Griñán y Cháves |
Ajustándose al criterio de la juez instructora, Mercedes
Alaya, el fiscal del caso y el juez que ha de juzgarlo, Álvaro Martín,
consideran que todo el programa de ayudas de la partida presupuestaria 31L es
ilegal y su uso delictivo, por lo que todo el dinero otorgado a prejubilaciones
de trabajadores y ayudas sociolaborales a empresas en situación de especial
dificultad ha sido malversado. De ahí que se acuse a estos exmandatarios de
robar o permitir robar a otros cerca de 800 millones de euros, a pesar de que
el Tribunal Supremo fallara que sólo una pequeña parte de los ERE
subvencionados fueron fraudulentos o improcedentes. El matiz no es baladí.
Caso de los ERE en cifras |
Malversar dinero público es un delito penado con severidad,
por lo que la prueba ha de ser contundente e indiscutible y no basarse en meras
sospechas indiciarias que tienen más de persecución política que de rigor
legal. Máxime cuando los inculpados han pagado el precio político de abandonar
todo cargo y puesto partidista o institucional a los que hubieran accedido.
Ambos dimitieron de la presidencia de la Junta de Andalucía y de sus escaños en el
Congreso y el Senado, respectivamente. Tampoco se les ha probado un lucro
personal derivado de su presunta implicación en el escándalo por el que son
inculpados, una implicación que reviste una gravedad considerable si se
considera, como estimaba la juez Alaya, que toda la partida habría sido creada
en los Presupuesto de Andalucía, durante más de una década, con la finalidad
ilícita de saltarse la ley a la hora de otorgar subvenciones a empresas y
trabajadores en zonas o comarcas con especial incidencia de paro y destrucción
de empleo. Si toda esa partida era un fraude, los imputados pueden ser acusados
de malversación y condenados según lo solicitado por la fiscalía. Aparte del
perjuicio político y penal, se les infiere un daño moral en su hasta ahora
intachables honra, honestidad y dignidad personal que sería imposible de
resarcir si, al final del proceso, resultaran inocentes.
Que el escrito acusatorio del fiscal se haga público en
estos momentos no es una casualidad del destino en cuanto la dependencia del
ministerio fiscal con el Gobierno que nombra al Fiscal General del Estado es
reglada y motivo de críticas cada vez que su actuación parece obedecer a
criterios gubernamentales antes que judiciales. Justo cuando el Gobierno se
siente acorralado por los escándalos del caso Soria-Guindos, el de Rita Barberá
y el reconocimiento de que la mayor parte del rescate a la banca no se podrá
cobrar y se cargará a los ciudadanos vía impuestos, aparece el escrito de la
fiscalía dando a conocer oportunamente su calificación de los hechos y las
penas que demanda. Mucha casualidad para cualquier avezado lector de prensa que
no se haya mareado ante tan prolija relación de escándalos y los impedimentos que
encuentra el actual inquilino –en funciones- de la Moncloa para conseguir la
investidura que le permita seguir gobernando como si tal cosa. Es mucha
casualidad que ese candidato sea el líder, mira por donde, del partido corroído
por esos escándalos de corrupción que ahora pasan a segundo plano tras la
actuación del fiscal del caso de los ERE.
No seré yo quien defienda a estos expresidentes socialistas de
la Junta de
Andalucía, que para eso disponen de toda una serie de abogados expertos en la
materia, pero sí puedo mostrar mi extrañeza por unos procedimientos judiciales
tan alargados en el tiempo, pero tan oportunos a la hora de materializar cada
uno de sus pasos, tal como acostumbraba la juez instructora, Mercedes Alaya, con
los autos que dictaba coincidiendo cronológicamente con comicios o actos del
partido socialista en Andalucía. Demasiada casualidad.
Sin embargo, ello no me impide reconocer la nefasta gestión,
descuidada y poco ejemplar, que la
Junta de Andalucía ha llevado a cabo con esa partida
presupuestaria, dando lugar a actuaciones, al menos, irregulares y arbitrarias
en la concesión de tales ayudas sociolaborales a empresas y trabajadores. La
falta de rigor y de controles han provocado que los abusos y el fraude contaminaran
un instrumento de auxilio social del que se aprovecharon unos cuantos
desaprensivos. Es reprobable, inaceptable y corregible. Pero de ahí a la “imputación
masiva” y la conspiración criminal para delinquir desde la propia Junta de
Andalucía y sus más altos dirigentes a lo largo de más de una década, hay un
trecho. El mismo que se sorteó desde la instrucción del sumario hasta el
escrito de acusaciones del Ministerio Fiscal.
Mientras no se demuestre lo contrario, yo me alineo con el
periodista Antonio Avendaño, quien mantiene que Cháves y Griñán son personas
“honorables a los que cabe atribuir errores pero no delitos, atajos pero no
atracos, chapuzas pero no conspiraciones, debilidades pero no maldades” y, en
suma, equivocaciones pero no robos. Ningún ilícito, penal o no, debe
consentirse en la administración pública, aunque no todos sean de la misma
magnitud y perversidad. La corrupción política es indeseable e intolerable.
Pero no es lo mismo robar que errar en un procedimiento administrativo. El
matiz no es baladí, a pesar de que la fiscalía no lo tenga en cuenta, porque
presupone una condena antes de que exista sentencia en la honra y dignidad de personas
que, una vez puestas en duda, no podrán recuperarlas ni en el caso de que sean
declaradas inocentes. El daño ya estará hecho, que es lo que presumiblemente se
busca: poner un ERE en los zapatos de los expresidentes de Andalucía.
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