Una especie de esquizofrenia, provocada por la situación política que se vive en España en los últimos tiempos, amenaza con afectar a aquellos que están a favor de impedir que Mariano Rajoy continúe al frente del Gobierno y en contra de repetir elecciones generales por tercera vez. Los que albergan ambos deseos, una parte nada despreciable de la población, apuran tazas de café y no sueltan la calculadora para estar la mayor parte del tiempo posible haciendo cálculos de probabilidades que hagan posible lo uno y lo otro. Pero esas conductas obsesivas resultan inútiles ante las limitaciones aritméticas que impiden sumar melones con churros y la imposibilidad de compatibilizar ambiciones y generosidad en una misma mesa. Así las cosas, los tics nerviosos y las pulsiones depresivas exteriorizan la tensión esquizoide que atenaza a esos frustrados votantes. Se cierne sobre ellos el negro pozo de la abstención si continúan empecinados en una disyuntiva tan inextricable como el misterio de la santísima trinidad.
Y es que la coyuntura los devuelve, una y otra vez, a la
posición de partida y les proyecta sensaciones ya vividas de investiduras
fallidas y candidatos sin apoyos en formaciones políticas que se muestran
incapaces de ponerse de acuerdo ni para una cosa ni la contraria; es decir, no encuentran
una solución sin Rajoy, al que nadie quiere, ni hallan alternativa viable a
esta problemática neurótica. La situación, tras casi un año inane con
somnolencia de marmota, vuelve abocarnos al abismo del absurdo al que por
tercera vez nos conduce esta especie de esquizofrenia colectiva. Lo preocupante
del caso es que esta patología política hace peligrar la salud democrática y la
estabilidad emocional de todo el organismo social sometido a semejante estrés.
Y si, para colmo, otro intento curativo ha de aplicarse justamente el día de
Navidad, nadie podrá extrañarse de que las Pascuas este año acaben celebrándose
en sanatorios desbordados de pacientes con alucinaciones de urnas e
investiduras girando como en un tiovivo infernal. Hasta los loqueros podrían
contagiarse de tan agobiante manía obsesiva y sucumbir a esta pesadilla
colectiva.
Y es que los agentes que ocasionan este trastorno siguen inoculando
su mal en el cuerpo social con sonoras y anunciadas derrotas del candidato
Rajoy, no por predecibles menos sorprendente, y sin anunciar ninguna propuesta alternativa
que evite esas terceras elecciones. Hasta el Rey parece estar harto de designar
candidatos fallidos que apenas duran lo que un caramelo en la boca de un
diabético. Las apelaciones a la responsabilidad de los demás, nunca a la de uno
mismo, y las invitaciones a la unión entre supuestas fuerzas del cambio no
sirven para resolver la convulsión neurótica que se vive en estos momentos en
España. Así, todos se aferran a las tazas de café y a las calculadoras con
obsesión patológica. Buscan una respuesta a la pregunta que se hacen los
españoles: ¿Y ahora qué?
Ahora toca ir al psiquiatra para que ayude a curar esta
neurosis de estar, al mismo tiempo, a favor y en contra. Bastaría con convencer
a los que la padecen que la solución la tienen al alcance de la mano, si fueran
capaces de quitarse la venda de los ojos o las obsesiones de la cabeza. Hacerles
ver que, si Rajoy da un paso atrás o Podemos un paso adelante hacia Ciudadanos,
se multiplicarían las salidas a la parálisis de las investiduras fallidas
gracias a una terapia de “anti-egos”. Y aunque ningún loco admite su locura,
unas buenas sesiones en el diván del sentido común y la altura de miras
acabarían paliando esa conducta del obsesionado en mirarse el ombligo y
aflorando las que no temen la convivencia con los demás. Descubrirían que
ningún obstáculo es insuperable si existe voluntad de afrontarlo y ánimo por
eliminarlo. En definitiva, se comportarían de otra manera, más racional y
generosa, y menos egoísta y electoralista. Dejarían de tomar tanto café y hacer
continuos cálculos de probabilidades. Porque, al fin y al cabo, estar a favor y
en contra no es tan grave como uno se cree. Lo grave es que con esa neurosis
tenemos al país pendiente de un hilo.
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