actuando con desobediencia al Estado de Derecho, está
empecinada en realizar el próximo 1 de octubre. De ahí la preocupación que
despertaba la Diada de 2017: iba a ser
manipulada como lo fue la manifestación contra el terrorismo organizada tras
los atentados de Barcelona.
Pero por muchos vuelos de banderas independentistas –que no
catalanas- que desplieguen y mucha parafernalia propagandística, la Diada
sectaria de este año ha evidenciado que los sublevados que pretenden ignorar
las leyes siguen siendo una minoría social, aunque representen la mayoría en el
Parlamento de la Comunidad. Y
así no hay manera, ni aritmética, de imponer su voluntad a la totalidad de los
catalanes y, menos aun, de los españoles. No tienen razón ni fuerza para ello.
Deberían asumir el fracaso de su intentona golpista y acatar la Constitución para
volver a encauzar por la vía del diálogo y el respeto a la legalidad cualquier
exigencia de autogobierno y reclamación identitaria, como hacen los países
civilizados y verdaderamente democráticos. Es decir, con lealtad y sin
sectarismos.
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