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¡Qué tiempos de pelambre negra...! |
La vida es una carrera de resistencia en la que vamos
recorriendo etapas y alcanzando metas que nos acercan a un destino, al
principio, muy lejano, y con los años, demasiado cerca. Durante la carrera, dos
afanes nos motivan a seguir participando sin desmayo: la familia y el trabajo.
Nada nos impele más a perseverar en esta competición vital que la familia que
vamos formando mientras corremos y el trabajo que nos ayuda a sacar fuerzas
para seguir siempre adelante y cumplir la misión de llegar hasta el final. La
familia constituye un estímulo permanente, mientras que el trabajo es temporal,
como el combustible de los cohetes: proporciona impulso el tiempo suficiente
para escapar de las ataduras terrenales y permitirte que la última etapa del
viaje la orientes a tu antojo, que la recorras en libertad.
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El último vericueto |
Esa etapa la acabo de alcanzar y, a partir de hoy, el
trabajo deja de ser un condicionamiento que resta tiempo y fuerzas, nunca
ilusión, para hacer lo que quiera,
hacer
otras cosas. Intentar valorarlo desde esta perspectiva, cuarenta años de
trabajo se condensan en un instante, en un `parece que fue ayer´ cuando estrené
en Huelva la primera bata blanca, conseguí plaza en Córdoba (tiempos de pelambre negra) y, al cabo de un
año, volví a Sevilla a desarrollar el resto de mi vida laboral. El primer
paciente me daba pánico; el último, respeto. Pero nunca me sentí solo porque
siempre tuve la fortuna de estar con compañeros con los que he compartido esta
experiencia que hoy se antoja fugaz. Muy pocos desde aquel inicio profesional, como
Pedro en Huelva, Fernando en Córdoba y Pepe en Sevilla. Muchos otros, aun en la
brecha, a lo largo de años, como Paco, Aurelio y demás. Alguno ha quedado en el camino, como mi inolvidable
José María, casi un hermano. La mayoría de ellos me confiaron su afecto y
amistad, enseñándome lo que no aprendí en la facultad: ser un profesional
honesto. Y con ellos he pasado noches en vela, días de agobio y jornadas
festivas dentro de las paredes blancas de un hospital. Ratos buenos y algunos
malos. Horas de tensión y horas de relajo, con charlas, cafés y hasta
excursiones para celebrar lo que sea. Tantas horas y tantos amigos que es
imposible recordarlos a todos para agradecerles lo que me han dado: compañía y confianza.
Y a todos he tratado de corresponderles con reciprocidad, apreciándolos como
personas y como profesionales en lo que fuesen: celadores, auxiliares, personal
de mantenimiento, limpiadoras, camareros, administrativos, enfermeros, técnicos
de laboratorio o médicos.
Más que el trabajo, al final se echa de menos a los compañeros,
esos que quedan en la memoria de nuestro transcurrir durante más de cuarenta
años por los vericuetos de los hospitales. Un grato recuerdo que hace más
llevadero agotar esta etapa y emprender otra, la de la jubilación, la del júbilo, dicen. Por eso, llegada la hora, la única
despedida posible es decirles a todos adiós. Adiós, compañeros. Y gracias por
todo.
1 comentario:
Enhorabuena, Dan. Esperamos que disfrutes de esta nueva etapa en la que podrás poner en marcha todos esos proyectos que tenías en mente y que el trabajo te impedía desarrollar. Un fuerte abrazo y a ver si lo celebramos pronto.
Tus amigos de Montilla Digital
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