Foto: ÁlvaroRo |
La única conclusión a la que he llegado, a estas alturas
de mi edad, es que, por muchas vueltas que le demos, la muerte es inevitable y
determinante, puesto que condiciona nuestra existencia al establecer un plazo no
prefijado al hecho de vivir. De ahí que la única certeza posible sea morir y,
lo demás, tal vez vivir, una eventualidad afortunada si somos capaces de
sacarle provecho. Porque ese sabernos mortales y poseedores de un crédito
vital temporal, nos empuja a aprovechar cada minuto, mientras
respiramos, en conseguir lo que deseamos, desarrollar nuestras potencialidades
y hacernos cómplices de una aventura increíble en la que todos participamos
como si fuésemos eternos. Una verdad de Perogrullo que también se descubre, sin
tantos desvaríos reflexivos, cuando una grave enfermedad te hace anhelar la
salud para dedicar tu vida a lo que aparece, en ese trance, como lo más
importante: tus seres queridos, familia y amigos, y obviar lo superfluo, las
envidias, la competitividad, el consumo. Y es que, puestos a morir, tal vez
vivir sea mejor. Pero sin tantas complicaciones.
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